Godoy Cruz y Talleres de Córdoba se preparaban para jugar el segundo tiempo en Mendoza cuando el juez de línea Diego Martín recibió el golpe y resultó herido por un caño lanzado desde una de las tribunas.
La secuencia que siguió responde al más puro sentido común. Alertado, el árbitro Yael Falcón Pérez pidió la asistencia médica, entregó a la policía el caño que lastimó a su colaborador y suspendió el partido.
Seguir hubiera significado naturalizar la violencia como una posibilidad a la que hay que acostumbrarse en los estadios cada fin de semana.
La explicación que ofreció Falcón Pérez también fue un ejemplo de sensatez: «Si nosotros no actuamos como corresponde, esto va a seguir», afirmó. «No es que el cuarto árbitro lo va a reemplazar. No es por la lesión del juez de línea, es por una agresión. Entonces, no hay posibilidad de seguir. Esto no puede pasar en 2025 en el fútbol campeón del mundo». Y agregó, contundente: «Tenemos que pregonar con el ejemplo. Si nosotros seguimos jugando, esto va a seguir pasando y vamos a darle a todo el ok».
La decisión y la justificación de Falcón Pérez resultan inobjetables. Pero algo no encaja cuando se confrontan sus palabras con la realidad -más allá de la violencia concreta y física de la agresión en Mendoza- de los torneos en la Argentina. ¿De qué fútbol habla el árbitro?, podría preguntarse alguien.
En 2025 y en el país de los campeones del mundo y de América, pasan cosas tanto o más graves que esa.
Apenas unas horas antes del partido entre Godoy Cruz y Talleres, Pablo Toviggino, tesorero de la AFA y mano derecha de Chiqui Tapia, mostraba, una vez más, su condición de «apretador» recurrente y violento de los dirigentes que se atreven a formular una crítica a la organización o a los arbitrajes.
Escribió Toviggino contra Mauricio Bonafina, vicepresidente de Banfield (equipo perjudicado por el arbitraje en su derrota con Riestra): «Ahí lo tenés al Pelo…. !! Sábado – Domingo !! Ladies and gentlemen bon soire sean bienvenidos a la Octava función (2017-2025) pasen y vean los programas y periodistas deportivos más truchos, más bajos, más pavos del mundo. TODOS VIVIENDO DE AFA, inútiles e inoperantes. Desde ahora y para siempre cualquier semejanza con hechos reales correrá por vuestra propia imaginación, arrivederci é buona fortuna !! Porque la van a necesitar en este 2025 … Promesa !! La Guardia Alta».
Toviggino encarna en la AFA lo que Falcón Pérez quiso evitar en la cancha de Godoy Cruz: la naturalización de la violencia.
Desde su cuenta en X insulta, amenaza, desprecia, promete venganza y anuncia que está listo para pelear: «la guardia alta», con absoluta impunidad. La intención es clara: disciplinar para que nadie hable. (También utiliza un argumento propio de un chico de 10 años. «Todos viviendo de AFA», escribe en mayúsculas, como si el periodismo dependiera de él y Chiqui Tapia. Lo cual demuestra que de eso, al menos, no entiende nada.)
Al fin, sus agresiones verbales resultan más graves por representar la violencia institucional amparada en la impunidad del poder. A esta altura, Toviggino es una vergüenza que mancha a toda la dirigencia, que debería buscar la manera de sanearse por su propio bien y por el del fútbol de los campeones del mundo que Falcón Pérez quiere cuidar.
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Gonzalo Abascal
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