Placeres que depara el ejercicio del periodismo: no siempre, pero sí cada tanto si uno busca, el entrevistador se encuentra con un entrevistado que siente la clave, la llave, el secreto, eso que otorga sentido a las tantas insensateces que solemos cometer: la pasión.
Hace unos días me tocó en suerte dialogar con Jorge Fiorentino, un ingeniero agrónomo experto en “gestión del arbolado y espacios verdes urbanos”, disciplina esotérica para mí hasta entonces. Desde el 2009 se dedica al tema en el gobierno de la Ciudad y hoy es gerente operativo de Mantenimiento del Arbolado.
Síntomas de la pasión: Fiorentino casi no duerme cuando caen tormentas sobre Buenos Aires. Teme que haya árboles que se caigan y ocasionen desastres. Teme, también, que así sea dañado el prestigio de los árboles.
Otro síntoma: tiene preferencias y hasta fanatismo por algunas especies. Pero a diferencia de las futboleras, estas inclinaciones son razonadas.
Lo seduce el jacarandá, cuya floración dura un mes y medio como mucho, no sólo por la belleza de su coloración, que él define como lila (y María Elena Walsh bautizó celeste), sino porque su crecimiento está acorde con la paciencia de la Ciudad, al igual que su envergadura y calidad de sombra.
Lo mismo le pasa con las tipas, de flores amarillas, aunque a éstas les encuentra el inconveniente de sus dilatadas copas que necesitan mucho espacio para expandirse y sólo son toleradas por las avenidas.
Aborrece, en cambio, al resistente ficus, cuyas potentes raíces destruyen veredas y al elegante eucalipto, de ramas tan grandes como débiles, propicias a las caídas.
Fiorentino no le huye a la discusión sobre los plátanos: comprende los inconvenientes que trae a los alérgicos sobre todo en primavera pero destaca la espesura de su sombra, refrescante en este clima cada vez más tropical. Aclara: no se plantan más esos árboles en la Ciudad.
Y reconoce: según normas internacionales, las urbes deben tener un 30% de espacio verde. Buenos Aires tiene un 15%. No supone una catástrofe, pero el deber que supone es plantar y plantar.
Pasan los minutos de radio a velocidad impensada en un tema que por momentos temí tedioso y evoco otro encuentro cercano, esta vez con una niña de cuatro años.
Mirábamos, descubríamos, explorábamos un bosque e imaginamos, de pronto, toda la vida que podía contener un solo árbol: pájaros, pichones, huevos, hormigas, orgugas, arañas, culebritas, gusanos, avispas, abejas y así… el infinito en competitiva y armoniosa sinfonía.
Una ciudad, un cosmos rebosante de vida, en un enorme ser lo cobija. Por eso, no por los miedos comprensibles de los cuatro años, en las noches de tormenta, Fiorentino no duerme pensando en los árboles.
Sobre la firma
Marcelo A. MorenoBio completa
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO
Tags relacionados
- Pasiones Argentinas