(CNN) –– Aunque le proporcionan una estera de paja, Matthew dijo que prefiere dormir en el suelo de cemento de su celda ubicada en el ala de máxima seguridad de la prisión de Changi de Singapur.
«De esa manera es más relajante», comentó la exmaestro de 41 años, que fue condenado a más de siete años de prisión y siete azotes con una vara por vender metanfetamina.
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CNN se reunió con Matthew, quien habló bajo condición de que no se revelara su apellido, durante un recorrido exclusivo por la prisión de Changi ofrecido por las autoridades de Singapur mientras defendían la posición inflexible de la ciudad-Estado sobre las drogas.
En los últimos años, decenas de estados de EE.UU. y países desde Canadá hasta Portugal han despenalizado la marihuana.
Pero Singapur impone una pena de muerte obligatoria para las personas condenadas por suministrar ciertas cantidades de drogas ilícitas: 15 gramos de heroína, 30 gramos de cocaína, 250 gramos de metanfetamina y 500 gramos de cannabis.
Un hombre de 64 años fue colgado del cuello por delitos de drogas esta semana. Se trata la cuarta persona en ser colgada en lo que va del año.
La dura sentencia coloca a la rica ciudad-Estado en un pequeño club de países entre los que se encuentran Irán, Corea del Norte y Arabia Saudita, que ejecutan a criminales condenados por delitos de drogas.
K Shanmugam, ministro de Interior y Derecho de Singapur, calificó la guerra contra las drogas en el país como una “batalla existencial” y afirmó que cualquier flexibilización de la postura de línea dura del gobierno podría conducir al caos.
“Miren el mundo”, dijo Shanmugam. “Siempre que hubo cierta laxitud en el abordaje de las drogas, los homicidios aumentan. Los asesinatos, las torturas, los secuestros (…) todo eso aumenta”.
Un mercado lucrativo de drogas
Los visitantes de Singapur reciben una dura advertencia sobre la tolerancia cero de la isla hacia las drogas mientras aterrizan los vuelos internacionales.
“El tráfico de drogas puede ser castigado con la muerte”, anunció una voz de mujer por el altavoz, en medio de instrucciones a los pasajeros para que se abrochen los cinturones de seguridad y guarden las mesas plegables.
Muchos ciudadanos de esta ciudad-Estado del sudeste asiático también son conscientes de que es ilegal consumir drogas en el extranjero.
Los singapurenses que regresan y los residentes permanentes corren el riesgo de enfrentarse a pruebas de drogas a su llegada.
“Cuando regreses, y si hay alguna razón para creer que has consumido drogas, podrían hacerte pruebas”, dijo Shanmugam.
Singapur es uno de los países más ricos del mundo en términos per cápita. Con una población de casi 6 millones de personas, su PIB anual per cápita es de casi US$ 134.000.
Este centro regional de transporte y finanzas tiene reputación de ser seguro, eficiente y estricto bajo un Gobierno de facto de partido único.
El Partido de Acción Popular, del que Shanmugam es miembro, gobierna Singapur desde su independencia, hace casi seis décadas.
Al hablar desde un balcón en el Ministerio del Interior con vista a ordenados barrios de parques y villas, Shanmugam sostuvo que su país es un mercado potencialmente lucrativo en una parte de Asia que, según él, está inundada de drogas.
“Si puedes llegar a Singapur, el precio de la calle aquí, comparado con el precio de la calle en otras partes (del mundo), es un imán”.
Singapur se encuentra relativamente cerca del famoso Triángulo Dorado, la intersección montañosa de Tailandia, Laos y Myanmar, país desgarrado por la guerra civil. El año pasado, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) calificó a la región como la mayor fuente de opio del mundo. La producción de metanfetamina en la región también aumentó en los últimos años, y superó a la de heroína y opio.
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El zar antidrogas de Singapur afirmó que los castigos severos sirven como elemento disuasorio para los narcotraficantes.
“Nuestra filosofía sobre las prisiones no es la misma que, por ejemplo, la filosofía escandinava”, dijo Shanmugam. “Elegimos que sea dura”, añadió. “No es una casa de vacaciones».
“Está pensado para ser duro”.
Celdas individuales en un calor sofocante
El complejo penitenciario de Changi de Singapur es un recinto amurallado con torres de vigilancia y puertas imponentes construido a la sombra del principal aeropuerto del país.
Están recluidos más de 10.000 presos y, según el último informe anual de la prisión, la mayoría cumplen condenas por delitos de drogas.
CNN pudo acceder a un piso de un ala de máxima seguridad que alberga a unos 160 prisioneros encarcelados por delitos que van desde tráfico de drogas hasta crímenes violentos, como homicidio.
Una red de cámaras de seguridad montadas dentro y fuera de las celdas individuales e incluso sobre los baños permiten que sean solo cinco los guardias que vigilan todo el piso.
A la hora de comer, el sonido metálico de las puertas al cerrarse resuena en el bloque de celdas, mientras un prisionero distribuye bandejas de comida a través de una trampilla a nivel del suelo en la parte inferior de la puerta de cada celda.
Las autoridades le permitieron a CNN entrevistar solo a un prisionero, Matthew, el exmaestro de escuela, quien dijo que era adicto a la misma droga que vendía.
Su celda individual es austera, mide apenas siete metros cuadrados y cuenta con un retrete bajo la ducha. A los reclusos no se les permite tener muebles, por lo que no hay camas ni nada donde sentarse.
Además el clima tropical de Singapur hace que las temperaturas máximas diarias superen regularmente los 30 ºC.
El efecto del calor extremo en los prisioneros se ha convertido en una preocupación cada vez mayor en todo el mundo a medida que las temperaturas aumentan debido al cambio climático.
“Notarás que no hay ventiladores ni aire acondicionado”, explicó Matthew. “Hay momentos en los que resulta insoportable”.
Cuando se le preguntó si la amenaza de la pena de muerte tuvo algún efecto disuasorio en su tráfico de drogas, Matthew respondió: «Me gustaría decir que sí».
“Pero la verdad es que en ese momento no estaba pensando en eso. De hecho, estaba evitando activamente todo el tema de las consecuencias”.
«Capitanes de vidas»
Las condiciones deliberadamente duras de la prisión contrastan con los abundantes mensajes de bienestar emocional en las áreas comunes de la instalación.
El taller, donde los prisioneros empaquetan champú anticaspa y café instantáneo por un pequeño salario, está plagado de citas motivacionales de personalidades como Steve Jobs y Nelson Mandela.
Personajes de dibujos animados y fotografías de cascadas decoran las aulas donde los presos reciben lecciones de manejo de la ira y capacitación laboral.
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Los funcionarios del Servicio Penitenciario de Singapur dijeron que alientan a los guardias a considerarse “capitanes de vidas” que ayudan a rehabilitar a la población carcelaria.
Desde una habitación con aire acondicionado conocida como “la pecera”, monitorean a los reclusos a través de transmisiones en vivo de decenas de cámaras de seguridad ubicadas alrededor de la prisión.
Reuben Leong, el agente a cargo de la unidad penitenciaria, dijo que el trabajo no está exento de riesgos. Cada pocas semanas se producen incidentes violentos, generalmente peleas entre reclusos, afirmó.
“Hay momentos en los que (los presos) pueden ser exigentes, pueden ser groseros, pueden ser hostiles contigo”, añadió.
El Proyecto Lazo Amarillo es un programa gubernamental destinado a rehabilitar a exconvictos, con inserción laboral y participación comunitaria.
A pesar de estos esfuerzos, las autoridades de Singapur afirman que aproximadamente uno de cada cinco exprisioneros probablemente volverá a la cárcel en un plazo de dos años. En comparación, uno de cada tres vuelve a prisión en un plazo de dos años en Estados Unidos, que tiene una de las tasas de reincidencia más altas del mundo.
Mientras tanto, no hay rehabilitación para los condenados a muerte.
Según las últimas cifras, Singapur ejecutó a 11 presos en la horca en 2022 y a cinco el año pasado. Todos fueron condenados por delitos relacionados con drogas.
Las autoridades no permitieron que CNN visitara la Institución A1, donde más de 40 presos condenados a muerte esperan el mismo destino.
«Denle una segunda oportunidad a mi hijo»
Fuera de los muros de la prisión, los familiares de los presos condenados a muerte mantienen una vigilia agonizante esperando el destino de sus seres queridos.
Halinda binte Ismail tiene un pelo rubio platino y luce un pequeño piercing en la fosa nasal izquierda.
La mujer de 61 años estuvo en prisión al menos siete veces, siempre por drogas. Halinda dijo que tenía apenas 12 años cuando consumió heroína por primera vez.
Su último arresto fue en 2017, cuando la policía allanó el edificio donde vivía con su hijo mayor, Muhammed Izwan bin Borhan.
Tanto ella como su hijo fueron condenados por narcóticos. Sin embargo, aunque Halinda cumplió cinco años de prisión, su hijo fue sentenciado a muerte después de que la policía lo atrapara con seis paquetes de metanfetamina y heroína, según documentos judiciales. Todavía está en prisión, a la espera de su ejecución.
“Estoy muy enojada por el hecho de que el gobierno no le brinde (a mi hijo) la oportunidad de cambiar su vida”, dijo Halinda.
“Siempre le pido al gobierno que le dé una segunda oportunidad a mi hijo”.
Halinda ahora forma parte de un pequeño movimiento de activistas que buscan prohibir la pena de muerte en Singapur.
“No resuelve nada y simplemente se usa desproporcionadamente contra algunas de las personas más marginadas y débiles de la sociedad”, argumentó Kirsten Han, periodista y activista del Transformative Justice Collective, que defiende a los presos condenados a muerte.
“Simplemente siento que es moralmente incorrecto”.
Las críticas abiertas de Han al sistema de ejecuciones de Singapur derivaron en una enemistad personal con Shanmugam, el ministro del Interior.
“Ella es una de los que idealiza a las personas condenadas a muerte”, le dijo Shanmugam a CNN.
Sin embargo, Shanmugam confirmó una de las observaciones de Han.
Entre los más de 40 reclusos que, según él, se encuentran actualmente en el corredor de la muerte, la mayoría pertenecen a la “categoría socioeconómica más baja”.
Uno de los 11 prisioneros ejecutados en 2022 por delitos de drogas fue Nazeri bin Lajim.
“Tenía la esperanza de que le dieran cadena perpetua, pero literalmente ahorcaron a mi hermano”, dijo su hermana sobreviviente, Nazira.
Nazira comentó que su hermano fue drogadicto toda su vida, pero no era un hombre violento.
En su teléfono mostró una serie de retratos de Nazeri, vestido con una camiseta con estampados brillantes, en las que sonreía y sostenía un signo de victoria ante la cámara.
Antes de cada ejecución, las autoridades organizan una sesión fotográfica profesional en la que los reclusos cambian sus uniformes de prisión por ropa civil.
A Nazira no le gustó el gesto.
“Es una felicidad falsa”, dijo ella.
Ella contó que anima a sus hijos adultos a abandonar Singapur de forma permanente para emigrar a Australia.
Guerra contra las drogas
Los funcionarios de Singapur señalaron encuestas que muestran un apoyo público abrumador a la guerra del gobierno contra las drogas.
En sus apariciones públicas, Shanmugam a menudo destaca el consumo de drogas en las calles de ciudades europeas y estadounidenses para justificar el enfoque de Singapur frente al problema.
Pero quizá sea más apropiado comparar el historial de Singapur con el de Hong Kong, otra excolonia británica que tiene una política de tolerancia cero hacia las drogas.
La población de Hong Kong es aproximadamente un 25% mayor que la de Singapur y no impone la pena de muerte por delitos relacionados con drogas.
Sin embargo, a pesar de tener una población considerablemente mayor, Hong Kong realizó 3.406 arrestos por drogas en 2023, apenas unos cientos más que los 3.101 arrestos por drogas en Singapur.
Y según Shanmugam, los arrestos por drogas en Singapur aumentaron un 10% en 2023, lo que sugiere que tal vez la amenaza de muerte no está actuando como elemento disuasorio contra el crimen.
«Es una lucha que nunca puedes dar por ganada», afirmí Shanmugam.
“Es un trabajo constante”.
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