Los niños, lo sabemos, son el futuro y en un tiempo como el nuestro, en donde el presente ejerce una verdadera tiranía y las visiones son raras, un buen porcentaje de ellos son considerados material de descarte y manipulados por el mundo de los adultos que los usan a su antojo.
Las guerras y conflictos destruyen cualquier forma de humanidad. En su reciente libro “La esperanza no defrauda nunca” el Papa Francisco argumenta que los niños no tienen voz para denunciar los atropellos, la violación de su dignidad y de sus vidas: “cada uno de ellos es un grito que se eleva a Dios y acusa a los adultos que han puesto las armas en sus pequeñas manos. No dejemos que les roben la esperanza”.
Cuánta esperanza robada a los niños soldados, a los niños explotados sexualmente y abusados, a los que son rehenes del narcomenudeo, cuántos niños desnutridos y que viven en las calles de nuestras ciudades. Este atroz espectáculo nos revela que estamos frente a una sociedad antropófaga, una sociedad que devora el propio futuro perdiendo ineludiblemente los rasgos de humanidad. Hay que invertir en el futuro, dar espacio y voz a los niños, a sus deseos y sueños, a su necesidad de cuidado y protección.
Urge derramar en las nuevas generaciones la cultura de la paz y del diálogo. La educación es la verdadera respuesta al narcotráfico. No es suficiente una adecuada política de seguridad. Es imperioso trabajar con los niños, con sus heridas, con sus necesidades tantas veces postergadas.
Las Escuelas de la Paz de la Comunidad de Sant’Egidio, que desde hace decenios están presentes en el país y en muchos otros del mundo, representan una respuesta concreta a un destino de marginación. El cuidado a 360 grados de la vida del niño, de su salud, sus relaciones familiares y con sus pares, su rendimiento escolar, son los ejes de un trabajo que las Escuelas de la Paz realizan con responsabilidad y conciencia. La amistad y la cercanía de un joven con un niño puede producir milagros. La cultura de la paz versus la cultura de la fuerza y de la violencia que muchas veces es pan cotidiano, logra un real cambio de actitudes. La fraternidad que se construye en ese espacio conquista los corazones. No es una utopía, es la construcción de un sueño de un mundo donde los niños y el futuro tengan su justo lugar. Es el deseo del Papa Francisco que el año pasado ha querido inaugurar la Primera Jornada Mundial de los Niños para que el mundo escuche sus voces, sabias y razonables.
Las palabras evangélicas de Jesús “si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos” nos recuerdan la fuerza espiritual que los niños representan para Él. Es una fuerza que no se debe debilitar, al contrario debe crecer y prosperar. El encuentro mundial sobre los derechos de los niños que se realizará en el Vaticano, como evento jubilar, a comienzos de febrero, va en esta misma dirección. Oigamos la voz de los niños para que nuestro mundo goce de futuro, de esperanza y de una humanidad renovada.
Una linda poesía de Santa Madre Teresa de Calcuta sintetiza esta reflexión: “Pido un lugar seguro donde pueda jugar. Pido una sonrisa de quien sabe amar. Pido el derecho para ser un niño, para ser esperanza de un mundo mejor. Pido para poder crecer como persona. Puedo contar contigo? Gracias”.
Marco Gallo es miembro de la Comunidad de Sant’Egidio y Director Catedra Pontificia UCA.
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