“Creo que (Milei) no tiene plan, ni licuadora, ni motosierra. Se creó un monstruo mediático que está todavía gozando de sus dos o tres meses de luna de miel, como se merece cada gobierno, pero a este cada vez le quedan menos cartuchos”. (15 de febrero de 2024)
“El Gobierno es Macri. No nos vamos a sorprender. Si sabemos que le está manejando todo por atrás. Si este (Milei) es un simple gerente de las internacionales”. (3 de marzo)
«Hoy el Gobierno es el hazmerreír del mundo”. (9 de mayo)
«Esa soberbia (del Gobierno) de a poco se le va a terminar cuando sean más masivas las movilizaciones, cuando sean más masivos los paros, todas las medidas que va a ir llevando la CGT”. (9 de mayo)
“El consejo de mayo es un manotazo de ahogado porque [Milei] no pudo llevar adelante la reforma que quiere llevar adelante el Fondo Monetario Internacional. Va a fracasar nuevamente”. (27 de mayo)
«El Gobierno no pega una (…) Es derrota tras derrota. Decían que había que darle más tiempo, pero creo que el tiempo se está acelerando”. (5 de junio)
“La única forma de resistir es en la calle. Yo no concuerdo con aquellos compañeros que se sientan a charlar con el Gobierno. ¿Qué te vas a sentar a charlar? «. (3 de octubre)
La secuencia deja claro que Pablo Moyano puede tener algún talento, pero no el de la predicción política ni el del análisis de la realidad que le permita anticipar el futuro.
Más allá de que la moneda aún gira en el aire, y la vuelta olímpica del Gobierno está muy lejos, la del camionero no es lo que se dice una suma de aciertos que consagren su perspicacia política.
Si dice que saldrá el sol, mejor agarrar el paraguas.
Hoy afuera de la CGT, se sabe desde hace rato que Pablo Moyano se siente más cómodo en la fractura que en el acuerdo. No es de extrañar, entonces, que Gerardo Martínez de la UOCRA y Andrés Rodríguez de UPCN hayan sincerado por estas horas las diferencias que los separan con el camionero desde hace tiempo. Los sentaba a la misma mesa las conveniencias coyunturales y provisorias, no las miradas compartidas.
Hasta Hugo, el padre, vio venir el vacío y prefirió bajarse antes del «bondi» de la oposición salvaje: se desmarcó de la renuncia de su hijo, dijo que Camioneros seguirá formando parte de la CGT y busca quien lo reemplace como representante del sindicato en la central obrera.
Siempre provocador, Pablo Moyano sólo parece conocer dos tonos: el oficialismo grotesco o el apriete violento. «Massa es el hombre indicado que llega en el momento justo», exageró en agosto de 2022, cuando el del Frente Renovador asumía en el ministerio de Economía.
En un país que reclama normalidad -aunque el Presidente muchas veces parezca indicar el camino contrario-, resulta lógico que el patoterismo empiece a ser empujado hacia los márgenes, y debería quedar encerrado en el espacio estrecho de la coacción que la mayoría rechaza. Claro que en la Argentina nunca se sabe.
«Es un outsider, un líbero que solamente es portador de un apellido y que ha sido fácilmente usable por el kirchnerismo», lo descalificó Gerardo Martínez.
La condición de portador de apellido la comparte con Máximo Kirchner, otro dirigente del que la mayoría del peronismo buscará despegarse más temprano que tarde. La supervivencia de ambos en la vida pública está atada a la vigencia política de su progenitores, y el ocaso de estos arrastrará a sus herederos, desprovistos por ahora de sagacidades reconocibles.
La normalización de la economía, como dato principal del éxito provisional de Milei, no significa solamente la baja de la inflación, – aunque sí, primero que nada- y otros índices, sino también el reacomodamiento de los dirigentes en la oposición.
Es lo que pasa por estas horas en el sindicalismo y empuja a Pablo Moyano a la periferia de los que en este tiempo tienen una única apuesta: que se rompa todo.
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Gonzalo Abascal
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