Hace varios años el adulterio dejó de ser causal de divorcio en la Argentina. Hoy, pocos se escandalizan por los amores furtivos atribuidos a algún miembro de una sociedad conyugal. Esa corriente suele traer consigo comprensión y disculpa. Sin embargo, en el ambiente del fútbol y más precisamente en lo que atañe al vínculo entre un hincha y la divisa de sus amores, renegar de la identificación con un estandarte partidario constituye -casi- una “traición a la Patria”.
En un pasaje de la consagrada película “El secreto de sus ojos”, uno de los personajes afirma, como si se ajustara a una verdad revelada, que alguien puede cambiar de mujer, idea política o religión pero jamás, de club. Según ese aserto, se nace con una pertenencia (por lo general a la institución del barrio) y se muere con ella. Después de escuchar tan enfático testimonio pensé que mi caso, totalmente opuesto, respondía a una patología. Solo subsanable con la intervención de un psicólogo o un psiquiatra.
En 1961 me asocié a Racing y fui hincha acérrimo. En 1975, River, con J. J. López, Merlo y Alonso como abanderados, me “distrajo” y después me atrapó por completo. De nuevo, en calidad de abonado y de seguidor empedernido. Los magros desempeños de los elencos albicelestes habían contribuido a mi éxodo. Mi tránsito por Núñez resultó efímero. La meta siguiente, siempre como socio, fue Independiente y Bochini como seductor imán. En 2004, con un fanatismo menguado, puse fin a mi periplo tribunero.
Después de mi confesión, ya adivino el título que querrán adjudicarme los hinchas tradicionales: “rara avis”. Lo acepto pero me reconozco, más precisamente, como un “mercenario” del fútbol.
Alejandro De Muro [email protected]
OTRAS CARTAS
Un paraíso descuidado
Hacía un tiempo que no viajaba a San Martín de los Andes desde Zapala, en Neuquén. Me enfrenté a una ruta donde ganan por goleada los baches, el ripio y el abandono. Tal peligrosidad está muy lejos de un camino de excelencia hacia un destino turístico de primera línea. Llegué a una ciudad escondida tras árboles inmensos y descuidados por los encargados de mantenerlos prolijos y sin riesgo. Es una ciudad en la que trabajé y pasé, quizás, los mejores momentos de mi vida. Pero hoy también le debo recriminar al gobierno que se dificulta mucho caminar por sus veredas destruidas, peligrosas. Todo es demasiado evidente como para guardar silencio ante la dejadez que presenta San Martín de los Andes. Sus funcionarios deberían poner fin a la desidia.
Dr. Hector Luis Manchini [email protected]
Robos en colectivos
Iba en colectivo desde Constitución hacia Barracas cuando, en la parada de Salta y O’Brien, subieron 8 personas todas juntas que pagaron sus boletos. Al rato escuché un grito y se bajan todos juntos en la parada cerca del Hospital Borda. Quisieron robar un celular. Me enteré que es frecuente que roben ahí de esa manera, como también frente a la Villa 31 de Retiro frente a la autopista. Fui a la Comisaría 4 D para preguntar si se puede hacer prevención;me atendió un subcomisario que no hizo nada. Más allá de hacer una denuncia que generalmente termina archivada, no es la primera vez que uno pide que se cumpla con la prevención policial para detectar los delitos. Pero no se observa coordinación entre comisaría y brigadas de investigación.
Oscar F. Goyeneche [email protected]
Reflexión de inicio de año
Israelíes y palestinos, rusos y ucranianos, así como otros, sufren el terrorismo de “seres” que no tienen nacionalidad. Es necesario despertar de la manipulación y la mentira que nos hace tomar partido por uno u otro bando. Todos los seres de buena voluntad tenemos que hacer un frente común para multiplicar nuestras fuerzas y así, poder desalojar la negatividad del planeta. Lograr una invocación conjunta de amor, unidos a través de la religiosidad esencial que trasciende cualquier creencia impuesta que impide vernos como hermanos, hijos de un mismo Dios. Y así, poder unir nuestras almas en un solo pedido: ¡Paz! De nosotros depende.
Julio A. Cocimano [email protected]
Celebrar la vida
Un día llegamos al mundo y comienza a desandar la cuerda que, imaginariamente, en la eternidad del Universo, alguien, algo, ¿Dios? dirá que es “la duración” que tendrá ese ser que fue invitado privilegiado a la gran fiesta de la vida. Junto al primer llanto, que será como el Big Bang de su existencia, comenzarán las vivencias, que son comunes a todos pero impactan de distinta manera en todos. Hoy, conscientes de la cuerda consumida pero estando aún en la gran fiesta los invito a celebrar la vida que nos dimos y la que aún nos daremos.
Juan José de Guzmán [email protected]
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