De los 101 futbolistas que jugaron tanto en Boca como en River, Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca protagonizaron el traspaso más polémico de todos. Es difícil de entender que algo así suceda en la actualidad. Inimaginable. Algo que resulta imposible que se repita, bajo cualquier circunstancia. Sin embargo ocurrió, hace 40 años.
Es 30 de enero de 1985 y el defensor y el delantero, dos de las máximas figuras surgidas del semillero de Boca, firman su contrato con su nuevo club: River. Seis días más tarde posan sonrientes desde la portada de la revista El Gráfico con la banda roja atravesándoles el pecho, en cuclillas en el medio del Monumental. Y un título que resume todo: ¡Al fin! La imagen trae paz a un volcánico inicio de año para el fútbol argentino, donde una huelga general dictada por Futbolistas Argentinos Agremiados había parado la pelota. Pero, al mismo tiempo, les rompe el corazón a decenas de miles de hinchas xeneizes, que jamás perdonarán a “los traidores”.
Para comprender ese desenlace hay que arrancar por el principio y entender el contexto. Boca había dejado atrás el peor año de su historia: 1984. Luego de meses caóticos y desesperantes en donde hubo huelgas varias del plantel profesional, de los empleados en general, denuncias de un falso riesgo de derrumbe de la Bombonera (por las que fue clausurada preventivamente), un insólito partido disputado por juveniles que terminaron jugando contra Atlanta con camisetas blancas y números pintados, y una olvidable gira por Europa en donde sufrió la peor derrota de todas (9 a 1 frente a Barcelona), el club fue intervenido.
Dicha responsabilidad recayó en el doctor Federico Polak, que hizo una tarea impecable y entre otros conflictos debió desactivar en 72 horas el posible remate judicial de la Bombonera por una deuda de 35.000 dólares con el club Wanderers de Montevideo, por la transferencia del volante uruguayo Ariel Krasouski. En apenas 40 días de gestión tocó las teclas justas para empezar a reencauzar la historia azul y oro (antes de que el 5 de enero del 85 asumiera como presidente Antonio Alegre), secundado como vice por Héctor Martínez Sosa; ambos completaron el período que había iniciado Domingo Corigliano en 1983.
Pero más allá de que las aguas estaban más calmas, hubo conflictos más difíciles de resolver. Además de los más de 100 juicios laborales y deudas que debió enfrentar primero Polak y más tarde la flamante Comisión Directiva, el más resonante fue el que se dio con el plantel profesional, con Ruggeri y Gareca a la cabeza, quienes molestos por el retraso en los pagos y las demoras para resolver cuestiones económicas, llegaron al extremo de declarar una huelga durante dos semanas, en diciembre, para resolver una situación en la que debió intervenir Futbolistas Argentinos Agremiados.
El foco del conflicto era el siguiente: el defensor y el goleador consideraban que el 31 de diciembre de 1984 se terminaba su relación laboral con Boca. Ambos exigían la libertad de acción porque desde su aparición en Primera venían jugando por la famosa cláusula del 20%. En aquellos tiempos, muy diferentes a los actuales, los contratos de los profesionales menores de 23 años se renovaban de manera automática con un aumento del 20% y solo quedaban libres si el club los dejaba con el pase en su poder.
Gran parte del plantel, aconsejado por el empresario Guillermo Coppola, se había plegado a esa protesta de Ruggeri y Gareca. Otros, como era el caso de Roberto Passucci, no. “Ruggeri y Gareca, fogoneados por Coppola y un dirigente que quería entrar en la política del club, que era Carlos Heller, le metían fichas al plantel de Boca para que hicieran una huelga por un problema contractual de ellos dos. Ahí el grupo se partió. Algunos nos plantamos y les dijimos que a la huelga se iba por falta de pago, y no por un conflicto individual”, le cuenta Passucci a LA NACION. Y graficó la tensión: “Desde ese momento, en las reuniones en Agremiados, Ruggeri y yo siempre terminábamos al borde de las trompadas. Ni nos hablábamos. Nos veíamos y nos puteábamos”.
En su detallado libro “Armando a Macri. Memorias del interventor”, Polak compartió detalles desconocidos de esa negociación, porque todo ocurrió en medio de la competencia oficial, en donde los jugadores en conflicto dejaban a un lado los problemas para defender la camiseta de Boca.
Se dieron casos infrecuentes. Por ejemplo, Ruggeri no se hablaba con Roberto Mouzo, su compañero de zaga e ícono de la historia xeneize. Sin embargo, durante los partidos ejercía un liderazgo natural, ordenaba a la defensa y al medio campo. Boca era mejor con Ruggeri en la cancha. Pero en el vestuario, el Cabezón no hablaba con nadie. El enfrentamiento con Mouzo y, sobre todo, con Passucci, era frecuente. Para este último, lo único importante era poner el pecho por Boca en el peor momento de su historia, mientras que lo económico pasaba a segundo plano.
La situación de Gareca era más compleja. Porque el hostigamiento era impiadoso. Mientras el delantero marcaba goles y contribuía a lograr importantes triunfos en épocas de vacas flacas, al tiempo que reclamaba por no cobrar su salario desde hacía más de 9 meses, la barra le cantaba una canción hiriente. Al ritmo del tema infantil “Mambrú se fue a la guerra”, le cantaban: “Gareca tiene cáncer, chiribín chiribín, chinchín. Gareca tiene cáncer, se tiene que morir”.
El Tigre estaba derrumbado y lloraba en el vestuario después de cada partido, mientras se cambiaba antes de regresar a su casa, donde su flamante esposa Gladys lo esperaba para consolarlo.
Era imposible seguir así. Pero para Boca, soltar a sus dos máximas figuras a cambio de nada era un mazazo deportivo y, fundamentalmente, económico. En un contexto ruinoso, era volver a sufrir como en 1984, con bajas chances de salir a flote.
Apenas asumió Polak, a fines de noviembre, Coppola pidió verlo en su despacho de la Bombonera. Concurrió acompañado por los dos jugadores, seguidos por una multitud de periodistas y fotógrafos. El representante suponía que el conflicto se resolvería rápido y que esa misma tarde lograría la libertad de acción de los futbolistas.
Pero el interventor estaba muy lejos de esa postura. No tenía en claro cómo resolver el asunto, pero no se le cruzó por la cabeza la posibilidad de que Boca se desprendiera de las dos piezas más valiosas de su plantel. “Entonces decide violar el estatuto. Es un funcionario público que viola abiertamente la ley, simulando que la cumple”, resume Polak en su libro, refiriéndose a sí mismo en tercera persona.
Recibió a Coppola, Ruggeri y Gareca solo para informales que los atendería su abogado Roberto Lucke, para que discutan con él los aspectos legales del conflicto. Coppola quedó desconcertado y el interventor le advirtió: “Los jugadores son de Boca. Si se quieren ir, Boca los vende, pero no les dará la libertad de acción”.
La estrategia de Polak era estirar los tiempos todo lo posible hasta que llegase una oferta, preferentemente de algún club extranjero. Mientras, exponía ante la prensa los recibos de sueldo de ambos futbolistas, a los efectos de confundir deliberadamente a las partes. Aunque en el fondo sabía que su estrategia carecía de apoyatura jurídica. A esa altura, ya en diciembre del 84, nadie tenía claro cómo continuaría el conflicto. Y, lo más importante, cómo y cuándo se resolvería. Entonces, de manera inesperada, el lunes 17 de diciembre se da un llamado telefónico que resulta ser una luz al fondo de túnel.
“Soy Hugo Santilli, el presidente de River, y lo invito a almorzar mañana. A usted le sobran los problemas, tiene demasiados, pero creo que tengo la llave para que arregle uno”. Del otro lado de la línea, Polak, el presidente interventor de aquel Boca a la deriva, se sorprende. Y ante las urgencias del club que conduce, accede al convite.
El encuentro se concreta en el Hotel Libertador Kempinski, ubicado en la esquina de la Avenida Córdoba y Maipú. Santilli, una llave para solucionar el conflicto, es amable y muy concreto. Ofrece por la transferencia de ambos jugadores 120.000 dólares, más los pases a Boca de dos jugadores del plantel de River: Carlos Daniel Tapia y Julio Jorge Olarticoechea.
“Yo no lo podía creer. No había un mejor negocio posible para Boca. Por dos jugadores técnicamente libres le pagaban una suma muy importante para la época, con el agregado de la incorporación de dos excelentes jugadores. Tan buenos que apenas un año y medio después serán campeones mundiales con la selección argentina, en México 86, junto con el propio Ruggeri”, comparte Polak con LA NACION.
“Quédese tranquilo, si usted da el visto bueno, del resto me ocupo yo, y la operación la concretamos ahora, a la antigua, con un apretón de manos”, le sentenció un resolutivo Santilli, que va más allá y el 19 desliza ante los medios: “Hablé con el doctor Polak para analizar el caso. Por ahí surge la chance de que River negocie con Boca”.
Ese mismo día Coppola estaba convencido de que el estatuto se iba a respetar y sus representados iban a quedar libres. Se equivocó. El viernes 21 salieron los telegramas de Boca a los domicilios de Ruggeri y Gareca notificándolos de la renovación del contrato. Tiempo, lo único que quería ganar Polak en esos días frenéticos.
“Nosotros habíamos ganado las elecciones en diciembre del 83, y mi primer partido como presidente de River fue un amistoso de verano en febrero del 84 contra Boca en Mar del Plata. Perdimos 3 a 0 con tres goles de Gareca”, le detalla con precisión quirúrgica Hugo Santilli a LA NACION, como si lo que narra hubiera sucedido hace días. Y comparte una profecía que hizo esa misma noche: “Después nos fuimos a cenar, yo estaba amargadísimo y les comenté a los que formaron parte de aquel viaje: ‘Nos va a costar mucho ganarle a Boca, salvo que le compremos a Ruggeri y a Gareca’”.
El caótico año xeneize terminó ofreciéndole esa posibilidad al dirigente millonario, que también aterrizó en un club con problemas. “Cuando asumo, River tenía un plantel muy flojo. De hecho nos habíamos salvado del descenso por apenas un punto en la tabla de los promedios, y había que construir de cero el equipo. Lo teníamos a (Américo) Gallego en el medio y había llegado (Enzo) Francescoli como delantero, pero más como media punta. De Vélez traigo a (Nery) Pumpido y repatriamos a (Norberto) Alonso. Con Ruggeri y Gareca terminaba de armar la columna vertebral”, contextualiza Santilli.
Sigue el exdirectivo millonario: “Cuando me entero de que ambos están jugando desde hacía dos años por el 20% de su salario y no renovaban con Boca, me empecé a juntar con su representante, Guillermo Coppola, porque para mí eran dos futbolistas excepcionales. Se da una reunión con ellos y mi tesorero, Jorge Kosac. Y ahí les propongo venir a River. Ellos no entendían nada”.
Santilli sabe que ocupó un papel importante en la resolución del conflicto, pero 40 años más tarde elige correrse del rol protagónico y prefiere destacar la figura de Julio Grondona como el máximo responsable. Según cuenta, el presidente de la AFA le dijo: “Mirá, Hugo, no se puede desmantelar al club. Boca está muy mal, y Ruggeri y Gareca son lo mejor que tienen. Pensá cómo protegerlo. Tengo que mantener el equilibrio entre los dos grandes”. Ahí es cuando surge la idea del trueque con Tapia y Olarticoechea.
De todas maneras, el equipazo que terminó armando River (y que dos años más tarde ganó el campeonato 85/86, la primera Copa Libertadores, la Copa Interamericana y la primera y única Copa Intercontinental) marginó rápido a Gareca. “Llegaron Alfaro y Morresi. Y entre ellos, Alzamendi y Francescoli nos garantizaban una delantera con más de 60 goles. Lamentablemente, a los seis meses Gareca se tuvo que ir a América de Cali porque tenía poco lugar”, suma Santilli.
Consciente de su rol como funcionario público, Polak evitó firmar operaciones que comprometiesen el patrimonio de Boca. Por eso, la transferencia se concretó de manera legal después de la asunción de Alegre.
“Nosotros nunca quisimos ir a River. A Boca le dimos todas las facilidades para que nos quedáramos. Nos quedábamos por la mitad de lo que nos daba River, pero vinieron todos los cheques rechazados”, le contó Gareca a ESPN hace unos años, en una de las pocas veces que habló del asunto. Y entonces amplió: “Siempre fuimos conscientes de lo que podía llegar a pasar. Me ponían carteles. Jugué el primer clásico y me pusieron de todo. Íbamos a las diferentes canchas y nos tildaban de traidores, otras hinchadas de otros equipos. Teníamos otras ofertas, pero por separado. No se destrababa el conflicto. Y encima metía presión (Carlos) Bilardo, porque se venían las eliminatorias (que se jugaban todas de corrido en un mes y medio) y precisaba que se terminara el problema para que los jugadores no perdiesen ritmo. Era todo un caos”.
En ese mismo programa, Ruggeri agregó: “No nos encontraban, no había teléfonos. Nos buscaban por todos lados. Hasta que salió la tapa de El Gráfico al final, cuando arreglamos. Salimos los dos en una pileta”. “Cuando se hizo el pase, la barra de Boca me quemó la casa”, agregó el Cabezón.
Finalmente, el jueves 31 de enero de 1985 el diario LA NACION confirmó la noticia, bajo el título “Oscar Ruggeri y Ricardo Gareca fueron incorporados por River” y anunció un encuentro final que resolvería el conflicto esa misma tarde.
Cuatro décadas después, Santilli comparte una divertida anécdota de ese momento crucial: “Cuando se concreta todo, los jugadores vienen a firmar a River. Toda la prensa en la puerta por la conmoción que generaba semejante transferencia de un club a otro. Los citamos un jueves, vienen y les damos un cheque por 370.000 dólares, que era lo que les correspondía cobrar. Y entonces me dicen: ‘¡Esto es lo mismo que Boca! ¡Nos dan cheques que después vuelven rebotados! Queremos el efectivo’. Tuvimos que postergar todo, fuimos a cambiar los cheques y al día siguiente volvieron. Hacemos toda la operación y cuando reciben el dinero me dicen: ‘Pero hoy es viernes, los bancos ya cerraron. ¿A dónde metemos toda esta plata?’. Entonces me piden que se las guarde yo, y allí quedan los 370.000 dólares en la caja fuerte de la tesorería de River durante todo el fin de semana. Les dije: ‘Muchachos, ayer no confiaron en un cheque que les di y que hoy podrían haber depositado en su cuenta, ¿y ahora confían en mí para que les guarde el dinero en efectivo hasta el lunes?´. Nos reímos todos”.
En la actualidad todo sigue igual en el mundo Boca. Ruggeri es considerado persona no grata, fundamentalmente porque en varias ocasiones se refirió despectivamente al club que lo formó como futbolista. Mientras, el malestar con Gareca no está a la misma altura (al fin y al cabo jugó apenas seis meses en el eterno rival y nunca hizo declaraciones en contra del club de la Ribera). Sin embargo, aquel traspaso resonante volvió rápido a la superficie cuando el exgoleador sonó como posible sucesor de Hugo Ibarra al frente del equipo xeneize, en abril de 2023, posibilidad que finalmente se diluyó.
Más allá del revuelo que se generó por esa doble transferencia de Boca a River, poco después el Millonario sumó a varios futbolistas que se venían destacando en el Xeneize y no hubo tanto escándalo. Ellos fueron Ramón Centurión (1986, y el delantero terminó siendo el goleador de la primera Libertadores ganada por el club de Núñez), Rubén Gómez, Jorge Higuaín, Jorge Rinaldi, Milton Melgar y Pablo Erbín (1988).
Ya en los 90 sí cambiaron las cosas cuando José Luis Villarreal dejó la camiseta azul y oro en 1993 para ponerse la banda roja. ”Me puteaban las dos hinchadas”, se sinceró Villita alguna vez, en relación con esa transferencia. Luego, Gamboa (en 1994) y Néstor Cedrés, en 1996, pasaron de River a Boca. Hasta el momento, el último futbolista que pasó directamente de un club a otro entre los eternos rivales fue Sebastián Rambert (de Boca a River) en 1997, hace 28 años.
La venganza
Cuando después de interminables reuniones en la sede de Agremiados, tanto Ruggeri como Gareca les confesaron a sus compañeros de Boca que tenían todo acordado para pasar a River, todo estalló. Passucci, uno de los líderes del vestuario del grupo que estaba en contra de la huelga, quiso agarrarse a trompadas con el Cabezón. “¡Hijo de mil putas, te cagaste en tus compañeros! Si hiciste todo este quilombo para irte, estás muy equivocado… ¡Nos apuñalaste a todos por la espalda, nos traicionaste por dos monedas, forro! Ahora andá a jugar para ellos, andá, dale, tomatelás, que vos y yo ya nos vamos a cruzar…”, le dijo.
Aquella promesa se concretó el domingo 27 de octubre de 1985 en el Monumental. Esa tarde, por la séptima fecha del torneo 85/86, Passucci y Ruggeri estuvieron por primera vez frente a frente, en un Superclásico que River le ganó a Boca 1 a 0 con un golazo al ángulo de Alejandro Montenegro.
A los 27 minutos del segundo tiempo se da el encontronazo. Así narra aquella acción el vehemente exfutbolista de Boca en diálogo con LA NACION: “La cosa venía muy mal entre nosotros. En la semana previa yo estaba pensando que algo iba a pasar. Y tenía muchas ganas de hacerle algún daño. Pero no salí pensando en darle una patada. Sí, tal vez, esperar que estuviera cerca en un córner o algo así, como para darle un codazo. Todos los ojos estaban centrados en él y en mí. Sabía que iba a haber una jugada fuerte en la que nos íbamos a cruzar, en la que yo le pudiera entrar o en la que me tuviese que cuidar de que él no me entre a mí. ¡Porque si no era él, era yo, eh! Y bueno, ocurre esa jugada. Le quito una pelota al Tolo Gallego en el medio de la cancha, la juego con (Ivar) Stafuza, me devuelve la pared larga y veo que el que viene a cortar era Ruggeri. Y me dije: ‘Bueno, acá está’. Y ahí me tiré con todo. Jamás me había tirado a romper a un colega, pero en ese segundo me fui del partido y me vengué. Le pegué con los tapones un poquito más arriba de la rótula, y no lo partí porque él me vio venir y pegó el saltito. Si lo agarro firme, todavía lo están juntando con cucharita. Luego me paro, levanto las manos y me voy antes de que me muestren la tarjeta roja porque lo que yo hice es de potrero. Y eso, en un potrero, sigue con trompadas. Después de algo así hay que irse a las manos. Los hinchas de Boca me ovacionaron y mientras me iba al túnel los miré, me besé el escudo y levanté los brazos. La patada que le di fue descalificadora. Pero lo volvería a hacer”.