Los sistemas naturales que hacen posible la vida en la Tierra, incluyendo la humana, están en peligro ante la imparable conversión de ecosistemas, la explotación intensiva de bienes naturales, nuestros hábitos de producción y consumo, el cambio climático y la contaminación. Esto exige respuestas urgentes y coordinadas.
Fenómenos extremos como las olas de calor, las sequías prolongadas, las inundaciones y los incendios forestales causan pérdidas y daños incalculables. El 40% de las tierras del Planeta están degradadas y las sequías han aumentado un 29% desde el año 2000. La reciente sequía en la Argentina, con severos impactos socioambientales, dejó pérdidas por unos USD 20.000 millones en ingresos por exportaciones solo en 2023, según un informe de la Bolsa de Comercio de Rosario.
Una tierra sana garantiza alcanzar las metas sobre el clima, naturaleza y desarrollo sostenible. Las y los líderes del mundo deben conciliar la producción de alimentos con el cuidado de los ecosistemas. No puede haber producción ni vida posible con ecosistemas destruidos.
Este 2024 albergó tres cumbres internacionales: la COP16 de Biodiversidad en Cali, Colombia; COP29 de Cambio Climático en Bakú, Azerbaiyán; y COP16 de Desertificación en Riad, Arabia Saudita. Un punto en común fue la necesidad de contar con financiamiento a la altura de los desafíos por parte de los países desarrollados hacia los países en vías de desarrollo. Sin embargo, estuvo lejos de lo esperado.
El acuerdo financiero por USD 300.000 millones anuales hasta 2035 para que los países en desarrollo hagan frente a la crisis climática dejó sabor a poco, frente a los 1.3 billones de dólares anuales reclamados por el G77+China, un grupo que reúne a países en vías de desarrollo.
El cumplimiento del Marco Mundial de Biodiversidad pudo haberse visto sumamente comprometido al no alcanzarse acuerdo sobre su marco de seguimiento y mecanismos para la planificación, monitoreo, reporte y revisión, incluyendo su revisión global. Detrás de ello, se encuentra la presión de países del Sur Global por lograr un nuevo mecanismo de financiamiento exclusivo para la biodiversidad.
Por su parte, en la COP16 de Desertificación se esperaba un nuevo acuerdo global sobre sequías, un fenómeno natural del que ya ningún país escapa, agravado por el cambio climático y que degrada la valiosa pero frágil biodiversidad de las tierras secas. Los países que participan de estas negociaciones no lograron acordar si el nuevo instrumento debía ser legalmente vinculante o no, lo que también traería un financiamiento asociado para afrontar este fenómeno.
El multilateralismo no es una carrera de 100 metros: es una maratón. En este escenario global adverso es importante poner en valor cada paso que logra dar, aún cuando el acuerdo sea poner sobre la mesa que no es posible un acuerdo, pero con el compromiso de continuar con negociaciones sustantivas.
En esta línea, la sociedad civil organizada y los titulares de derechos -pueblos indígenas, comunidades locales, mujeres y jóvenes- reclaman por procesos internacionales que dialoguen entre sí, participativos e inclusivos, que aborden sin pausa pero con prisa transversalmente acciones por el clima, la conservación, uso sostenible y restauración de la biodiversidad, y una gestión responsable de la tierra para bien del ambiente y de toda la humanidad.
Ana Di Pangracio es Directora ejecutiva adjunta de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN)
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