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Hay clubes que conocen las penurias de su historia, que saben lo que es la mala realmente, que entienden de patear por las canchas del Ascenso profundo, de estadios de madera, de momentos en los que un mango lo era todo. Muchas instituciones podrían sentirse aludidas con esta descripción, pero aquí da para contar desde dónde creció Lanús para hoy estar disfrutando de la clasificación a una nueva final internacional, siendo el único argentino que sigue vivo en el continente.
El Grana se construyó desde bien abajo. Hace menos de 50 años estaba en la C. El club apenas tenía 2.000 socios allá por 1979 y, desde el infierno mismo de la tercera categoría de nuestro fútbol en aquel entonces (enfrentando, por ejemplo, a Piraña), comenzó una lenta edificación.
Dos años después subió a la Primera B y de a poco, con muchas frustraciones en el medio, intentó volver a Primera. Lo logró recién en 1990 con Miguel Ángel Russo y en esa década se fue afirmando en la A (irá por su 34° año consecutivo en Primera), ganando su primer título (la Conmebol 1996) y haciendo grandes campañas, hasta que le tocó jugar la Promoción en el 2002 y ese punto de inflexión (venció con angustia a Huracán de Tres Arroyos) fue la piedra fundacional del despegue definitivo.
Es un club que creció exponencialmente en lo social, sus instalaciones son de primer nivel, aquella cancha de madera se transformó en un estadio de 47.000 espectadores que puede albergar a los casi 40.000 socios, que en estos más de 20 años disfrutaron de cinco vueltas olímpicas (Apertura 2007, Campeonato de Primera 2016, Copa Bicentenario 2016, Supercopa Argentina 2016 y la Copa Sudamericana 2013), de jugar finales de Libertadores, Sudamericana, Recopa Sudamericana, Suruga y más.
Hay proyectos modélicos en Inferiores y en la infinidad de deportes que se practican en sus sedes, sus dirigentes tienen un norte en común y evitan peleas internas, con líderes respetados por sus opositores.
Lanús no para de crecer y es un ejemplo para que mire todo el fútbol argentino.
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