El sol de octubre penetra las copas de los árboles que adornan la pintoresca Avenida Melián, en el corazón de Belgrano R, uno de los tantos barrios boutique que tiene la Ciudad de Buenos Aires. Dos pibes, en la mejor edad de la infancia, se divierten pateando la tapita de una gaseosa que compraron en el almacén de Don Chicho. Juegan a ver quién la patea más lejos y, así, van caminando cuadras sin noción de tiempo ni espacio. Luego de cruzar Sucre, llegan a la altura 1880 y un barbudo hombre los intercepta frente a un enorme colegio, emplazado en una casona construida a fines del siglo XIX. “¿Ustedes saben qué pasó acá?”, les pregunta, mientras señala el rótulo que anuncia la puerta de ingreso alBuenos Aires English High School. Los pibes se miran entre sí, esbozan una sonrisa y con cara de «¿qué dice este viejo de mierda?», siguen su camino.
De seguro que si Alexander Watson Hutton viviera le sorprendería ver que, en los tiempos que corren, miles de personas -y de niños futboleros criados por la Scaloneta- pasan por la puerta del colegio que él mismo fundó en 1884 sin saber que fue una de las cunas del fútbol argentino y que, a 140 años de su origen, se encuentra un lujoso museo que actúa como el DeLorean en Volver al Futuro para transportarnos hacia el amateurismo, a aquella maravillosa época donde dos equipos vestidos con pesadas camisetas de algodón pateaban una vejiga de cerdo reconvertida en pelota.
Allí, al 1880 de la calle Melián, espera Martín De Vita, el barbudo hombre que se autopercibe como “último hincha de Alumni” y que, siempre que visita el Buenos Aires English High School (BEHS), se siente cara a cara con la historia. Un tanto verborrágico y ansioso por contar todo lo que sabe sobre Watson Hutton, aquel profesor escocés que trajo el fútbol a la Argentina y al que le rindió homenaje en su libro “Alumni, el mito”, De Vita abre las puertas de la escuela y saluda a Estela Alzugaray de Rueda, la directora del oneroso colegio bilingüe.
Foto Guillermo Rodriguez Adami
Para el futbolero, las rejas de hierro del BEHS que niños en etapa primaria cruzan a diario, son un portal de épocas. Una frontera cultural, una fina línea que delimita la abismal diferencia entre el fútbol del presente, marketinero, televisado, de traspasos millonarios y shows de entretiempo, con VAR irruptivo, sin visitantes y plagado de socios adherentes con cuota al día que no conocen lo que es ir a la cancha; con el fútbol del pasado, misterio y ambición por lo que vendrá.
Entre gritos de niños e indicaciones de profesores se mezclan las palabras de una Estela que, luego de una muy cordial bienvenida, encabeza el camino hacia el histórico museo. De repente, un estudiante irrumpe en el camino y la directora se ve en la obligación de hacer uso de su autoridad: “Don’t run boy, be careful. Have a nice day”. Empleando un privilegiado léxico inglés, saluda y advierte a cada alumno que se le aparece. “Siempre les hablo en inglés, es parte del aprendizaje bilingüe que la escuela tiene desde sus comienzos”.
Escondido sobre el sector izquierdo de la galería principal, un corredor de techo abovedado y baldosas de granito que decora la fachada principal, se encuentra el museo herméticamente cerrado por un frailero de hierro que resguarda a la antigua puerta de doble hoja que hace las veces de conector temporal. Los estudiantes de 6°B, aula lindante al túnel del tiempo, pasan y miran hacia adentro luego de que Estela abriera sus puertas. “Desde que son muy chicos nos piden venir al museo, ellos crecen con la historia de Watson Hutton. En fin, vengan, entren…”.
Un aluvión de aroma a papel viejo y cuero envejecido se abalanza sobre todo aquel que ingresa a ese cuarto de paredes empapeladas, plagado de vitrinas con trofeos y antigüedades. Mientras Martín viste a dos maniquíes con las camisetas originales del Alumni Athletic Club, Estela, emocionada, comienza la reconstrucción histórica de la vida de Alexander Watson Hutton, el escocés oriundo Glasgow que, ya graduado a sus 28 años, llegó a la Argentina por recomendación médica para mejorar su calidad de vida manteniéndose lejos de la “tisis”, una enfermedad infecciosa que azotó Europa a mediados del siglo XIX.
El escritorio de Watson Hutton. Foto Guillermo Rodriguez AdamiAdemás de fútbol, el museo tiene cosas de época. Foto Guillermo Rodriguez AdamiViejas pelotas de vejiga de cerdo. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Con una maleta semi vacía, un sombrero, una pelota y el objetivo de enseñar la práctica del fútbol, Hutton desembarcó el 25 de febrero de 1882 en el puerto de Buenos Aires y empezó a trabajar como director del Saint Andrew’s Scots School. Como en Reino Unido el fútbol se enseñaba en escuelas y universidades, una de las primeras medidas que tomó fue solicitar la inclusión de la práctica de deportes dentro de la currícula del colegio y, a cambio, recibió reiteradas negativas porque consideraban que el fútbol era bruto y peligroso para un entorno escolar.
Cansado de esta situación, el 1° de febrero de 1884 funda el Buenos Aires English High School e instala el “modelo Hutton” de enseñanza deportiva en el sistema educativo que decantó en la aparición de los primeros clubes de la Argentina que, a su vez, empezaron a organizar distintos torneos. Aquel movimiento desembocó en la necesidad de darle una estructura seria en un deporte en crecimiento: en 1893, nueve años después de que Alexander fundara su colegio, se creó The Argentine Association Football League, lo que hoy conocemos como Asociación del Fútbol Argentino (AFA), con Hutton como su primer presidente.
Martín corta de cuajo la emotividad que Estela le estaba poniendo a su relato, levanta su pierna izquierda y la apoya en un viejo banco de escuela que se exhibe en el centro del museo. Se arremanga el pantalón y enseña un escudo del Alumni Athletic Club, tatuado a la perfección sobre su tobillo. “Y además Hutton creó este hermoso mito…”, el último hincha de Alumni se señala la insignia con orgullo y admiración hacia su creador. Así le dio el pie -valga la redundancia- a Estela, quien empieza a repasar la historia del célebre club, mientras acaricia la pesada lana de camisetas que acumulan 124 años de historia.
El imponente tatuaje de Martín De Vita, fanático de Alumni. Foto Guillermo Rodriguez Adami Martín De Vita, autopercibido como «el último hincha de Alumni».
Foto Guillermo Rodriguez Adami Estela nos sumerge en la historia de Alumni. Foto Guillermo Rodriguez Adami
La concepción de Alumni se dio cuando Hutton notó que los colegios empezaron a incluir al fútbol en sus currículas y, ergo, en 1898 obligó a que cada uno de ellos organizara un Club Atlético con alumnos y ex alumnos: English High School Athletic Club, fue el del Buenos Aires English High School. Y, claro, en casa de herrero, no podían fallar: se convirtieron en los mejores de la segunda división, en 1893 consiguieron el ascenso a Primera y, ante su rotundo éxito futbolístico, en 1901 les pidieron que dejaran de usar el nombre de EHS para no hacerle publicidad gratuita al colegio: ahí nace Alumni. Lo demás es historia conocida: con 22 títulos (10 de Liga, 8 Copas Nacionales y 4 Internacionales) sigue apareciendo en el top ten de los equipos argentinos más ganadores de nuestra historia, colgándose otras medallas como haber recibido la ponchera de The Herald -prestigioso diario de época- por ser el club más convocante de aquellos años, según una encuesta del mencionado periódico y, claro, haber sido el primer equipo que más jugadores aportó (6 de 11) a la primera Selección Argentina de la historia.
El timbre del colegio retumba entre las paredes del museo. Suena fuerte -muy fuerte- y marca las doce, horario donde todos desactivan el spanish para practicar la lengua con la que Hutton pregonó el fútbol en nuestro país. Y con los efectos de un hilo rojo, ese agudo sonido que provoca una carrera de niños al kiosco, nos devuelve al presente.
Volver a cruzar el umbral hacia la realidad es darse cuenta de que nada cambió. Si uno mira hacia afuera desde la puerta del histórico, todo sigue igual: sobre Avenida Maipú, los peatones pronuncian su joroba mientras escriben en pantallas touch y disfrutan con auriculares bluetooth que los abstraen de la realidad, dos tipos se putean por ver quién le rayó el auto a quién y un vecino los mira mientras su perro defeca sobre la vereda y se va sin levantar las heces.
En ese preciso momento, uno toma real dimensión de que nunca se fue. De que, a pesar del viaje de Hutton y su revisionismo, sigue acá. De que está vivo, en el mismo lugar, en 2024. En Argentina, el país de la crisis, de la híper, de los cinco presidentes en una semana, donde parece que siempre triunfa el más ventajero, el más guapo. Pero también, al salir del museo del Buenos Aires English High School, uno se da cuenta de que sigue estando en Argentina: esa tierra que, por más maltratada que sea, siempre encontrará su refugio en el fútbol. En ese fútbol que Hutton trajo en barco y hoy ostenta tres estrellas y a los mejores de la historia. En ese fútbol que, a pesar de los años, siempre encontrará a dos pibes pateando una pelota: original, de marca, trucha, hecha de trapo o con la tapita de una gaseosa…
Camisetas originales de Alumni.
Foto Guillermo Rodriguez AdamiCamisetas originales de Alumni. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Un libro gratuito que busca divulgar la historia de Alumni
La elaboración del artículo tuvo la colaboración de los datos históricos que se encuentran en el libro «Alumni, el mito», de Martín De Vita, el autopercibido como «último hincha de Alumni». En su libro gratuito, Martín recopiló datos sobre la historia del fútbol, su llegada a la Argentina, el Buenos Aires English High School y la influencia de Watson Hutton para el desarrollo del deporte más importante del país. Su es libro gratuito «para que la historia esté al alcance de todos» y se puede descargar del siguiente link: click acá.