Iguazú (LaVozDeCataratas) “En ese entonces no había celulares ni la comodidad de hoy. Todo se hacía por correo. Leías revistas como Fantasía o Tony y ahí aparecían los anuncios de institutos que ofrecían cursos por correspondencia”, recuerda Antonio. Después de varias semanas de espera, recibió la carta con toda la información, «pero el costo del curso era de 33.000 pesos ley, y me resultó imposible de pagar».
Fue entonces cuando el destino lo puso frente a un relojero de su pueblo, en la zona de Aristobulo del Valle, que estaba por mudarse a Curitiba. “Le pedí que me enseñara. Me dijo que sí, que fuera al otro día. Así empecé, con los despertadores a cuerda: Jumba, Girot, Fornitex…”, cuenta.
Su aprendizaje fue artesanal y autodidacta. “Yo lo miraba trabajar con los relojes de pulsera, y un día le propuse una apuesta: si en media hora desarmaba y armaba completo el rodaje de un reloj suizo a cuerda, me enseñaba a reparar los de pulsera”, recuerda entre risas. “Me dijo que lo intentara. Lo desarmé, lo limpié, lo sequé y lo armé en menos de media hora. No podía creerlo». Luego pudo realizar el curso y pudo obtener la aprobación teórica del Instituto.
A partir de entonces, Antonio fue perfeccionando su técnica día tras día, movido por la curiosidad y la pasión por los mecanismos del tiempo. Su taller, repleto de herramientas, engranajes y relojes que vuelven a la vida en sus manos, se ha convertido en un pequeño templo del oficio. Luego se trasladó a la ciudad y abrió su propia relojería.
Más tarde se mudó a Iguazú, donde desde hace treinta y cinco años su relojería funciona de manera ininterrumpida. Durante todo este tiempo ha trabajado con todas las marcas, adaptándose a los cambios de la industria, superándose a si mismo, sin perder la esencia de su arte.




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