No es inusual ni original que un gobierno democrático declare cuando asume que quiere terminar con la ideologización del ministerio de Relaciones Exteriores, para luego tratar de imponer otra ideología.
Lo que puede ser novedoso es que en un contexto global de altísima peligrosidad, un gobierno tome posiciones hiper-ideologizadas que pueden afectar los intereses y el prestigio del país, o los objetivos de su política exterior.
Estas posiciones, aunadas a la inexperiencia en cuanto a como funciona el sistema internacional, y la falta de consulta con los expertos en la Cancillería, pueden ser nocivos para su accionar externo.
El asumir posiciones hiper-ideologizadas no tiende a ser positivo para la implementación de una política exterior eficiente y eficaz en el tiempo, ya que se magnifica la ya característica naturaleza zigzagueante e impredecible de nuestra accionar externo.
Ejemplos de esto son los obstáculos innecesarios que se han creado para ingresar a la Organización de Cooperación y Desarrollo (OCDE)—de orientación liberal—, y lograr los apoyos mínimos en Naciones Unidas (ONU) en cuanto a Malvinas. O el oponerse a la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en el G20, y no votar en contra de la violencia contra las mujeres y niñas en la ONU.
El votar en solitario contra los derechos de los pueblos originarios en la ONU y el retirarse de la COP29 en Bakú. También los impedimentos para tener una pragmática y productiva relación con China, y el optar por votar incondicionalmente junto a EE.UU y/o Israel en la ONU.
El adoptar enfoques hiper-ideologizados en un contexto bipolar —EE.UU. y China— pero no hegemónico, impacta negativamente el comportamiento del cuerpo diplomático, y el funcionamiento de la Cancillería, que es en definitiva el brazo ejecutor de la política exterior.
El ex-secretario norteamericano Dean Acheson, creía que la función de un consejero/ diplomático con respecto a su jefe era la de ser franco, sincero y vigoroso al dar consejos, y a su vez “enérgico y leal en aceptar sus decisiones y llevarlas a cabo”. Así, el diplomático debería ofrecer alternativas de acción, analizando sus ventajas y desventajas, y realizar una recomendación, incorporando la “memoria institucional” del ministerio en cuanto al funcionamiento global en términos diplomáticos y legales.
Pero luego debe implementar lo que se decida, con todo su empeño. Los enfoques hiper-ideológicos pueden tener el efecto de que los diplomáticos más realistas y/o moderados, puedan aparecer como funcionarios sin coraje o determinación. Se corre así el riesgo de dar ventajas a los diplomáticos con conductas similares a las que el diplomático francés François-Poncet le atribuyó a un famoso diplomático alemán: “el ejemplo del cortesano consumado, que nunca contradecía a su amo, y nunca expresaba una objeción. Y sistemáticamente estaba de acuerdo con la opinión de su jefe, siendo más papista que el papa”.
Por otro lado, es entendible que el ejecutivo quiera ubicar en la Cancillería a personas que compartan su visión. Pero es muy importante que estos funcionarios tengan el conocimiento temático específico y la suficiente experiencia internacional como para que sus contribuciones sean positivas y no contraproducentes al accionar exterior.
Si según Maquiavelo, “Es por lo que las personas se apropian indebidamente, y no por lo que le otorgan, lo que genera odio hacia ellas”, mas insatisfacción se generará en la cancillería, si estas personas comienzan a generar obvios “errores no forzados”, o a implementar acciones inefectivas.
Por otra parte, puede ser válido no querer lograr consensos a nivel interno con grupos políticos que pueden ser considerados corruptos, con pruebas evidentes. Pero si pueden haber existido —en este periodo democrático—, divergencias ideológicas o de implementación entre el poder ejecutivo y los diplomáticos, la cancillería no se ha caracterizado, como otros ministerios, por haber tenido flagrantes actos de corrupción.
Es por ello que el poder ejecutivo debe buscar el apoyo del cuerpo diplomático para que las estrategias y acciones en materia de política exterior sean efectivas y no contraproducentes en cuanto a los diversos objetivos — a múltiples niveles— que se procuran cumplir. Para llevar a cabo esta delicada labor es útil recordar que en el ámbito internacional el consenso no puede ser establecido sobre creencias absolutas.
En adición a cumplir un rol de moderación procurando evitar el tomar posiciones o realizar acciones exageradas/excesivas que pueden ser contraproducente por razones políticas o técnicas, la cancillería es un proveedor de funcionarios de fuste internacional, a ser aprovechado.
Un ejemplo es el caso del embajador Rafael Grossi, Director General de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), con un rol destacado en tiempos de alta peligrosidad. Otro ejemplo es el experimentado diplomático que el ministro de Justicia Mariano Cúneo Libarona escogió para enfrentar la evaluación del Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI), y evitar entrar en la temida lista gris: Eugenio Maria Curia. Este funcionario posee el conocimiento técnico específico y la memoria institucional.
Por último, no hay que olvidar que como decía Raymond Aron: “detrás de las ideologías está siempre la tiranía de los intereses”. Así, los intereses de grupos particulares no pueden estar nunca por sobre los intereses de la Nación.
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