Luego de haber circulado en revistas antológicas por décadas, el cómic europeo más emblemático vuelve convertido en libro (“novelas gráficas”) corroborando en esa integridad lujosa una plebeya tinta indeleble. La etiqueta continental es, sin embargo, anecdótica en el caso de El bar de Joe, uno de los rescates destacados, obra de los argentinos Carlos Sampayo y José Muñoz y situado en una Nueva York imaginaria.
El volumen reúne “El bar de Joe” y “En los bares”, dos tandas de historias corales (15 en total) publicadas originalmente en la editorial francesa Casterman como desprendimiento del icónico Alack Sinner. La sordidez, el desamparo y la violencia blanquinegra que ya eran premisas virtuosas en las tiras del detective corpulento se derraman aquí en micronarraciones que tienen como protagonistas transitorios a boxeadores, taxistas, artistas y prostitutas, una fauna civil de calado desigual que halla en su intersección tabernaria su azarosa razón de ser.
La fricción multicultural es una constante en el desfile cosmopolita que se condensa en el bar citado, debatido entre las luchas políticas de los 70 y la apertura hacia una globalización incipiente y equívoca (la serie data de comienzos de la década de 1980). El silencioso y melancólico barman y su concurrido garito son testigos de amoríos interraciales, intrigas ideológicas y mestizajes sonoros (suenan Boccherini, Chet Baker, Edmundo Rivero, Celia Cruz), de manifestaciones callejeras y noticias de guerra, de injusticias y milagros. Los autores se expresaban con conciencia de causa en estos relatos, habiendo sido migrantes clandestinos en el viejo continente mientras los concebían, y así el conjunto abre con un arquitecto extranjero indocumentado al que Joe le da trabajo y que ostenta la cara inconfundible de Muñoz.
El solitario y paranoico Pepe termina de la peor manera, como ocurre en varias ocasiones en estas historietas mortalmente amorales. La potente dupla detrás de Sudor sudaca y Carlos Gardel parece estar precalentando en las primeras entregas, procurándose su rincón único entre las mesas gastadas del noir.
En efecto, el pulso se afina en el affaire íntimo y lírico de “Ella”, sobre una fotógrafa que se enamora de un afroamericano ambiguo, así como en la épica engañosa de “Tenochtitlán”, donde un director de cine germano a lo Werner Herzog padece las consecuencias de recrear la conquista de América sometiendo a extras nativos y repitiendo así la historia.
En “Rasgos de Stevenson” Sampayo entrega su guión más experimental, un policial metafísico saturado de guiños y desdoblamientos con un hombre sin cara que deviene su propio perseguidor. Y el inmejorable capítulo final exprime los globos de texto para entrelazar deriva individual y cacofonía colectiva en la aparición en el bar de Sophie Milasewicz, el amor maltrecho de un Sinner que estuvo siempre ahí, acechando desde alguna que otra viñeta.
Nada de esto sería posible sin el extraordinario arte de Muñoz, que muta en tiempo real delineando un mundo vivo con sus plumines y pinceles, haciendo de cada cuadrito una postal autónoma sin perder de vista la continuidad vertiginosa del medio. Gestos, carteles y neones toman forma entre la línea y el contraste pleno, en ese equilibrio imposible que el dibujante fusionó de sus maestros Alberto Breccia y Hugo Pratt (aunque también hay destellos de Jorge de la Vega y Carlos Gorriarena), en el que se barajan atmósferas frívolas, siniestras, grotescas.
El verosímil no es menor, siendo que en una de las entrevistas con Igort que se incluyen como apéndice los autores recuerdan que Art Spiegelman y Jerome Charyn no podían creer que ellos no conocieran Nueva York en el momento de realizar El bar de Joe. La serie más reciente y convencional que cierra el libro, “En los bares” (2002-2006), amplía el mapa a Buenos Aires, Barcelona, Milán y París para aterrizar de nuevo en la Gran Manzana, donde la llegada profética de un laureado poeta coindice con el ataque a las Torres Gemelas. El cierre del arco histórico es contundente y deja del otro lado el blanco de un siglo irrepresentable.
De las Europas
Ya unívocamente europeas son las ediciones que lanzó el Fondo de Cultura Económica, que amplían la mirada sobre esa producción fértil que renovó el noveno arte desde la etiqueta autoral. Europa misma es terreno de recreación histórica en El hombre de Pskov, del refinado Guido Crepax (Valentina), que supo circular por aquí con el título Rusia en llamas, y en el que se evoca un episodio de la contienda entre el Ejército Rojo y el Ejército Blanco durante la revolución soviética. Caído el zar, un soldado del ejército duda de su entrega a la causa justo cuando su superior ordena atacar la casa donde se refugian unos campesinos comunistas. Los fusilamientos, emboscadas y avances a caballo acompañan el ritmo del debate moral, secuencias en las que el historietista italiano se luce con un orden casi arquitectónico en las viñetas y frisos bélicos de hieratismo cinético que pueblan la estepa bidimensional de líneas, manchas y globos.
El panorama se extiende al continente entero en Las falanges del orden negro, de Pierre Christin y Enki Bilal, donde una brigada de veteranos republicanos de izquierda revive su juventud combativa en el pueblo español de Aragón al tener que enfrentar de nuevo y por ocasión definitiva a sus enemigos fascistas. La primicia de que los terroristas conocidos como “las falanges del orden negro” han vuelto al ruedo le llega como un balde de agua fría al periodista Pritchard asentado en Londres.
Llamados de larga distancia mediante va convocando a cada uno de sus viejos camaradas desperdigados por países europeos. Tras el fervoroso reencuentro, esta liga de extraordinarios caballeros inicia una misión nada fácil para su actual estado físico, que los impulsa a atravesar paisajes y fronteras geográficas pintorescas estrechando la distancia con esquivos antagonistas. La ironía etaria es el sostén cándido de las peripecias narradas por Christin y que escolta el pulcro trazo de Bilal.
Tanto o más clásico es Kraken, de los españoles Antonio Segura y Jordi Bernet, una serie de aventuras policiales situadas en un gran entramado subterráneo en la ficticia ciudad de Metropol que encabeza el imperturbable teniente Dante. Aunque en un principio el monstruoso y legendario “kraken” que anida en las profundidades es el motivo de movilización de la patrulla, será el realista y no menos cloacal accionar humano el que ponga a Dante a hacer las veces de héroe.
Segura baraja giros ingeniosos para una escena tan claustrofóbica, ideando 18 relatos entretenidos en los que se intercalan vagabundos, exorcistas, mujeres fatales y criminales de folletín, siempre con el lovecraftiano kraken vigilando desde su escondite y el claroscuro de un Bernet inspirado que refleja a pioneros como Will Eisner: el artífice de la novela gráfica, ese formato rescatista que elevó un arte subterráneo a la luz consagratoria.
El bar de Joe, José Muñoz y Carlos Sampayo. Salamandra Graphic, 360 págs.
El hombre de Pskov, Guido Crepax. Fondo de Cultura Económica, 54 págs.
Kraken, Antonio Segura y Jordi Bernet. Fondo de Cultura Económica, 174 págs.
Las falanges del orden negro, Pierre Christin y Enki Bilal. Fondo de Cultura Económica, 84 págs.
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