Manuel Vicent, acaso el mejor prosista de la lengua española de los últimos tiempos, le dedicó su columna de El País del último domingo a un libro singular, Solo un día más. Espasa, de Susana Fortes sobre el gran amor de Albert Camus y la actriz española María Casares.
Tituló Vicent su texto La gabardina de Camus y escribió al final de su elogio: “Solo un día más expresa la forma en que estos amantes se devoraron mutuamente en el abismo del amor o de la muerte. Fue la muerte la que ganó la partida y a mi me ha devuelto el recuerdo de aquella gabardina blanca”. Esa gabardina que sirve de leit motiv del artículo del autor de Tranvía a la Malvarrosa fue un regalo que Casares le hizo a su amante para significar con amor el que el propio Camus tenía por Humphrey Bogart. Con una gabardina igual pasó a la historia, y vestido así lo recuerda este libro de Susana Fortes. Ella es autora, entre otros, de Quattrocento (Planeta, 2007) y Esperando a Robert Capa (Premio Fernando Lara, 2009). Le pedí a Susana que rescatara para esta entrevista aquella frase de Camus que de alguna manera se haya instalado en su corazón camusiano. Me dijo esta: “En algún lugar del mundo alguien abre un libro y se enamora, pasea por la playa o libra un combate.”
–Dice Vicent que este es un libro que narra la historia de dos que “se devoraron mutuamente en el abismo del amor o de la muerte”. Vivían este amor en medio de una devastación, la guerra de Europa. ¿Esa coincidencia, el amor y la barbarie, fue también la inspiración de tu relato?
–Amarse en un mundo en guerra tiene algo urgente, como una descarga de adrenalina brutal que le da a cada encuentro el vértigo del riesgo. Y aquí nos situamos en el epicentro de una gran historia de amor en pleno corazón del siglo XX (el fin de la II Guerra Mundial, la ocupación de Francia, La Resistencia, la liberación de París, la batalla de Argel, el comienzo de la Guerra Fría y las tensiones con el bloque del Este…). Albert Camus y María Casares pasan su primera noche juntos el Día D, el 6 de junio de 1944. Mientras miles de paracaidistas empezaban a caer del cielo sobre las playas de Normandía, ellos se enamoraban. Muy casablanquero, pero ocurrió así.
–Circula por el libro otro amor, de distinta naturaleza que el de Casares y Camus, que es el de la protagonista con un personaje que se denomina W. Si tuvieras que dejar por separado estos dos elementos, ¿cuáles serían para ti las calidades de ambos amores?
–Me pareció interesante darle a la historia un contrapunto actual. Y hablar también de cómo nace una novela, como es el proceso de creación de una escritora metida en una buhardilla, con sus propios dilemas, tecleando sin descanso en el ordenador, husmeando en la vida de otro escritor, involucrándose, mezclando su vida con la historia que está contando y tratando de buscar explicaciones que le ayuden a entender un episodio oscuro de su propio pasado.
–¿Quién puso más en ese encuentro, que también tuvo sus dramáticos desencuentros, para que el amor siguiera imperando hasta el día de la muerte de Camus?
–Claro… es que estamos hablando de una historia de amor que dura quince años en la que no paran de escribirse. Y en todo ese tiempo encontramos toda la gama de emociones: deseo, incertidumbre, miedo, complicidad, ironía, pasión, celos, frustración, infidelidades, orgullo, compasión, inteligencia…. Era una relación complicada, porque Camus estaba casado y su mujer estaba enferma, además tenía dos hijos pequeños. María tuvo que aceptar una relación al 75%. No fue fácil para una mujer tan orgullosa.
–¿Qué elementos de tu propia imaginación han entrado en juego en esta interpretación que haces de la relación entre estos dos personajes?
–¡Quince años de pasión! A ver qué matrimonio puede igualar eso. Fue posible. Lo que no fue es canónico o convencional. Recrear y fabular son cosas distintas. En la recreación el novelista no puede inventar a su antojo, debe atenerse a los hechos y a sus consecuencias, pero el esfuerzo imaginativo es casi tan grande como en la invención, aunque el riesgo sea mucho mayor. Todos los episodios narrados de la biografía de Albert Camus y María Casares son reales y están documentados, igual que los nombres propios de escritores, actores y editores que aparecen citados. En la recreación el escritor debe llevar sobre sus hombros todo el peso de la documentación, pero sin que se note. Los ladrillos y andamios con los que está construido el edificio deben ser invisibles. En esto me esforcé especialmente, porque creo que el lector no debe cargar con ningún peso muerto. Lo único que tiene que hacer es abrir la puerta, habitar la casa, conocer a los personajes, entenderlos y, si le apetece, sentarse con ellos a la mesa.
— Ahora estamos en un tiempo igual de incierto que aquel en el que España y el mundo vivían en estado de alarma. ¿En algún momento has sentido que esa historia real también era una metáfora de las guerras sucesivas?
–El siglo XX fue una época de héroes y canallas, de mitos y batallas. Camus encarnó mejor que nadie la figura del escritor que defendió sus ideas contracorriente, que dedicó su vida a la obsesión por la justicia, militó en la Resistencia, apoyó a los obreros de Berlín Este contra el régimen, protestó contra la ocupación de Hungría por los soviéticos, defendió a Victoria Ocampo cuando fue detenida por la dictadura argentina… Lo arriesgó todo y tuvo razón antes de tiempo, que es una de las formas más peligrosas de tener razón. Creo que este siglo XXI, en medio de un mundo cada vez más enloquecido, y a las puertas de una nueva Guerra Fría, su pensamiento está más vigente que nunca tal como lo expresó en el discurso de Estocolmo cuando recibió el Premio Nobel: «Es indudable que cada generación se cree destinada a cambiar el mundo. La mía, sin embargo, sabe que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se destruya». Y en esas estamos.
–El libro está lleno de incursiones propias tuyas sobre los amores sobresaltados de la protagonista que se enamora de W [la inicial de un amor de la protagonista] y de los propios protagonistas del amor entre el escritor y la actriz. ¿Cuál de las dos, en todo caso, te resultaron más propias para contar? ¿Dónde estás tú en el libro? ¿En las dos partes?¿Qué sabes ahora de los dos protagonistas de la realidad? ¿Y de tí misma?
–Nadie es el mismo al empezar una novela y al acabarla. Ni el escritor ni el lector. O no debería serlo. Si después de leer una novela no pasa nada, mal asunto. Lo que ocurre es que eso que pasa, le sucede a cada uno de forma singular y privada. Y a veces ese poso tarda un tiempo en sedimentar. A mí escribir sobre un escritor me obligó necesariamente a plantearme cuestiones personales: sobre cómo se gestionan los egos, los bloqueos creativos, o como el éxito es un arma de doble filo que puede destruir al más templado… También los chismes dentro del mundillo literario, las puñaladas traperas, la polémica con la pareja Sartre-Simone de Beauvoir, también los gestos de amistad y de lealtad profunda con otros escritores, los entresijos del Nobel, cosas que poca gente sabe. En el fondo se trata de viejos asuntos de la literatura, tratados no desde la altura de la filosofía o la moral, sino desde el bordillo de la acera, a pie de calle, donde la vida no hace distingos entre un Premio Nobel y el más común de los mortales, ni entre una actriz de éxito y cualquier mujer de a pie en la encrucijada.
A la obra de Camus llegó Susana Fortes gracias a su maestro de literatura, Manolo Domínguez, “un camusiano de corazón”. En la Universidad ella leyó El extranjero. Verano y El primer hombre fueron luego los grandes hitos que a ella la llevaron a la presente declaración de amor por el autor de El revés y el derecho.
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Juan Cruz
Especial para Clarín
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