En el corazón de Piriápolis, a pocos pasos del Atlántico, se erigió un hotel con la intención de fundar la “Costa Azul” sudamericana. Testigo imponente de la ambición de un hombre destinado a la grandeza, el Hotel Argentino congela en sus paredes historias de reconocidas personalidades rioplatenses e internacionales. Precursora de lo que posteriormente fue Punta del Este, esta localidad inventó al Uruguay como destino predilecto de la clase alta porteña.
Francisco Piria, un excéntrico millonario uruguayo, imaginó este majestuoso refugio para atraer a turistas, pero también para convertirse en el centro de una urbe costera que compitiera con los más prestigiosos destinos europeos en pleno Río de la Plata. “En el fin de sus días, quería crear una gran ciudad que imaginaba como una segunda Mar del Plata. Lo hizo ya como una consagración final más que como otro de sus fructíferos negocios”, afirma Pablo Reborido, Secretario de la Asociación Patrimonial de Piriápolis.
El empresario había comprado el terreno por un precio muy modesto en 1890, cuando no había nada valioso más allá del puerto, entonces utilizado para contrabandear cueros por su cercanía con Montevideo (y poco control estatal). Años después decidió fundar allí su propia ciudad. La bautizó con su apellido, al que agregó el sufijo “polis”, que en la antigua Grecia referenciaba a un estado autónomo, constituido por una ciudad y su territorio aledaño. Así formó Piriápolis. El carácter personalista estaba más que explícito: no sólo era dueño de la ciudad, él era la ciudad. Para asegurar el éxito de semejante empresa, logró que llegue a sus costas el reconocido buque “vapor de la carrera”.
El hotel era el punto de partida y su diseño estuvo a cargo del arquitecto Pierre Guichot, que atrajo a Francisco Piria por haber realizado destacadas obras en Mar del Plata. El edificio adscribe a una forma ecléctica, incorporando estilos arquitectónicos que van desde el neoclásico hasta el art decó, pero con su monumentalidad como principal protagonista. La fachada blanca se alza majestuosa frente al mar, mientras que en su interior los amplios salones, imponentes arañas de cristal y detalles ornamentales hablan de un fundador para quien el lujo era sinónimo de exceso.
No quiso construir solo un lugar donde hospedarse, sino un símbolo del lujo. Por eso lo hizo con cualidades destacables para la época: cientos de habitaciones, una piscina de agua salada y jardines que parecían arrancados de un cuadro impresionista. Planificó también aspectos importantes de la urbanización circundante como los servicios esenciales, que proveían sus propias empresas.
Piria vio en el mercado porteño, sobre todo en Buenos Aires, un potencial enorme. A punto tal que decidió bautizar el hotel y al paseo costero con el nombre del país vecino. Así definió los nombres Argention Hotel y Rambla de los argentinos. Las calles paralelas también rinden homenaje a figuras históricas argentinas, dejando en claro qué quería conquistar y cuán dispuesto estaba a hacer sentir en casa a los turistas vecinos. “En relación al hotel, Piria veía a los uruguayos como un salvavidas para temporadas malas, pero no esperaba una masividad de clientes internos”, explica Pablo Reborido.
La piedra fundacional del emblemático Hotel Argentino se colocó en 1920. Una década más tarde, en 1930, abrió oficialmente sus puertas . Sin embargo, la inauguración no fue como Piria había imaginado: la dictadura de Uriburu y sus restricciones al gobierno uruguayo por no apoyar al régimen militar empañaron el evento. Francisco Piria falleció en 1933, a sus 86 , y sólo pudo ver a su hotel funcionando durante tres años.
En su época de mayor esplendor, la ciudad se promocionaba activamente en Buenos Aires a través de la Agencia Mihanovich, ubicada en el centro porteño, que ofrecía paquetes turísticos que incluían el traslado en barco y la estadía. Este esfuerzo de marketing posicionó a Piriápolis como un destino exclusivo para la clase alta argentina, hospedando a ilustres personalidades como Matilde Díaz Vélez o diversos integrantes de la familia Anchorena.
Pero el Argentino Hotel no solo hospedó a la élite rioplatense, sino también a figuras internacionales que llegaban atraídas por su fama. Celebridades, artistas y políticos de primer nivel pasearon por sus jardines y disfrutaron de su piscina, lujo insólito para la época. Sin embargo, lo que verdaderamente cautivaba a los huéspedes era la sensación de estar en un lugar donde el tiempo se detenía, donde cada rincón estaba impregnado de un aura de sofisticación.
El tiempo no perdona… y este caso no fue la excepción. Las décadas de gloria dieron paso a años de mayor sobriedad. Su infraestructura moderna, calidad indiscutible y lujo extravagante se fueron opacando lentamente junto al brillo del sueño de Piria. La competencia con otros destinos turísticos, los cambios en las preferencias de los viajeros y la falta de inversión lo convirtieron en una sombra de lo que había sido. Aunque logró mantenerse en pie, resistiendo con estoicismo el paso de los años.
Reborido explica que el hotel enfrentó un turbulento recorrido tras la muerte de su creador en 1933. La falta de un plan de sucesión claro desencadenó un conflicto familiar que paralizó por años la gestión del hotel. Mientras tanto, Punta del Este emergía como un destino exclusivo, atrayendo a la élite que en otra época había sido el objetivo de Piriápolis. Este crecimiento de un competidor cercano marcó el inicio del declive del protagonismo del balneario y, con ello, del
emblemático hotel.
Argentino Hotel pasó a ser administrado por el Estado. Y perdió la visión de lujo y exclusividad con la que fue concebido. A pesar de su importancia histórica, el hotel se volvió una carga económica para los contribuyentes, acumulando pérdidas que evidenciaban la dificultad de mantener un establecimiento de tales dimensiones sin una inversión sostenida y una estrategia turística sólida.
Con el tiempo, se tomó la decisión de concesionar el hotel a operadores privados, un cambio que permitió reactivar su funcionamiento y mantenerlo en pie, aunque lejos del esplendor original. Bajo la concesión, el Argentino Hotel adoptó un enfoque más accesible, atrayendo a un público diverso que busca disfrutar de su atmósfera histórica y su ubicación privilegiada frente al mar.
En la actualidad, el Argentino Hotel opera con precios moderados y una orientación hacia un turismo más familiar, ofreciendo experiencias que combinan nostalgia y funcionalidad. Aunque ya no compite en el segmento de lujo, sigue siendo un ícono de Piriápolis y un recordatorio del ambicioso sueño de Francisco Piria de conquistar el Atlántico sur.
La consagración de un arduo camino
Francisco Piria nació en una familia acomodada que lo envió a Génova para recibir la mejor educación posible. Pero a su regreso, con tan solo 13 años, habían fallecido sus padres y los adultos a cargo se apoderaron de toda su herencia, a excepción de la casa familiar. Esto lo llevó a buscarse el pan en múltiples trabajos que no esperaba verse obligado a realizar, algunos de gran demanda física.
Pero su ingenio y determinación lo llevaron a reinventarse: comenzó como aprendiz de boticario y luego incursionó en el comercio, logrando una modesta estabilidad económica. Su mayor impulso se dio con la especulación inmobiliaria en las afueras de Montevideo. En un golpe de intuición comercial, Piria comenzó a comprar terrenos periféricos de bajo costo en una ciudad que, poco a poco, iba extendiendo sus límites. Su estrategia era simple, pero audaz: fraccionar esas tierras y venderlas en pequeñas parcelas a precios accesibles, con la promesa de que pronto serían parte del casco urbano.
Con un sistema de financiación en cuotas, abrió la puerta para que incluso sectores de clase media pudieran aspirar a un pedazo de suelo propio. Esta fórmula fue un éxito. Mientras otros empresarios apostaban exclusivamente al comercio o la industria, Piria multiplicaba sus ingresos con la especulación inmobiliaria. Los lotes vendidos a bajo precio en un principio se revalorizaron rápidamente, y su reinversión constante lo llevó a diversificar su alcance.
No contento con Montevideo, llevó su modelo a otras ciudades del país. En Salto, Paysandú y Mercedes, su nombre empezó a resonar. Cada terreno baldío que adquiría se transformaba en una oportunidad para construir casas, comercios o simplemente dejar que la valorización hiciera su trabajo. Después de un arduo recorrido, sería uno de los principales terratenientes y especuladores inmobiliarios de Uruguay, construyendo su fortuna con la compra y venta de tierras y desarrollando proyectos urbanísticos que marcaron época.
El éxito de Piria no radicó solo en comprar barato y vender caro; su genialidad fue saber contar historias sobre el futuro. Cada lote, cada edificio y cada proyecto era presentado como parte de un sueño, y miles de personas estuvieron dispuestas a pagar por ser parte de él. Esta estrategia también incluía anuncios en diarios, folletos y presentaciones públicas
Para el proyecto Piriápolis adquirió cerca de 2.700 hectáreas de tierra en la costa uruguaya, en una zona que entonces era considerada inhóspita y de escaso valor económico. Según Pablo Reborido, Piria pagó un precio ínfimo por estas extensiones, ya que estaban compuestas mayormente por cerros y terrenos baldíos sin infraestructura, prácticamente con nula demanda de mercado.
La visión de Piria fue estratégica: fraccionó estas tierras en más de 4.000 lotes, creando un modelo de comercialización que le permitiera recuperar rápidamente su inversión inicial. Cada lote fue promocionado con una narrativa optimista, destacando las bondades del clima, la proximidad al océano y la posibilidad de vivir en un entorno saludable y natural.
Hoy, la ciudad sigue siendo un destino popular entre muchos uruguayos y algunos argentinos. La escasa oferta nocturna lo convierte en una propuesta ideal para quienes buscan tranquilidad y descanso. Se presenta como un destino “familiar”.
El patrimonio edilicio es uno de los grandes atractivos de Piriápolis. Algunas de las construcciones históricas, símbolos de la grandeza soñada por Piria, evidencian el paso del tiempo.
Las playas conservan su atractivo natural y ofrecen sus encantos a quienes buscan una experiencia mucho más relajada que en Punta del Este. La ausencia de grandes masas de jóvenes asegura una calma necesaria para desconectarse de la vorágine urbana y despejar la mente. En términos económicos, sigue siendo una opción accesible: durante la temporada alta, el alojamiento en hoteles de categoría media oscila entre 60 y 120 dólares por noche, dependiendo de la cercanía a la playa.
Para llegar, existen diversas opciones de transporte: en auto, se puede tomar la ruta Interbalnearia desde Montevideo; en barco, cruzar desde Buenos Aires y luego continuar por tierra; en avión, aterrizando en el Aeropuerto Internacional de Carrasco, y en colectivos de larga distancia que conectan a la ciudad con otros puntos de Uruguay.