La empleada doméstica es el personaje invisible que habita, con algunas excepciones, la tradición británica de la novela intimista. A primera vista Miss Mole, de E. H. Young podría pertenecer a ese linaje, sólo que desde las primeras páginas Hannah Mole tiene una irreverencia que la aleja del lugar servicial, eficiente y sumiso de la clásica ama de llaves y la posiciona como mujer independiente, algo misteriosa, y llena de una capacidad de fantasear que se vuelve el motor de transformación de las personas que la rodean.
Lejos de las vanguardias del siglo XX, la historia recupera, en su forma, el espíritu decimonónico. Transcurre en el periodo de entreguerras, en el pueblo imaginario de Radstowe que todavía parece regirse por las rígidas normas de la época victoriana. Hannah regresa al lugar en el que nació, con más de 40 años, sin marido ni dinero. Al parecer trabajaba de asistente e institutriz, y por un motivo secreto perdió todas las ilusiones. De ahí que busca cambiar el rumbo de su vida, y con la ayuda de su prima consigue trabajo de ama de llaves en la vicaría del reverendo Robert Corbert.
Más allá del rol tradicional, el modo de enfrentar las circunstancias que le tocan aleja a Hannah del lugar común. Entre tierna e ingeniosa, la chispa que enciende su pensamiento la hace una buscadora incesante. A decir verdad, la autora también lo fue. A lo largo de su vida enfrentó las adversidades con valentía. Durante la Primera Guerra trabajó en una fábrica de municiones. Ante la muerte de su marido en 1917, se mudó a Londres y convivió con una pareja en una relación de tres atípica para la época. Miss Mole ganó en 1930 el Premio James Tait Black Memorial.
Más allá del mundo interior de la protagonista, el relato sigue la vida cotidiana de la familia. No aparecen grandes sucesos; al contrario, la historia está hecha de escenas domésticas, en especial dentro de la vicaría. Hannah se encuentra con un ambiente agobiante, regido por la severidad del reverendo, que perdió a su esposa y quedó a cargo de la crianza de dos hijas. Las pautas que aplica para educarlas son tan estrictas que parecen mantenerlas bajo un manto de miedo y sumisión. La presencia de Hannah resulta clave para que ellas encuentren un camino más cercano a la felicidad.
Ya desde las primeras páginas se anuncia algo oculto en el pasado de Hannah. El secreto ronda, al principio de un modo sutil, y a medida que avanza adquiere un peso que se vuelve determinante cerca del final. Quizá por eso los hechos adquieren un interés particular sólo en función de los sentimientos, las percepciones originales y la perspicacia de la protagonista. Ella es un personaje complejo, lleno de antagonismos y de vitalidad, con emociones que la tensan en distintas direcciones. Es tan enigmática como simple. No se limita a habitar las sombras de lo diario; se dedica de manera persistente a tejer los hilos de las vidas de Ruth y Ethel, las hijas del reverendo, y de su sobrino Wilfrid.
Como sucede con Felicité, ama de llaves de Un corazón simple, de Flaubert, la vida sencilla y la nobleza de Hannah la colocan en el linaje de esos personajes que revelan un valor puro. “Esa capacidad para esperar y creer que sin duda lo bueno llegaría había sido muy favorable para Hannah durante una vida que la mayoría de las personas habrían considerado opaca y decepcionante. Se negaba a verla de esa manera: se habría traicionado a sí misma. Su vida era prácticamente su única posesión y le dedicaba tanta ternura como una madre con un hijo minusválido”. Con momentos así, Miss Mole se vuelve una de esas de obras de estilo singular que muestran el heroísmo que anida en acciones sencillas.
Miss Mole, E.H. Young. Trad. Luisa Borovsky. Adriana Hidalgo Editora, 416 págs.
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