MAR DEL PLATA.– Casi no hay lugar en los pasillos del hotel donde, por 72 horas, el 60° Coloquio de IDEA congrega a la mayor cantidad de empresarios, ejecutivos y decisores de la Argentina. Es posible que ninguno de ese millar de hombres de negocios le dé un cheque en blanco al presidente Javier Milei. Pero, con la misma certeza que este cronista afirma esto, también es real que cada uno de ellos disfruta de una agenda absolutamente distinta que propuso el libertario desde que pisó la Casa Rosada.
“Hay aire”, resumía uno de ellos mientras recordaba una performance de Alberto Fernández, un año atrás. Aunque es difícil decepcionar a un auditorio cuando hay pocas expectativas, el exmandatario lo logró. Llegó, se paró en un atril y se valió de unas noventosas “filminas” como para decorar su discurso. La sorpresa llegó y los celulares se encendieron de inmediato. Fernández introdujo su oratoria con una ilustración en la que se proyectaba un muñeco de madera al que se le dejaban ver los hilos de una marioneta. Fue el remate de una enorme bifurcación de temáticas e intereses entre unos -los empresarios- y los otros, el oficialismo de entonces. La separación de intereses, percepciones, expectativas y diagnóstico entre el sector público y el privado era absoluta.
Aquella sensación de que la cosa no tenía remedio cambió fuerte en poco más de 365 días. Vale la pena repasar un caso que se llevó gran parte de la tarde y de la expectativa del primer día. Se trata de las palabras del ministro de Economía, Luis Caputo, respecto del cepo. No les dio el gusto de anunciar el fin de las restricciones cambiarias y remarcó una idea con la que el Gobierno intenta frenar las ansiedades cada vez que le preguntan. “No nos apuramos con el cepo, porque el paso del tiempo nos juega a favor, no en contra. Se nota el cambio y quedan atrás los efectos negativos de la pésima política monetaria del gobierno anterior”, dijo Caputo.
Es verdad que el equipo económico no se apura ni da fecha de salida, pero lo cierto es que el tema está en discusión. Hace cinco años, al menos durante todo el cuarto gobierno kirchnerista, el asunto no estaba siquiera anotado con lápiz en la agenda oficial. Ahora se habla, se discute y se pregunta.
Solo es un ejemplo de aquel cambio de dinámica respecto de los temas de unos y de otros. De hecho, la sensación que sobrevuela cada uno de los miles de cafés que se consumen, es que la agenda es más o menos la misma.
Luego de esa complacencia, claro, están las diferencias. Las hay, y muchas. Pero claro, están enmarcadas en un cuadro absolutamente distinto. Es verdad que se repiten algunas cosas, como por ejemplo los tiempos y las formas. Ni hablar de las formas. Es casi una constante esa cierta saturación de la agresión como método. De hecho, cuando habló el ministro de Economía, no eran pocos los que decían que le hubieran quitado a sus palabras el capítulo más político, ese espacio que el jefe del Palacio Hacienda le dedicó al kirchnerismo. “Son unos delincuentes”, apuntó.
Sin embargo, pese al rechazo de algunos, hay que reconocerlo, esos pasajes en los que denostó a sus predecesores fueron los únicos momentos en los que despertó aplausos. De algunos, claro. No generales. Saben que es el estilo del Presidente y que con esas armar llego donde está. Pero que se entienda, la constante confrontación como discurso no los conforma. Ni cuando provenía del kirchnerismo ni ahora.
En las mesas de empresarios, por su parte, el diagnóstico está claro y las soluciones que siempre se plantean no sorprenden. Avanzar en reformas estructurales –impositiva, laboral y previsional, entre otras–, apertura económica y fin de las restricciones cambiarias, por enumerar algunas, siempre están resaltadas con rojo en los apuntes de cualquier empresario o ejecutivo. Y no es un tema nuevo, sino que viene de tiempo.
Sin embargo, la posibilidad de que de a poco aquellas cuestiones pétreas se pongan sobre la mesa los convence de que el camino debe recorrerse. Aun con las diferencias. Como se dijo, la llegada de Milei abrió la ventana de un cuarto encerrado, oscuro y con el aire rancio. Sin cheques en blanco, como aquel que mayoritariamente le entregaron a Mauricio Macri, pero con sensación de que la discusión cambió.