“Bueno amigos, acabo de pasar la situación más límite de mi vida. Se está prendiendo fuego todo. Pude sacar a mi familia justo a tiempo. Dudo mucho de que al regresar mi casa esté ahí. Les cuento porque les quiero y porque sé que tienen una energía muy buena siempre”, escribió Manuel Despósito el 30 de enero en el grupo de Whatsapp de una comunidad cultural que integra hace años.
Todavía en ese momento su casa de Mallín Ahogado permanecía intacta frente a la embestida del fuego. El incendio que se había iniciado en Confluencia, en el cruce del río Azul y el Blanco, en las afueras de El Bolsón amenazaba a casas, animales y bosque por igual. Dependían del viento o de un milagro. Algunos vecinos autoconvocados, miembros del Servicio de Prevención (SPLIF), brigadistas del Servicio Nacional del Manejo del Fuego (SNMF), más bomberos voluntarios trataban de controlarlo. Durante los últimos años, la Patagonia argentina no solo se caracteriza por la belleza de sus paisajes, también por el mayor riesgo de padecer incendios en cada temporada estival.
Manuel, Valeria y sus hijos bajaron al pueblo con las llamas encima. Volverían varias veces para rescatar todo lo que fuera posible y para comprobar, con impotencia, que esta vez les tocaría a ellos perder lo material de su historia. Cerca de 3 mil hectáreas incendiadas, 200 familias afectadas y unas 700 estructuras destruidas —entre casas, galpones, talleres y huertas—, es el recuento del desastre hasta la fecha en Mallín Ahogado. Mientras tanto, continúan algunos focos activos en zonas de bosque nativo hacia la Cordillera. En total, entre Río Negro, Chubut y Neuquén, se calculan más de 23 mil hectáreas damnificadas.
Desde la casa de sus suegros, en El Bolsón, Manuel Despósito cuenta la tragedia y habla de cómo era la vida antes del fuego.
Mallín Ahogado 26 años atrás
Nació en Buenos Aires, en San Martín. Vivió un tiempo en Capital, otro poco por el Oeste del Conurbano. Con padres separados, recuerda esa etapa como “bastante caótica”. A los ocho años, inaugurando su segundo septenio, se fue con su padre al Bolsón: “Él vino acá para cumplir una especie de sueño o deuda que tenía. Se crio entre gente de campo, después de muy chico se fueron a vivir a la capital”. Manuel menciona una situación que podría tener un paralelismo con lo que hoy le toca vivir, en la que sus abuelos también se quedaron sin casa y terminaron viviendo en un conventillo en Constitución. Para su sorpresa, la experiencia de su padre no fue negativa, al contrario, le abrió paso a nuevas experiencias.
A fines de la década del 90, su deseo era volver a la naturaleza así que compró una chacra enorme en la zona rural cercana a El Bolsón para disfrutar de su jubilación anticipada. A 15 kms del pueblo y por camino de tierra, en medio de un paisaje de ensueño. Así fue como Manuel creció en Mallín Ahogado.
Llegaron a la chacra que guardaba la energía de sus anteriores ocupantes. Enorme, de piedra y madera, la casa impactaba por su arquitectura. Llegó a tener a su alrededor muchos animales y una huerta gigante. “Mi papá tenía la posibilidad de que esa chacra brille, que haya abejas, ovejas y chanchos. Y que hagamos jamones, chorizos, pancetas. Que tengamos un criadero de truchas y las sahumemos”.
Para el niño de la ciudad fue una experiencia impresionante. Graneros, galpón y corral. Un lugar ideal para producir y vivir de eso. Aunque no era fácil el invierno, con temperaturas extremas y calefacción a leña. Un sacrificio dejar las frazadas para ir a la escuela, levantarse antes de que asomara el sol para hacer un trayecto a pie y tomar, a las 7 AM, el colectivo que lo llevaría al colegio secundario de El Bolsón.
La localidad se transformó desde entonces. En la actualidad existe opción de estudiar en Mallín pero muchos adolescentes siguen eligiendo los centros de educación media de la ciudad. Manuel destaca que entre los edificios que pudieron salvar los vecinos, se encuentra aquella escuela a la que fue entre 4° y 7° grado, la 103, aunque todo el bosque de alrededor se quemó.
Su propia adolescencia fue una constante adaptación a las distancias y la temperatura. Hasta que decidió estudiar periodismo deportivo en La Plata y ahí comenzó una nueva etapa.
El sur siempre tira
No duró tanto el estudio. Que amara el fútbol y a Boca no era equivalente a cursar materias de lo más diversas. Fue difícil sostenerlo mientras trabajaba por la noche pero le resultó interesante conocer a sus vecinos de la pensión, gente muy diferente a todo lo que había visto hasta entonces. Al volver a la Patagonia se anotó en magisterio, en el Centro de Formación Docente. Con un 75% de la carrera de Profesorado de Educación Primaria, empezó a trabajar en una escuela Waldorf y acompañó a su grupo durante todos los años de cursada.
A su pareja, Valeria, la conoció en la escuela. Primero como madre de un alumno y después como profesora de educación física o movimiento. Se enamoraron y empezaron a compartir más momentos juntos. En 2020, antes de que se declarara la pandemia, Manuel se fue a Brasil. “Coincidió con que mi mamá se enfermó. Y entró en una etapa de cuidados paliativos, así que yo viajaba mucho a Buenos Aires para acompañarla”.
Esos tiempos fueron caóticos. La chacra había quedado abandonada. Primero la alquilaron, después vivió su hermano y una persona más. “Siempre que iba, la veía muy descuidada, me dolía verla así. Estaba vacía, todo lleno de arbustos, matorrales, vidrios rotos. Las paredes de la cocina con hongos y humedad”. Tuvieron miedo de encontrarse con alguien, pero solo la ocupaba la vegetación.
A fines de 2020 hablaron con su padre para mudarse con Valeria a Mallín. Tenían la fantasía de transformarla en algo turístico. Manuel, como gran parte de la población mundial, experimentaba con los panes y la masa madre. En su cuenta de Instagram le sacaba fotos y salían cada vez más altos y esponjosos. En el plano real, quienes los comían los encontraban riquísimos. Cuando llegó el embarazo de ella, arreglaron la casa con parte de la herencia que la madre de Manuel le había dejado. Repararon lo que pudieron y construyeron el espacio de panadería que años después se llamaría Amigar (@amigar.panes).
Se transformaron en una familia numerosa, integrada por los dos hijos de Valeria y la llegada de Lihuen. Como en la infancia, Manuel se reencontró con los desafíos de vivir en la ruralidad y viajar seis kilómetros para visitar al amigo más próximo. Pero ahora él era el adulto.
Incendios anunciados
“Yo usé una imagen horrible: la ruleta rusa”, dice Manuel. Acá vivimos la ruleta rusa todos los veranos y yo sentí el hartazgo de lo extremo; en invierno estamos congelados y en verano tenemos fuego. “Primero tuvimos el incendio de Epuyén, que fue horrible. Mucha gente amiga perdió todo”.
El miércoles 29 habían ido al río en familia. El termómetro marcaba 34°. Cuando volvían a la casa vieron un incendio, que los vecinos pudieron apagar pronto. Pero el jueves empezó un foco en la cercanía de Wharton, en la zona de Confluencia. “Es por donde pasan todos los caminantes que van a los refugios”. A Manuel le había llegado el alerta cuando estaba con su padre en El Bolsón, antes de irse a trabajar. Eligió subir a buscar a los suyos y vio un terrible hongo de humo del otro lado del río. “Cuando llego al cruce del asfalto, para llegar al ripio de mi casa, ya había personal policial que me preguntó adónde iba”.
Manuel Despósito le dijo a su compañera que juntaran sus cosas. No era una evacuación total, tenía esperanza de que se fuera para otro sector, así que agarraron documentos y algo de ropa. Pero no pudieron evitar que los hijos se angustiaran. “La peque se quería llevar al gato. Y se lo llevó, no hubo forma. Cuando llegamos a la esquina, veo el fuego. Y ahí mi compañera me dice ‘no mires, y manejá’”.
Estaban shockeados. En la casa de sus suegros siguieron las noticias. El fuego había devastado el camino de costa del Río Azul pero había perdonado su casa. Como habían dejado a las perras, tenían que volver. En la madrugada del viernes, le escribió a un amigo, que llegó con su camioneta y un tanque de agua vacío. Llevaron unos baldes, las rescataron y Manuel aprovechó para sacar algunos libros.
En las casas vecinas había gente que trataba de combatir el fuego, “con autobomba, en el mejor de los casos, o con una manguerita, un balde, o una pala”. Desde 2021 hay brigadas conformadas por vecinos que compraron equipos. Ellos se sumaron, aportaron agua. “Uno se siente muy chiquito pero sabemos que ‘mucha gente chiquita, haciendo cosas chiquitas’… así funciona”, y cita a Eduardo Galeano y su gente pequeña que, unida, puede cambiar el mundo.
Pensaron que había pasado lo peor. “La realidad es que yo un poco me confié”. Pero el sábado se levantaron vientos fuertes y sin lluvia, el fuego se expandió. Fueron con su hermano y se separaron al llegar a sus casas, que tienen entradas diferentes. Manuel tomó su guitarra y algunas cosas simbólicas. Pero dejó la tele grande, linda. En aquella casa de piedra y madera quedó el horno, la amasadora, elementos que él creía eternos y que ahora se arrepiente de no haber cargado.
Llegó a una hostería cercana y se encontró con su vecino preocupado porque su madre no se quería ir. “Y yo pensé: bueno, voy a rajar, pero con un poco de dignidad. Le dije a la madre: ‘escúchame, tenemos que irnos, porque tus hijos están súper angustiados por vos que estás acá’”. La mujer le dio las llaves de su auto y se fueron para El Bolsón. Aquella noche Manuel y su familia tuvieron la confirmación de que la casa se había quemado entera. Cuenta que con sus hermanos hacían un chiste. Ellos eran los tres cerditos: su hermano tenía la casa de barro, él tenía la casa de madera, y su otro hermano la de material. Igual que en la fábula, solo la de material se salvó. “Aunque es difícil explicar cómo. Tiene un techo y un deck de madera que no se quemó”.
En el grupo de whatsapp, Manuel siguió escribiendo: “Les dije que hoy era un día clave y que iba a pelearme mano a mano con el fuego. Me cantó truco y me fui al mazo. Hay momentos donde la vida toma un valor impresionante. Estoy a salvo, mis hermanos también. Obviamente la familia entera. De lo demás, no queda nada”.
El 3 de febrero, Manuel y Valeria juntaron coraje para ir a ver los restos: “La casa como que disolvió la madera, no hay madera quemada no se ven rastros de brea, así de intenso fue”. Los galpones, el leñero, todo estaba destruido. Entre los escombros encontraron un helicóptero de juguete. “Lihuen estuvo jugando todo el tiempo a que apagaba incendios, Ahora está armando casitas, mojando con mangueras, y jugando con helicópteros a apagar el fuego”. Sabe de la angustia de los más grandes, se identifica con ellos en la pérdida de lo que les daba seguridad. “Empieza una nueva etapa que es todo un misterio”, decía Manuel y agradecía a quienes se habían enterado y querían colaborar.
“El abrazo que nos llega es infinito. Es enorme, yo sé que soy un privilegiado en cuanto a las comunidades que integro. No solo se refiere al escritor Hernán Casciari y la Comunidad Orsai (con los que habla por Whatsapp), también a los panaderos Germán Torres o Juan Manuel Herrera que le ofrecieron ayuda concreta. También algunos emprendimientos que le enviaron mensajes a su Instagram, en el que escribe textos que conectan con su sensibilidad. Todavía más en estos días: “La realidad es que estamos super acompañados. El amor llega por todos lados y lo recibimos con mucha facilidad”.
El pan que amasaba y horneaba una vez por semana, y las charlas profundas con sus compradores, por su trabajo en el restaurante habían pasado a tener una frecuencia de 15 días. Pero el rescate de la masa madre es significativo para el proyecto de Amigar: ahí permanecerá hasta que se cumpla el duelo. Manuel expresa su agradecimiento y comparte las necesidades de otra gente que no tiene marketing ni redes. Se siente un privilegiado y quiere colaborar también con sus vecinos. Sabe que llevará años reconstruir los hogares, que la flora y la fauna extinguida llevará aún más tiempo en crecer, pero en medio del apocalipsis, comparte la foto que tomó su compañera entre los escombros: una abeja polinizando una flor.
Formas de colaborar.
Manuel Despósito: amigar.pan //Brigada Forestal de Mallín: flanco.foco.fuego // En el Ig @brigadaforestalmallin se puede seguir el combate del fuego// Brigada Andina (Compra de insumos, mangueras, combustible, herramientas) abaco.blonda.caoba// Amigos de la Patagonia: amigos.patagonia