Gabriel Heinze o «Pipo Pescador» son solo dos ejemplos de los 2 millones y medio de descendientes de alemanes del Volga que viven en Argentina y que representan más del 4% de la población.
La comunidad empezó a forjarse allá por 1763, cuando varios alemanes dejaron su tierra en busca de mejores oportunidades.
Al día de hoy, los descendientes del Volga mantienen la idiosincrasia de sus ancestros: cocinan platos típicos y celebran las fiestas tradicionales como si estuvieran en Alemania.
De Alemania a Rusia: el llamado de Catalina «la Grande»
A mediados del siglo XIX, los habitantes de Prusia (actual Alemania) tenían dificultades para desarrollarse económicamente. Esto se debía, principalmente, a que el reino estaba sobrepoblado y, en consecuencia, existían limitaciones a la posesión de tierras.
Por si lo anterior fuera poco, los ciudadanos que no eran católicos, como los protestantes o los menonitas, sufrían persecución.
La situación se vio agravada a partir de 1756, cuando se desató la Guerra de los Siete Años, el primer gran conflicto armado que enfrentó a varios estados de Europa.
Ante este panorama, muchos habitantes de Prusia —principalmente, los del sur— encontraron un salvoconducto gracias al Manifiesto de Catalina II.
En este documento emitido a fines de 1762, Catalina II, que había sido princesa de Alemania, invitaba a la población de otras naciones a vivir en las tierras rusas.
“Anunciamos, a las diferentes naciones extranjeras, que el establecimiento en Rusia lo aceptamos y afirmamos por el modo más solemne que todos los que llegan a establecerse tendrán Nuestro favor monárquico y la benevolencia”, rezaba el decreto de Catalina “la Grande”.
Catalina «la Grande» invitó a los habitantes de otras naciones a establecerse en Rusia. Foto: Wikipedia
La emperatriz, además, prometía a los inmigrantes una serie de privilegios: práctica libre de la religión, exención del servicio militar, libre uso del idioma natal, beneficios fiscales y dirección administrativa de sus colonias, entre otros.
A partir de 1763, entonces, muchos alemanes comenzaron a mudarse hacia Rusia, donde se asentaron a lo largo de la orilla del Volga, ya que las tierras
Allí, el 21 de junio de ese año, un grupo fundó Dobrinka, la primera aldea de alemanes, ubicada en el óblast de Sarátov.
Entre 1764 y 1772 se establecieron en la zona 106 colonias, totalizando alrededor de 300.000 habitantes.
Estos inmigrantes, divididos entre católicos y protestantes, se instalaron en el sur del país, algunos en el lado occidental del Volga, en la región de Sarátov, y otros en el oriental, en Samara y sus alrededores.
Si bien Catalina cumplió con los privilegios prometidos a los inmigrantes alemanes, estos fueron obligados a confinarse por completo a las actividades del campo. También se les impidió salir del territorio y debieron jurar fidelidad a la emperatriz.
Una familia descendiente de inmigrantes alemanes del Volga, trabajando en el campo de una colonia ubicada en Entre Ríos. Foto: Archivo Clarín
Así, los alemanes forjaron, generación tras generación, una cultura del trabajo, al extremo de que no se reservaban tiempo para el esparcimiento. Esto moldeó en ellos el comportamiento serio y estructurado que aún puede observarse en la mayoría de sus descendientes.
Por el respeto hacia su identidad, no obstante, los alemanes del Volga lograron conservar el idioma y las tradiciones de sus ancestros.
La herencia se mantendría a lo largo de los años, ya que la mayoría de los inmigrantes germanos se casaron entre sí.
La inmigración alemana a la zona del río se mantuvo constante durante los primeros 100 años, y luego continuó a un ritmo menos acelerado. Sin embargo, la alta tasa de natalidad de aquellas familias logró que la población del lugar fuera siempre en aumento, hasta llegar a ser el grupo alemán más numeroso del Imperio ruso.
Pero la situación de los alemanes del Volga se vería modificada en 1871, luego de que el zar Alejandro II les quitara la mayoría de los privilegios: exención del servicio militar, beneficios fiscales y autonomía cultural y administrativa. Este fue el puntapié para que muchas familias intentaran buscar oportunidades en otros países.
Retrato de Alejandro II, el zar que les quitó los privilegios a los alemanes del Volga. Foto: Archivo
Durante los años en que sucedieron las guerras mundiales (1914-1945), los alemanes del Volga tuvieron más incentivos para migrar, ya que, además de sufrir los efectos devastadores de los combates, a partir de la llegada de Stalin al poder fueron perseguidos bajo la acusación de colaborar con el nazismo.
El número impacta: se estima que 300.000 alemanes dejaron el Volga para instalarse en otros países entre fines del siglo XIX y principios del XX.
América fue el destino prioritario. Los evangélicos eligieron Canadá y Estados Unidos, mientras que los católicos optaron por Brasil, Argentina y en menor medida Uruguay.
De Rusia hacia Argentina, la tierra «prometida»
Argentina había dejado atrás las guerras y representaba un lugar seguro para proyectar la vida. A partir de 1876, después de que el gobierno de Nicolás Avellaneda sancionara la ley de inmigración, arribaron miles de personas provenientes de Europa.
Con respecto a los alemanes del Volga, las estadísticas indican que entre 1878 y 1920 se produjo la gran oleada inmigratoria, por la que llegaron a nuestro país alrededor de 20.000 personas de esa región.
En enero de 1878, algunos alemanes del Volga fundaron su primera colonia, a la que llamaron “Hinojo”, cerca de Olavarría, Buenos Aires. En julio del mismo año, otros se dirigieron al departamento de Diamante, Entre Ríos, en donde establecieron la colonia de General Alvear.
Entre 1886 y 1887, alrededor de la ciudad de Coronel Suárez, en Buenos Aires, se fundaron 3 colonias: Santa Trinidad, Santa María y San José. Así, el distrito de Suárez se convirtió en el lugar del país con mayor población de alemanes del Volga.
Allí, actualmente, con el objetivo de mantener latentes las costumbres de sus ancestros, los descendientes de los inmigrantes del Volga celebran diversas fiestas, donde bailan danzas y se cocinan comidas típicas.
La más conocida es la «Strudel Fest», que se celebra anualmente en Santa María. En ella se elabora un strudel gigante: una especie de arrollado relleno clásico de la gastronomía alemana.
En la fiesta del 2024, se elaboró un strudel que superó los 65 metros de longitud. Foto: Provincia de Buenos Aires
Entre los últimos años del 1800 y los primeros del 1900, se fundaron más asentamientos volgas en distintas partes del país.
En Buenos Aires se sumaron Tornquist (1883) y San Miguel Arcángel
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A partir de 1924, se produjo otra oleada —menor que la anterior— de inmigración de alemanes del Volga hacia Argentina.
El objetivo de los nuevos migrantes fue escaparse del gobierno comunista y de la segunda guerra e instalarse en la tierra de la que habían escuchado hablar “maravillas”.
En esta segunda oleada, específicamente en 1919, llegaron al país los Schamberger. De acuerdo al testimonio de Luis, uno de los bisnietos de estos inmigrantes, sus ancestros fueron primero a Rusia, donde no encontraron la tranquilidad esperada, y entonces decidieron viajar a Argentina.
Al llegar aquí, el apellido original de los alemanes, que era Schammelier, fue cambiado por “Schamberger”, que en su idioma significa “montañés vergonzoso”.
Eran 13 hermanos y su destino inicial fue Rolón, una ciudad pampeana dónde también vivían otros alemanes del Volga.
Luis contó que, al poco tiempo de instalados, sus bisabuelos se dieron cuenta que Argentina no era la tierra “prometida” que, por los relatos de otras personas, se habían imaginado.
Sin embargo, trabajando duramente, los Schamberger lograron salir adelante y dejar descendencia. Al pedirle al bisnieto que defina la personalidad de sus antepasados, contestó: “Se comportaban todos de una manera muy recta”.
Otra historia interesante de estos años es la de Nicolás Strack, quién emigró a la Argentina en 1939.
Carmen Strack, que al hablar mezcla el castellano con el alemán, aseguró que su abuelo Nicolás, a pesar de que vivía a orillas del Volga, participó de la misión de guerra del buque germano Graf Spee.
Como parte del segundo conflicto mundial, el crucero se enfrentó a navíos ingleses cerca de Montevideo. Allí, sufrió la baja de algunos de sus marinos, entre ellos el papá de Nicolás (bisabuelo de Carmen).
Luego del combate, el acorazado quedó tan dañado que su capitán decidió hundirlo mediante explosivos, no sin antes rescatar a la totalidad de personas que viajaban en él.
Según cuenta la nieta, su abuelo, que había sobrevivido al ataque inglés, fue destinado a San Miguel Arcángel.
En dicha colonia, Nicolás logró prosperar gracias a las actividades agrícolas y se casó con Margarita Beratz, también descendiente de alemanes del Volga.
El Graf Spee al momento de su hundimiento, en diciembre de 1939. Foto: Archivo
No hizo falta preguntarle a Carmen por la personalidad de sus ancestros, ya que al inicio de la conversación aclaró: “Strack significa ‘recto‘, con eso te digo todo”.
Finalizadas las dos guerras mundiales, la inmigración masiva de Alemanes del Volga hacia Argentina se detuvo. No obstante, el legado de aquellos primeros viajeros perdura en sus descendientes.
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Joaquín PastormerloBio completa
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