Murales, vitrales, clases de arte para niños con inquietudes, y sin ellas, juguetes de madera, ilustraciones para revistas a la vanguardia, pero también para editoriales católicas cuyas ideas rechazaba. Vasta es la lista de cosas que, desde muy joven, tuvo que hacer el maestro uruguayo Joaquín Torres García para sobrevivir, mientras con su obra revolucionaba el lenguaje plástico latinoamericano e impactaba sobre una generación de artistas más jóvenes. Ahora, a 150 años de su nacimiento, el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires le rinde homenaje con una muestra, y todas esas cosas que, en teoría, desbordaban el campo de la pintura y de sus concepciones estéticas, encuentran su lugar en las salas, para darle a los espectadores una visión completa, genuina y renovada de este artista.
La exposición se suma a una serie de muestras que vienen festejando el trabajo de Torres en Uruguay y la Argentina. Abarca entonces toda su vida artística, a través de obras pertenecientes al Museo, pero también de piezas cedidas para la ocasión por el Malba, el Moderno, y colecciones privadas. El Bellas Artes ya había sido sede de una retrospectiva itinerante del uruguayo cincuenta años atrás. Un homenaje que, en ese caso, celebraba el centenario.
Montaje de la muestra del artista Joaquín Torres García en el Museo Nacional Bellas Artes. Foto: Mariana Nedelcu.
Pero con la presentación de objetos inéditos y una mirada integradora, la muestra de hoy trasciende el mero homenaje. “Joaquín Torres García. Ensayo y convicción testimonia el proyecto de un arte fundado, simultáneamente, sobre lo latinoamericano y lo universal, ideario que puso en práctica a través de varios caminos”, presenta Andrés Duprat, director del museo.
Varios caminos
En las salas de la muestra, curada por Cristina Rossi, esos varios caminos encuentran su cauce junto a las pinturas que hicieron de Torres un artista célebre, tanto para los críticos como para el público en general.
Montaje de la muestra del artista Joaquín Torres García en el Museo Nacional Bellas Artes. Foto: Mariana Nedelcu.
Había nacido en Montevideo en 1874, pero vivió entre los 17 y los 60 años afuera de Uruguay. El universalismo, al que dio forma en la teoría y en la práctica, fue entonces antes una experiencia de vida que una idea: la Catalunya moderna y europea de fines del siglo XIX fue su cuna artística, mientras que sus experiencias en Nueva York, París, Italia y Madrid terminaron de templar su espíritu creativo.
Vio y vivió de cerca la Primera Guerra, padeció de forma directa el impacto del crack financiero de Wall Street, resonó con las premisas de las vanguardias, pero se alejó cuando sintió que la rigidez de algunos grupos atentaba contra la libertad de los autores.
Montaje de la muestra del artista Joaquín Torres García en el Museo Nacional Bellas Artes. Foto: Mariana Nedelcu.
De vuelta de la vida y de las doctrinas, se radicó en su Montevideo natal: allí invirtió el mapa, organizó un colectivo de artistas que trabajó sin distinguir entre arte y artesanía y renegó de varias de las cosas que había dicho.
A lo largo de su vida la escritura, junto a cada una de las cosas que hizo además de pintar, fueron los ensayos que le permitieron explorar su propia individualidad sin perderse. Para algunos dejó de ser Torres para ser Maestro, una ironía de la vida para quien, de joven, había padecido el tener que dar clases.
Montaje de la muestra del artista Joaquín Torres García en el Museo Nacional Bellas Artes. Foto: Mariana Nedelcu.
A lo largo de su carrera, el Universalismo Constructivo fue el aliento que lo mantuvo vital. Quedó plasmado en obras que sobrepasaron, con creces, el impacto que se espera que tenga en el público una pintura. (Que levante la mano quien no haya visto nunca remeras, magnetos o calcos replicando aquellas construcciones reticulares en rojo, azul y amarillo, dentro de cuyas celdas Torres ubicaba peces, autos o humanos esquemáticos, sus “ideas pintadas”).
Se trata del desafío de poder darle una estructura de comprensión universal a las ideas, de encontrar lo espiritual que puede habitar en esas geometrías puras, de ser atemporal sin dejar de ser nunca un hijo de su tiempo. Un tiempo en el cual, lejos todavía de internet y la globalización, lo universal era una añoranza amorosa.
Montaje de la muestra del artista Joaquín Torres García en el Museo Nacional Bellas Artes. Foto: Mariana Nedelcu.
Tres núcleos básicos
La muestra se organiza a partir de tres núcleos básicos, diferenciando sus exploraciones en papel y pintura, y sus abordajes de la figura humana y el paisaje. Muchos verán entonces por primera vez los cuerpos que un joven Torres pintó, influenciado todavía por el clasicismo griego, en el que todavía no hay pistas de la geometrización que vendrá después.
Montaje de la muestra del artista Joaquín Torres García en el Museo Nacional Bellas Artes. Foto: Mariana Nedelcu.
También, los juguetes de madera que el artista realizó durante su estadía en Nueva York, candorosos animales y pequeñas personitas articuladas que fueron el modo que encontró Torres para emprender una solución económica a los problemas que siempre suscita alimentar una familia, sin alejarse demasiado de la pintura.
Son así mismo de la partida las ilustraciones para revistas catalanas, y sus cuadernos caligráficos, algunos inéditos. Se trata de una amplia colección de lo que hoy llamamos libro de artista, en los que ya se avizora su interés por el símbolo y sus posibilidades de articulación tanto con el dibujo como con la escritura.
Montaje de la muestra del artista Joaquín Torres García en el Museo Nacional Bellas Artes. Foto: Mariana Nedelcu.
La presencia de letras será la marca registrada de muchos de sus reconocidos paisajes, cuando la retícula ya comience a asomar como principio constructivo. Los de Nueva York y Barcelona, que son de los más hermosos, forman también parte de la muestra.
La palabra también integra la obra que el artista pintó inspirado en la Séptima Sinfonía de Dmitriv Shostacovich, una obra menos vista, en la que Torres alude directamente a la Unión Soviética en un guiño que además rechaza la invasión sufrida por parte de los nazis.
Montaje de la muestra del artista Joaquín Torres García en el Museo Nacional Bellas Artes. Foto: Mariana Nedelcu.
Por último, también se presenta un video en el que pueden verse los murales que el artista realizó para el hospital Saint Bois de Montevideo que, tras ser reubicados en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, se destruyeron a causa de un incendio en 1978.
Apoyándose en un estudio riguroso de su vida y su obra, la curadora logra dar cuenta de una vida en la que, como añoraban las vanguardias, los límites con el arte se diluyen. No teme en mostrar esas cosas que Joaquín Torres García, el hombre, hacía, mientras el Maestro Torres pintaba, ni en mencionar las angustias y las frustraciones que también fueron el aliciente de su trabajo.
“La muestra destaca la dimensión humana de quien, en cada encrucijada, logró la templanza y la resiliencia necesarias para enfrentar los desafíos sin temor al cambio”, señala Rossi. Mientras el Universalismo Constructivo revolucionaba el lenguaje plástico, Joaquín Torres García llevaba a cabo su propia revolución interna: la de volver, como una suerte de Sísifo, a subir cuesta arriba el camino del artista, cargando en sus hombros entusiasmos, frustraciones e incertidumbres. A ciento cincuenta años de su nacimiento, que inspirador y saludable nos resulta recordarlo.
Joaquín Torres García. Ensayo y convicción, en el Museo Nacional de Bellas Artes, Av. Del Libertador 1473.
Sobre la firma
Julia VIllaro
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