Vivimos en una época marcada por fenómenos profundamente entrelazados, en un mundo donde las emociones y las creencias personales parecen pesar más que los hechos objetivos, y donde la confianza en instituciones, expertos e incluso en las relaciones interpersonales se ha debilitado: la post-verdad y la post-confianza
La post-verdad describe el predominio de las emociones sobre los datos objetivos, una tendencia impulsada por las redes sociales y los algoritmos que priorizan lo virtual sobre lo verdadero. Paralelamente, la post-confianza refleja la caída de la fe en instituciones fundamentales: gobiernos, medios de comunicación, corporaciones e incluso el sistema científico.
Estos dos fenómenos se retroalimentan en un círculo vicioso: mientras la desinformación se propaga, la confianza se erosiona, y cuanto más dudamos, más vulnerables nos volvemos a narrativas manipuladas o falsas.
Los ejemplos abundan. Desde teorías conspirativas hasta escepticismo hacia vacunas o procesos electorales, somos testigos de una crisis profunda. Sin embargo, esta crisis no surgió de la nada; es el resultado de cambios sistémicos que han redefinido nuestra relación con la verdad y la confianza.
¿Cómo llegamos aquí? La tecnología ha jugado un papel central. Las redes sociales han amplificado voces que antes no llegaban a grandes audiencias, pero también han creado cámaras de eco que refuerzan la polarización.
Los algoritmos no distinguen entre lo cierto y lo falso; simplemente maximizan la interacción, priorizando contenidos que provocan emociones intensas, como el miedo o la ira.Al mismo tiempo, las instituciones tradicionales han fallado. Escándalos, conflictos de interés y una desconexión creciente entre los ciudadanos y los líderes han socavado su legitimidad.
Además, enfrentamos una sobrecarga de información. En un mundo saturado de datos, discernir lo verdadero de lo falso requiere un esfuerzo que muchas personas no están dispuestas o no pueden hacer. Esto nos lleva al escepticismo generalizado o, peor aún, a la desconexión total.
En una era de post-confianza, la sociedad enfrenta un desafío existencial. Sin una base común de confianza, la acción colectiva frente a problemas globales como el cambio climático, la desigualdad o las crisis sanitarias se vuelve casi imposible.
Por otro lado, el peligro opuesto es igual de preocupante: creer ciegamente en narrativas que apelan a nuestras emociones, sin cuestionarlas. Esta es la paradoja de nuestro tiempo: la búsqueda de certezas puede llevarnos tanto a la apatía como al extremismo.
A pesar del panorama sombrío, aún hay caminos para reconstruir la confianza y revalorizar la verdad. Es imperativo enseñar a las personas a analizar críticamente las fuentes de información, a identificar sesgos y a verificar datos. Este tipo de alfabetización mediática debería ser una prioridad educativa en nuestras sociedades.
Al mismo tiempo, las plataformas digitales y los desarrolladores de algoritmos tienen una responsabilidad ética ineludible: deben fomentar la transparencia y moderar los contenidos de forma más responsable.
Sin embargo, no basta con contrarrestar las noticias falsas con simples datos verificables. Es necesario crear narrativas más humanas, que además de basarse en la verdad logren conectar emocionalmente con las personas. En un mundo donde las emociones juegan un papel crucial en la toma de decisiones, combinar información rigurosa con empatía puede marcar la diferencia.
Es imprescindible no desatender los lazos comunitarios. La confianza interpersonal, erosionada por la polarización y el individualismo, puede recuperarse a través de espacios de diálogo, escucha activa y proyectos colaborativos que fomenten el entendimiento mutuo.
Las crisis de la post-verdad y la post-confianza nos obligan a reflexionar sobre qué tipo de sociedad queremos construir. Aunque estos tiempos están marcados por la incertidumbre, también nos ofrecen la oportunidad de replantear nuestras prioridades.
En mi libro “El desafío digital” analizo cómo la tecnología ha transformado no solo la forma en que nos informamos, sino también cómo pensamos y decidimos. Sostengo que reconstruir la confianza comienza con promover la alfabetización mediática y fomentar un enfoque crítico frente al entorno digital. Pero también implica replantear nuestras conexiones humanas y la manera en que colaboramos para resolver dificultades compartidas.
La solución no está en creer ciegamente en todo, ni en desconfiar de todo, sino en encontrar un equilibrio que combine pensamiento crítico con confianza mutua. Solo así podremos avanzar hacia un futuro donde las certezas compartidas sean la base para enfrentar juntos los desafíos de nuestro tiempo.
María Laura García es Directora de GlobalNews, consultora en comunicación.
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