WASHINGTON.- Un silencio atronador llenaba un aeropuerto vacío, sin las largas filas habituales. El enjambre del tráfico diario también había desaparecido, y en cambio se veían muchos patrulleros y policías. La pista donde todos los días se ve una larga hilera de aviones esperando su turno para despegar estaba despejada. Y apenas un puñado de aviones aguardaban estacionados en las mangas su turno para despegar.
El Aeropuerto Nacional Ronald Reagan (“DCA” o “National”, como se lo suele llamar en Washington) amaneció trastocado, paralizado y conmocionado por el trágico accidente que ocurrió anoche cuando el vuelo 5342 de American Airlines con 60 pasajeros y cuatro tripulantes a bordo procedente de Wichita, Kansas, chocó con un helicóptero del Ejército modelo Black Hawk, con tres militares. Mientras que se recuperaron 28 cuerpos del río Potomac, las autoridades no creen que haya sobrevivientes.
Más allá de la pista de aterrizaje, en una mañana fría y con cielo despejado, se podía divisar a dos barcos y otras embarcaciones que trabajaban en el operativo de recuperación de los cuerpos de las víctimas en las aguas heladas del río Potomac.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se aprestaba a ofrecer su primera declaración sobre el accidente desde la sala de prensa de la Casa Blanca, en una primera oportunidad para comenzar a despejar la gran cantidad de interrogantes que dejó la tragedia.
“A esta altura no pensamos que haya sobrevivientes”, dijo el jefe de bomberos de Washington, John Donnelly en una conferencia de prensa en el aeropuerto Ronald Reagan. “En este momento estamos pasando de una operación de rescate a una operación de recuperación” de los cuerpos, agregó.
El vuelo 5342 de American Airlines había partido de la ciudad de Wichita, en el estado de Kansas, y había comenzado sus maniobras de aproximación al aeropuerto de la capital de Estados Unidos cuando chocó contra el helicóptero. La aeronave era un jet regional modelo Bombardier CRJ700 de PSA Airlines, operado por American Airlines. El accidente, sobre el cual las autoridades aún no han brindado una explicación convincente, fue el peor desastre aéreo en casi 24 años.
En noviembre de 2001, el vuelo 587 de American Airlines, un Airbus A300, se estrelló poco después de despegar del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy de Nueva York con destino a la República Dominicana. Los 260 pasajeros murieron, junto con otras cinco fallecieron en tierra en Queens.
Las pantallas del aeropuerto Reagan mostraban casi todos los vuelos cancelados, excepto por algo más de una docena de aviones que tenían previsto despegar. Steve se aprestaba a sacar su tarjeta de embarque para abordar un vuelo de Delta a Minneapolis, donde luego tenía previsto tomar otro avión a Des Moines, Iowa.
“Mi destino final es Des Moines, Iowa, pasando por Minneapolis. Mi vuelo inicial fue cancelado esta mañana. Volví a reservar con otra aerolínea y, hasta ahora, no está cancelado, sale a las 11.55”, dijo a LA NACION. “Anoche fue desgarrador, pero, sí, ya sabes, supongo que tengo que volver a casa”, agregó.
“Es trágico. Seguro que parece evitable. ¿Sabes? Creo que fue algo así, esa tormenta perfecta de actividad donde, ya sabes, me cuesta poner junto todo lo que he oído, si el helicóptero sabía del avión y podía verlo visualmente, ¿por qué no se desvió?”, se preguntó.