Siempre que me ven sumergida profundamente en un libro, sin atender a nada de lo que pasa alrededor, alguien me hace la clásica pregunta: “¿Qué estás leyendo?”. Y cuando contesto con título y autor, la siguiente duda de rigor es: “¿De qué se trata?”. Pues llevo una vida tratando de hacerle entender a la gente que no importa de qué se trata. Puede ser la aventura de un pirata en el mar Caribe, el drama de un niño huérfano en una ciudad nevada, o las confesiones de un asesino serial desde la prisión perpetua. Literalmente no me importa el tema que aborde una novela o un libro de cuentos. Me importa cómo está escrito.
Yo no sé exactamente qué pasa en mi cabeza cuando leo, pero es distinto de lo que ocurre cuando miro cualquier pantalla. Para empezar, cuando ponés en la tele una peli o serie, la acción corre sola desde que le das play hasta que la parás o termina. Podés estar mirando el teléfono, ir a la cocina a buscar algo de comer, o simplemente distraerte y pensar en otra cosa, y la trama va a seguir avanzando independientemente de tu atención.
Las letras, en cambio, corren al ritmo y la velocidad del lector. El escenario vive en su mente y se detiene cada vez que te desconectás, sin apretar ningún botón. Sin interfaz ni intermediario, sin electricidad ni aparatos. La conexión mente-texto es de las más limpias que existen, y depende exclusivamente de dos personas: escritor y lector. Cuando nos enganchamos con la pluma de un autor, con su manera de hilvanar las palabras, es como si se abriera un portal al interior de su mente; o viceversa, como si le diéramos a él un acceso a la nuestra. Una relación profundamente íntima con una persona que jamás conoceremos.
Y existe un detalle más, que vale la pena destacar: cualquier programa de televisión mete quince minutos de tanda. Youtube te pone dos clips publicitarios antes de cada video. Hasta en el cine hay que fumarse las propagandas al principio de la función, para no hablar de la cola y la gente masticando pochoclo. Los libros, en cambio, no tienen avisos publicitarios. La literatura no incluye pauta. No te vende nada. No pretende convencerte de nada. Solo está ahí para darte placer.
Me gustaría que más personas compartieran esta sensación, este vínculo, este viaje, pero entiendo que la tecnología de la imagen en movimiento ha reemplazado a la antigua -casi prehistoria- técnica de las letras en fila. Personalmente, ir a la librería a elegir un libro, recostarme en un sillón y pasar las páginas, me resulta una experiencia de usuario mucho más amigable que enfrentar la multiplicidad de botones que necesitamos para ingresar a una plataforma y encontrar una serie en los televisores modernos. La mitad de las veces que tengo que apuntar con el control remoto a un cuadrado de letras chiquito y lejano, y apretar con la ruedita para encontrar un título, me ofusco, me enchincho y termino por rendirme. Díganme vieja, anticuada, obsoleta, pero me resulta mucho más fácil apagar el aparato y agarrar un libro.
Sobre la firma
Paloma Fabrykant
Escritora
Bio completa
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO
Tags relacionados




//






