Mientras el 2024 comienza a despedirse, Australia se embarcó en una experiencia que podría cambiar la manera en la que nos vinculamos con la tecnología. El gobierno acaba de prohibir el ingreso de menores de 16 años a redes sociales, en un esfuerzo que algunas personas celebran y otras ven con escepticismo o incluso preocupación, pero que ha servido para reavivar un viejo debate… ¿podemos decir que TikTok, Instagram y Snapchat son adictivas?
Se trata de la ley de Internet más estricta que se conoce y que fue aprobada hace algunos días por amplia mayoría en el Parlamento de aquel país. Si bien aún restan establecer detalles de su implementación, restringe el acceso a Snapchat, TikTok, Facebook, Instagram y X a los más chicos mientras que fija multas de hasta 32 millones de dólares para las empresas que no arbitren los medios para que esto suceda.
“Queremos que nuestros chicos puedan disfrutar de su niñez y que los padres sepan que los respaldamos”, aseguró a la prensa Anthony Albanese, primer ministro australiano, quien cree que se trata de una forma eficaz de proteger a los más jóvenes de “los daños de las redes sociales”.
Las redes son también un medio de sociabilidad. Foto: Vinicius Wiesehofer / Pexels)
Hoy no hay mecanismos para validar la edad que no vulneren la privacidad del usuario.
¿Una ley incumplible?
Sin embargo, existen razones para pensar que será muy difícil que eso se cumpla. Por un lado, se han dejado de lado a plataformas como los mensajeros instantáneos y los chatbots de Inteligencia Artificial, que parecen ser tan problemáticos (o más) que las redes sociales.
Y por otro, hoy resulta difícil imaginar mecanismos para validar la identidad y edad de los usuarios de forma eficaz sin vulnerar su privacidad. La ley, además, no estipula multas ni castigos a padres o menores, sólo a empresas. Sería, sin dudas, una ley muy fácil de violar por los ciudadanos.
Existen, además, quienes razonablemente se preguntan si es correcto excluir a un sector de la población de espacios digitales que hoy son fuente de información y sociabilidad para millones de personas. ¿Es legítimo prohibirle el acceso a una parte de la población a estos servicios? ¿No es mejor exigir, por ejemplo, una moderación de contenidos más estricta para evitar discursos de odio, hostigamiento y desinformación?
La base del debate es si esta tecnología puede ser verdaderamente considerada adictiva o si simplemente es muy buena. No parece haber dudas de que resulta irresistible para millones de personas, pero aún resta poder mostrar que genera comportamientos que están fuera de nuestro control.
Sí parece claro que su atractivo descansa en la manera en la que satisface algunas de las necesidades de nuestro cerebro, que busca recompensas inesperadas en el azar, tal como sucede con las máquinas tragamonedas, y que emplea tácticas de diseño como sugerir de manera automática más contenido, poner los videos en loop y poner obstáculos a la hora de poder controlar el tiempo que pasamos en línea. Y los más chicos parecen ser más vulnerables a estas estrategias
De todas formas, más allá del escepticismo y las preocupaciones que esta legislación genera, será interesante ver cómo resulta cuando se implemente.
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Tomás BalmacedaBio completa
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