Docente universitario, ensayista y uno de los analistas políticos más importantes de este tiempo, Alejandro Horowicz estará presentando su último libro “Lenin y Trotsky, los dragones de Marx” y brindando un seminario abierto los días 20, 21 y 22 de noviembre en Posadas, en el marco de una articulación entre el Doctorado en Ciencias Humanas y Sociales y la Cátedra Libre Eduardo Galeano-Helena Villagra de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales (FHyCS) de la Universidad Nacional de Misiones.
En esta entrevista, Horowicz propone una exégesis crítica y contextualizada del panorama socio-político argentino y señala los problemas y desafíos que atraviesa la condición humana.
Entrevista realizada por Alexis Rasftopolo*
Pronto estarás desarrollando un seminario en la FHCS-UNaM que propone un recorrido crítico por la historia argentina. En efecto, en “Las dictaduras argentinas”, uno de tus libros, nos ayudas a pensar que los procesos dictatoriales a lo largo del convulsionado siglo XX, en rigor, no son el resultado, simplemente, de la ambición de sectores político-militares o del enfrentamiento entre facciones políticas, sino la manifestación de conflictos económico-políticos más profundos y estructurales en el seno de la sociedad argentina, en el marco de un contexto internacional dinámico.
Pues bien, siguiendo el razonamiento de que hay un entrelazamiento en términos de política económica entre las experiencias dictatoriales, sobre todo de la última dictadura burguesa terrorista, con ciertos gobiernos democráticos (brutalmente experimentado con el menemismo) ¿hasta dónde deberíamos retrotraernos en términos histórico-políticos y que elementos deberíamos considerar en términos analíticos para intentar comprender como llegamos a J. Milei y las inenarrables consecuencias que nos atraviesan por estas horas?
El punto de partida es el rodrigazo. Es el momento en que el programa de Federico Pinedo deja de operar. Entre 1945 y 1975 el programa de sustitución de importaciones funciona con distintas apoyaturas internas y externas; desde el eje puesto en el ahorro interno y el uso de parte de la renta agraria para sostener el take up, hasta el financiamiento externo; desde las medianas y pequeñas empresas locales, hasta las empresas de capital nacional altamente concentrado, incluidas las empresas de capital extranjero que operaban entonces en el mercado nacional, formaron parte de esta lógica económica.
No era una versión política local; aunque pensada por argentinos en la Argentina, terminó siendo el programa cepaliano para el mundo subdesarrollado. Las versiones: primer peronismo (1946 – 1955) hasta el plan Gelbard (1973 -1974), sin olvidar las de Frondizi (1958 – 1962) con apoyo del capital financiero exterior y el ahorro interno, por un lado, así como la propuesta de Adalbert Krieger Vasena (1966 – 1969): crecer industrialmente a partir de la estructura económica nacional existente, con financiamiento externo respaldado en un crecimiento más impetuoso de la producción agropecuaria.
Este programa en todas sus variantes es abandonado definitivamente mediante el rodrigazo; y este nuevo programa del partido del Estado es ejecutado, primero, por el gobierno de la dictadura burguesa terrorista del ´76 al ´83 y, el mismo programa, vía pago de la deuda externa – capital e intereses de intereses-, constituye el condicionamiento que organiza todo el ciclo posterior, cosa que incluye, obviamente, la convertibilidad y el estallido del 2001. ¿El nuevo programa? Pagar la deuda primero contrayendo deuda más luego.
En efecto, el estallido del 2001 consigue una brutal devaluación de mercado; la paridad con el dólar pasa de 1 a 4; y esa devaluación permite una suerte de reactivación del mercado interno acompañada de muy buenos precios agrarios internacionales; como no se regula la circulación de capitales ni existe control de cambios, el excedente se fuga al sistema financiero internacional. El impulso termina por agotarse aproximadamente entre el 2010-2011; después se produce un fenómeno de relativo estancamiento productivo que facilita una redistribución regresiva del ingreso; subrayando que la matriz distributiva de la sociedad argentina no se modifica en ningún momento y donde la mejora de las condiciones de existencia popular está sostenida por el incremento del tamaño de la torta a repartir. Sin olvidar una política de subsidios (energía, transporte) que intenta paliar la matriz distributiva entre el 2004 y el 2015.
A nadie se le escapa que el 23% de 100 es 23 y el 23% de 10.000 es 2300. Por lo tanto no vemos un cambio de matriz distributiva sino fundamentalmente un crecimiento que permite una mejora en las condiciones de existencia inmediata. Bastó que la materialidad que hizo posible esa mejora, el viento de cola del mercado mundial, se agotara junto con el efecto devaluatorio, para que ese procedimiento tambaleara; entonces nuestro punto de llegada en el 2024 reconectó con la crisis sistémica; esto es: condiciones similares a las del rodrigazo sin necesidad de fuerzas armadas, destruidas en el proceso anterior, y sin necesidad de violencia procesista hasta el momento.
Y esto es lo que vemos: reproducción del mismo programa de la dictadura burguesa terrorista en otras condiciones generales del mercado mundial, por un lado, y de la sociedad argentina, por el otro. Pero el mismo programa en su versión desregulada, en condiciones agravadas, termina siendo catastrófico.
A partir de la lectura de parte de tu obra es posible deducir, grosso modo, que la historia argentina está marcada por intentos infructuosos de modernización, en los cuales las élites no lograron articular un proyecto que integrara a los diversos sectores sociales. Un antecedente disonante en tal sentido sería la experiencia del primer peronismo que constituye, a tu juicio, “la vía de acceso, la carta de ciudadanía política, el ingreso de los trabajadores a la república burguesa”. Empero, hacia el final del primer acápite del “Kirchnerismo desarmado” te interrogás si no queda más alternativa que la “democracia de la derrota” habida cuenta de que, entre otros factores, “sin el surgimiento de una nueva fuerza obrera y popular, el orden político existente continúa su marcha degradada”. En efecto: señalás que, en vistas de ello, la salida a tal intríngulis no es nacional y que, en consecuencia, la alternativa sería un programa político a escala sudamericana.
En dicho planteo, justamente, se encuentra latente el énfasis y análisis que haces sobre la importancia del plan económico-político del economista y jurisconsulto Federico Pinedo, hacia la década del ´40, cuyo programa de modernización apuntaba a un proceso de industrialización considerando el fortalecimiento del mercado interno y, en esa tesitura, la importancia de las regulaciones e intervenciones estatales en la economía; estableciendo, en concomitancia, la pertinencia de una articulación regional con Brasil y Chile en vistas de una integración economica a escala latinoamericana que, en el concierto internacional de la época, marcado por la Segunda Guerra y las crecientes dificultades en materia comercial con Europa se tornaba prioritario.
En suma: ¿avizorás coordenadas en este escenario actual de por donde podría impulsarse un programa regional?
La posibilidad de un acuerdo sudamericano, en el momento en que Pinedo formula su plan, resultaba militarmente imposible; para el estado mayor del ejército argentino el enemigo estratégico eran las FF.AA brasileñas y el estado mayor de Brasil pensaba en espejo; era la discusión sobre la hegemonía militar sudamericana; por lo tanto, un take up compartido era imposible cuando el desarrollo industrial de cada uno de los dos países tenía por objeto vencer militarmente al país limítrofe. En ese punto opera la lectura de Golbery do Couto e Silva; militar que piensa estratégicamente desde el estado mayor brasileño esta secuencia, el problema; privilegia el acuerdo con USA para desbalancear el equilibrio sudamericano en favor de Brasilia. Es una dirección; en la otra, la conferencia de 1944 con que el entonces coronel Perón inaugura la Cátedra de Defensa Nacional en la Universidad de La Plata; Perón plantea el diferendo en términos militares, sin explicar en detalle cómo se materializa la victoria.
Pasaron décadas. El desprestigio de la FF.AA en Argentina, y la ventaja relativa de la industria brasileña permitió otro enfoque. Recién con la creación del Mercosur en 1991 esta posibilidad emerge; pero en ese momento las distancias económicas relativas entre Argentina y Brasil favorecen a Itamaraty. En 1950 el Producto Bruto Industrial de Brasil era inferior todavía al PBI Industrial de la Argentina y no estoy hablando per cápita. A partir de 1964, del golpe de Castelo Branco en Brasil, se practica intensamente un programa de obra pública y de sustitución de importaciones, que sostenido en un importante mercado interno permite un cierto take up; ese programa empalma con la visión de Henry Kissinger sobre Brasil como aliado estratégico de los Estados Unidos en la región. Pero esta visión de ninguna manera permitía la confluencia de ambos estados mayores y de ambas políticas industriales. Salvo que Brasil regulara los términos de la confluencia.
Este Mercosur no incluye un banco sudamericano, con reservas sudamericanas y moneda sudamericana, y estrategia sudamericana unificada; en suma, una política tan limitada corre el riesgo de retroceder hasta su punto de partida, es decir, desaparecer.
Esta tensión sacude el Mercosur: o avanza en dirección a una integración superior y, por tanto, a un cambio de la escala política, o retrocede a su punto de partida.
Para que no suene a propaganda y se entienda: cuando el riesgo país está en 1.100 puntos se nos está informando que debemos pagar una sobre tasa 10%, respecto a la tasa de la Reserva Federal. Tasa de interés que ronda los 4.75 % anual. El motivo de la gran alegría financiera del gobierno es pagar en dólares 15% anual; una tasa que no existe salvo en mercados marginales de este planeta. Entender que la cuestión está en manos de Brasil, que paga menos de la mitad para financiarse, desbloquea el irresoluble problema de la deuda pública y privada nacional.
Con moneda unificada sostenida en las reservas brasileñas (más de 360.000 millones de dólares) y un mercado interno de otro tamaño el horizonte cambia. Pero está decisión, es preciso dejarlo suficientemente claro, depende de Ignacio Lula da Silva. Claro que Javier Milei tiene la oportunidad de rechazarla, como rechazó formar parte de los BRICS.
En cierta medida, a partir de los asuntos tratados en tu obra (el peronismo, las dictaduras militares argentinas, los procesos revolucionarios a escala internacional, la socio-génesis, causas, consecuencias, latencias e imbricaciones posibles entre dichos fenómenos), puede pensarse, finalmente, que, lo que te preocupa y ocupa es el intento de sumar colectivamente a la posibilidad de un proyecto raizal que, en materia económica, política, cultural y ética, en definitiva, se contraponga a la axiología del capital.
No obstante, hemos aprendido de que hay más desconocimiento que certezas, y que, en rigor, hay preguntas cuyas respuestas no son tan sencillas de dar.
Sin embargo y por esto mismo es necesario el intento; y de allí el interrogante nada fácil: ¿hay alternativas a esta tanato-política global, a la configuración de este vasto cementerio en que está derivando la experiencia humana, poniendo en peligro a la totalidad de la vida en el planeta?
Es verdad que la crisis argentina no es solo una crisis argentina y que en la Argentina la crisis asume un formato, por así decirlo, enormemente más brutal. La sociedad argentina venía de una situación previa muy superior a la del resto de América Latina, durante la década del 50, e incluso superior por momentos a países centrales devastados por la II Guerra Mundial.
Si nosotros pensamos la Argentina de 1950 contra la España de 1950, o la Italia de 1950, o la Francia de 1950, o Alemania de 1950, tenemos que admitir que todas las clases sociales vivían mejor en la Argentina. Y la situación de los trabajadores en 1950 era en términos relativos bastante más amable.
Este cuadro comienza a modificarse a partir de la década del ´60 y ´70; el surgimiento del capital tecnológico y la fábrica mundial China pone en entredicho la sobrevivencia humana en el planeta. La defensa de la tasa de rentabilidad como principal indicador del crecimiento económico, no solo no permite visualizar los problemas actuales (calentamiento global, ruptura de los hábitat de la producción alimentaria, avance de la zona árida sobre la boscosa, etc) sino que destruye la agenda ecológica de Naciones Unidas. Como considerar una agenda que no se respeta.
Y, en esta dirección, hablar de una fuerte corriente tanática tiene sentido. Las lecturas apocalípticas se han instalado ya no simplemente como recursos de ciencia ficción sino como posibilidades evidentes.
La idea de abandonar este planeta para colonizar otro, porque hemos destruido las condiciones de habitabilidad humana, empiezan a ser un horizonte político obvio. El conjunto de pandemias y pestes varias posibles de dispararse todo el tiempo, por la ruptura del equilibrio ecológico que este modo de producir alimentos supone, rompe las condiciones de sustentabilidad productiva; ruptura que pone sobre el tapete la inviabilidad del capitalismo realmente existente.
Aceptar que este es el problema no supone resolverlo, pero ignorarlo es mucho más grave aún. Y este modo de ignorarlo (saber que existe pero no actuar en consecuencia) desacredita los argumentos al volverlos chácara hueca. En este punto nos encontramos. Si esto va a terminar sucediendo o si seremos capaces de evitar la catástrofe, constituye la discusión política de la próxima década.
Alejandro Horowicz (Buenos Aires, 1949). Ensayista argentino, doctor en ciencias sociales, docente universitario. Publicó varios libros, entre ellos, se destacan: “Los cuatro peronismos”; “El país que estalló”, “Las dictaduras argentinas”, “El huracán rojo”, “El kirchenrismo desarmado” y su última obra “Lenin y Trotsky, los dragones de Marx”.
*Alexis Rasftopolo, doctor en comunicación social. Docente de la FHCS-UNaM. Integra el comité organizador de la Cátedra Libre Eduardo Galeano-Helena Villagra (UNaM).
Foto: Revista El diletante.