El triunfo de Rodrigo Paz Pereira en la segunda vuelta de las presidenciales bolivianas ha vuelto a poner sobre la mesa la eterna vinculación entre las relaciones y las sagas familiares con la política de América Latina. Paz Pereira es hijo de Jaime Paz Zamora, que dirigió Bolivia entre 1989 y 1993, y sobrino nieto del cuatro veces presidente Víctor Paz Estenssoro (1952 – 1956, 1960 – 1964, reelecto en 1964 y depuesto por un golpe de Estado y 1985 – 1989).
No se trata de un fenómeno exclusivamente latinoamericano ni tampoco político. Se da en otras partes y actividades, como los negocios, la actividad profesional, la diplomacia o la milicia, por citar solo algunos ejemplos.
Pero, una cosa es convivir desde pequeño con la política y mamar de ella, tomarle el gusto y aprender sus secretos y artimañas y otra muy distinta aprovecharse del control del Estado para permitir que los allegados o dependientes de quien ejerce un cargo político lo usurpen y se reproduzcan en el poder.
Mientras lo primero es legítimo, lo segundo es manifiestamente reprobable. Sin embargo, la condena moral no ha impedido que el nepotismo sea un hábito político común. Los ejemplos abundan en nuestros países, con mecanismos muy diversos: el poder se transmite de padres a hijos, entre hermanos, entre esposos o incluso con un alcance familiar más amplio.
A veces se necesita de la prosopografía, entendida como la técnica histórica centrada en las biografías colectivas o familiares, para desentrañar toda la complejidad de un fenómeno que incluso puede dotarse de connotaciones monárquicas.
Ante alguno de estos supuestos una de las primeras ideas en aflorar se relaciona con el caudillismo y la debilidad de los partidos políticos, convertidos más en estructuras al servicio de un proyecto personal que en un mecanismo de intermediación entre los ciudadanos o la sociedad civil y el Estado.
El fenómeno tiene una larga tradición histórica y no se limita únicamente al vértice del poder, la presidencia, ya que también se reproduce a nivel provincial y local, donde el escrutinio público suele ser más laxo o está más condicionado por los poderosos.
Otra idea es la corrupción, en algunos casos abierta cleptocracia. Esto ocurrió en Nicaragua con la familia Somoza y se reproduce actualmente con el matrimonio de Daniel Ortega y Rosario Murillo, con la participación de sus vástagos. Laureano Facundo, el sucesor in pectore, es asesor presidencial para Inversiones, Comercio y Cooperación Internacional y representante especial para las relaciones con China, Rafael Antonio maneja los negocios y las finanzas públicas en beneficio familiar, Daniel Edmundo coordina el Consejo de Comunicación y Ciudadanía y orquesta la propaganda del régimen y Camila Antonia está a cargo de Nicaragua Diseña y de la Comisión Nacional de Economía Creativa y Naranja.
Las estrategias para traspasar el poder son diversas. Algunas exitosas (Eduardo Frei Montalva y Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Misael Pastrana y Andrés Pastrana o Luis Lacalle Herrera y Luis Lacalle Pou) y otras lamentables. El solo hecho de portar un apellido ilustre no te convierte en político hábil.
Hay abundantes casos de mediocridad, no siendo infrecuente que el hijo no le llegue al progenitor a la suela del zapato. Si bien Keiko Fujimori, Nicolasito Maduro y Máximo Kirchner fueron preparados desde muy jóvenes para suceder a sus padres, resultará complicado, por circunstancias personales y políticas, que este propósito se cumpla.
Mientras la vía matrimonial se ha convertido en un mecanismo normal, el vínculo entre hermanos es menos frecuente (Raúl y Fidel Castro). La primera se observó en Panamá (Arnulfo Arias y Mireya Moscoso), Argentina por partida doble (Juan Perón con Eva Perón e Isabel Martínez y Néstor y Cristina Kirchner) y Honduras (Manuel Zelaya y Xiomara Castro).
En Guatemala, Sandra Torres debió divorciarse del presidente Álvaro Colom para sortear la prohibición constitucional que le impedía disputar la presidencia, lo que no consiguió en ninguna de las tres ocasiones que lo intentó. Ahora bien, no es lo mismo buscar la presidencia tras participar en un duro proceso de primarias, como Hillary Clinton, que ser seleccionada por el largo dedo conyugal.
El tradicional “dedazo” del PRI, originado con Plutarco Elías Calles, era más sutil que la práctica condenable de situar a un familiar en la línea sucesoria o en algún cargo de confianza. Por más preparado que esté el pariente, hay prácticas nepotistas que deberían evitarse. Los avances del iliberalismo y el populismo han convertido muchas líneas rojas en una frontera fácilmente traspasable.
Como ha señalado en una entrevista reciente el expresidente mexicano Ernesto Zedillo: “Los nuevos autócratas no buscan el poder a través de un golpe de Estado o una asonada, sino que juegan con las reglas de la democracia para destruirla, una vez que han accedido al poder gracias a ella. Se presentan como demócratas, con un mensaje demagógico y mentiroso que por desgracia atrae a muchos ciudadanos”. Y para ello todo vale.
Carlos Malamud es Catedrático de Historia de América de la UNED, investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano, España.
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