En 2008, Alejandra de Picciotto -Lalu para su círculo íntimo- se graduó como profesora de inglés, una ocupación que durante los siguientes años ejerció en diferentes colegios, institutos y empresas, creyendo que había catapultado su destino.
Si bien el idioma la conectaba con otros lugares y personas, le faltaba algo. Su sueño, en el fondo, involucraba traspasar fronteras y cambiar de horizontes; cruzar cielos y atravesar mares; escuchar idiomas familiares y otros bien extraños, y su presente, si bien le resultaba ameno, se alejaba de sus anhelos más profundos.
La vuelta de un viaje y otra mirada a su profesión
Nada parecía indicar que su vida fuera a cambiar drásticamente de rumbo hasta que cierto día, al regresar de un viaje junto a su padre, se propuso ser tripulante de cabina. Sin embargo, varios miedos se antepusieron a su meta: ¿Ya soy vieja? ¿Mi poca altura será un impedimento? ¿Mi falta de experiencia en el rubro y el hecho de que nadie de mi familia se dedique a esto me jugará en contra?, fueron tan solo algunos de los interrogantes que la invadieron sin piedad.
“Decidí intentarlo de todas formas y hacer todo lo que estuviera a mi alcance para lograrlo”, cuenta. “Fue así como me puse a estudiar, a leer cuanto blog encontraba sobre el tema, cómo eran las entrevistas, qué valoraban las aerolíneas, y hasta hacía ejercicios de elongación para aumentar mi altura lo más posible. Confiaba en mis habilidades para contar mi historia de forma tal que mi edad (inamovible y sobre lo que no tengo control alguno) fuera una gran ventaja a la hora de evaluar la experiencia. Y como en el ámbito de la aviación no tenía ninguna, trazaba grandes paralelismos entre la tarea docente en un aula y la tarea de cuidado de pasajeros en un avión. Si no lograba ser tripulante de cabina y no podía cumplir mi sueño de volar, al menos me desarrollaría mucho en el camino, desplegando mis alas de todas formas”, continúa Lalu, quien jamás imaginó que al emprender la odisea hacia la realización de su sueño, hallaría mucho más de lo que jamás había esperado.
Un camino turbulento, un trabajo como puente y la luz inesperada al final del túnel: “La vida me sorprendió”
El camino para cumplir su sueño fue turbulento. Tras varias frustraciones, Lalu creyó tocar el cielo con las manos el día en el que llegó a la instancia final en una importante empresa que la convocó para la última prueba en España. Pagó ilusionada su pasaje a Barcelona, para luego participar de una entrevista en la que, finalmente, no fue seleccionada. Su tristeza fue enorme y su bolsillo suplicaba una estabilidad necesaria para avanzar en la vida.
“Conseguí trabajo como agente de turismo y ejecutiva de atención al cliente en una empresa fluvial de bandera uruguaya en el puerto de Buenos Aires… no era exactamente mi sueño, pero se acercaba mucho a aquel objetivo de unir lugares y personas”, revela.
Durante los siguientes cuatro meses, Lalu se enfocó en su nueva realidad, de la que aprendió mucho más de lo esperado y obtuvo experiencia en el área de hospitalidad, algo necesario para su CV.
Lo que parecía un desvío, terminó siendo el escalón que le dio la bienvenida a la oportunidad de ingresar a la primera aerolínea que le cumplió su sueño, e hizo mucho más que eso, la introdujo a un mundo que no había imaginado: desplegar sus alas por los cielos argentinos y descubrir una belleza que ni sabía que existía, no al menos en tal magnitud.
“Cuando mi sueño de trabajar en un avión nació, pensé que volaría en el extranjero, pero la vida me sorprendió cuando lo pude hacer en mi país, contra toda expectativa. Esa oportunidad cambió mi vida para siempre: durante cuatro hermosos años, me desarrollé como auxiliar de vuelo de cabotaje regional, conocí gente maravillosa, visité lugares de mi tierra que no habría conocido y viajé a culturas lejanas que afectaron mi presente de una manera muy especial”, dice Lalu, emocionada.
Un extraño en Japón y un nuevo país en el radar
Argentina se había desplegado ante ella, y el mundo también hizo su entrada triunfal. Con sus pasajes vacacionales, en 2016 un viaje cambió una vez más su historia. Sucedió cuando se embarcó sola a Japón, donde se hospedó en un hostel en el que todos los días consultaba al recepcionista qué podía hacer, a dónde podía ir.
Una mañana, el recepcionista le reveló su nombre occidental, Jake, le dijo, y le contó que no era japonés, sino coreano. Interesada por su historia de vida, Lalu quiso entrevistarlo para su blog de viajes. A partir de entonces quedaron en contacto, y en 2017, cuando Jake descubrió a través de fotos que ella estaba en su país -Corea del Sur-, de inmediato la contactó con su hermano, Hundong, quien vivía en Seúl.
“En los días que siguieron, Hundong me llevó a recorrer lugares muy lindos de la bella Corea y así me volví feliz a Argentina, quedando también conectados por Facebook”, cuenta Lalu.
Hundong, el tesoro menos pensado y vivir en una nueva cultura: “Respiré de alivio”
Mientras tanto, si bien disfrutaba de su actual trabajo, Lalu estaba lista para un nuevo desafío. Anhelaba cubrir tramos más largos en aviones más grandes, un sueño que pudo cumplir en 2018 en una aerolínea de gran envergadura con base en Buenos Aires. Gracias a su pasión por su profesión, al poco tiempo fue nombrada jefa de cabina y sentía que estaba en la cima de la felicidad. Pero en la cima nadie permanece demasiado tiempo, ella tampoco, una mujer -como tantos seres en este mundo- cuya realidad cambió de un día para el otro con la llegada de la pandemia.
En aquel tiempo de introspección, en Lalu reflotó otro viejo sueño que la acompañaba desde pequeña: vivir y estudiar en el extranjero. Convencida de que aún estaba a tiempo, le compartió su deseo a Hundong, quien le ofreció su ayuda para tramitar la visa y hallar un lugar dónde vivir a fin de que pudiera cumplir su meta en Corea del Sur. Y así, de la mano de una licencia que la aerolínea les ofrece a sus empleados, se embarcó en otra aventura que duró un año y cambió el rumbo de su vida una vez más.
En su nueva odisea, Hundong se convirtió en su familia. Y cierto día, colmada por su ayuda y apoyo incondicional, Lalu supo que estaba enamorada y que era correspondida. Y allí, en otro rincón del planeta, la mujer argentina que soñaba con volar, contrajo matrimonio.
“Hundong me comentaba que tradicionalmente siempre fue `obligación´ del hombre poner la casa (comprarla o alquilarla). Me contó también que antes de casarse, las parejas van a ver a sus suegros y, por costumbre, deben arrodillarse frente a ellos (por ejemplo, él debía arrodillarse frente a mis padres, y yo, frente a los suyos), y agregó `pero no te vamos a pedir que hagas eso porque sabemos que venís de otra cultura´, y ahí respiré de alivio”, cuenta a carcajadas.
“Su respeto a las normas, las reglas, el orden y a los mayores me parece muy lindo. Y me resulta increíble que se puedan dejar todas las pertenencias a la vista en cualquier parte y que al regresar, todo siga en su lugar y no hayan desaparecido. Su gran exigencia y demanda en el trabajo, sin embargo, es algo que siento que tienen que rever: se está llevando muchas vidas por el estrés y presión que causan”.
¿Argentina o Corea del Sur? Los impactos culturales
Cuando la licencia laboral llegó a su fin, Lalu regresó a su tierra con otro estado civil. Ella no quería dejar su trabajo, lo amaba, entonces optó por ir y venir de Buenos Aires a Seúl, y llevar una vida con el corazón dividido entre sus dos hogares.
Aquel estilo de vida tenía sus brillos, aunque también su gran exigencia física, mental y emocional. Fue así que cierto día, Lalu y Hundong supieron que debían decidir: ¿Argentina o Corea del Sur? Finalmente, en 2023, su esposo llegó al país austral para compartir la vida junto a ella. A él le entusiasmaba volver a empezar en Argentina, y no deseaba que Lalu renuncie al trabajo que tanto quería y le había costado conseguir.
“Aún se está adaptando a una cultura muy diferente, así como lo hice yo en su país”, revela Lalu. “A mi esposo lo que le llama la atención es el tema de la cercanía física que manejamos, por ejemplo, con los besos para saludarnos, ya que las culturas asiáticas respetan mucho el espacio privado y se saludan, como mucho, estrechando las manos o con reverencia. Muy rara vez, y solo si hay mucha confianza, se dan un abrazo”.
“Otra cosa que le ha asombrado y afectado un poco es la burocracia y los (largos) tiempos para todo lo que se refiere a documentación comparado con Corea, donde en una tarde se completan. A veces me pregunta cosas que ni yo puedo responder de mi propio sistema: ¡yo nací y ya estaba así cuando llegué!”, acota entre risas. “Así que sus preguntas me obligan a verlo de afuera, a cuestionar y preguntarme por qué es así, cosa que no se me había ocurrido. Aprendo cosas de mi propia cultura que nunca me había planteado”.
“Y también le afecta un poco el ruido al que nos acostumbramos y no nos damos cuenta: en el transporte público o incluso en viviendas se escucha música muy fuerte, las personas no usan auriculares y le hacen escuchar la música a los demás, en cualquier horario. Y ese fue el motivo por el cual nos mudamos del centro de la capital bonaerense a una casa en el conurbano: unos vecinos ruidosos que hacían fiestas todas las madrugadas y un edificio que no hacía nada al respecto nos obligaron a tomar esa decisión. Pero por suerte fue para bien porque estamos felices viviendo ahora en una casa”.
Cumplir sueños como faro y los aprendizajes en el camino: “El mejor viaje que podemos emprender”
Muchos años atrás, Lalu emprendió uno de los desafíos más grandes que puedan existir: cumplir un sueño enterrado que parece inalcanzable. En su travesía, llena de altibajos, descubrió un camino hacia un rincón del mundo que le cambió la vida para siempre y le obsequió uno de los tesoros más preciados: el amor.
Pero algo más sucedió en su anhelo por conquistar los aires y conocer las culturas del planeta: sin buscarlo, conoció a su propio país en profundidad y se enamoró de su propia tierra, el rincón del mundo que finalmente, junto a su amor, eligió para vivir.
“Continúo volando y viajando, pero ahora con mi esposo”, dice Lalu, quien comparte su experiencia a través de sus redes y publicó su libro Aerojournal.
“Pero otra cosa que comparto con mucho amor es todo lo que aprendí para lograr el trabajo en el cielo que tan feliz me hace y gracias al cual conocí a mi esposo. Mi matrimonio es hoy una fuente constante de aprendizaje para mí. Y creo que el mayor aprendizaje que he tenido que entender es que, más allá de las diferencias culturales, siempre hay algo que nos une, y con amor cualquier rispidez se puede limar”.
“Mi experiencia me enseñó que mi objetivo de conectar lugares y personas me llevó a viajar hacia mi interior y a conectarme con el amor hacia otra cultura que ni las distancias pudieron debilitar. Aprendí que hacer lo que amamos, y construir una vida de la que no necesitemos vacaciones, es el mejor viaje que podemos emprender”, concluye.
*
Si querés compartir tu experiencia podés escribir a [email protected] .