Cuando me sorprendió la tristísima noticia de la partida de Daniel Valerio, el miércoles pasado, decidí dedicarle el editorial de esta edición. La merece: en su paso por Clarín Rural fue un artífice necesario de la Segunda Revolución de las Pampas. Aquí vamos.
Daniel ya estaba aquí cuando, en 1991, me convocaron para dirigir el suplemento. No nos conocíamos, pero sintonizamos de entrada. No solo nos unía la profesión (ambos ingenieros agrónomos dedicados al periodismo), sino que compartíamos una visión: el agro estaba listo para un tremendo salto tecnológico, y teníamos que hacer nuestra parte.
Apasionado por la innovación, nadaba en las aguas de un océano infinito. Era una usina de información, que deslizaba sólidamente semana a semana en sus artículos de tapa. En particular, vivía con fervor lo que estaba pasando con la nueva agricultura. Se zambulló de cabeza en la siembra directa, que se abría paso fogoneada por Víctor Trucco desde la incipiente Aapresid. Daniel estaba ahí.
Por entonces, producíamos 10 millones de toneladas de soja y 40 en total. La directa prometía un crecimiento interesante en soja, pero estaba trabada por el embate de las malezas perennes y la dificultad para combatirla. Lo mismo con el maíz, donde faltaba genética (dominaban los híbridos Flint de cuatro líneas). Lo mismo con el trigo. Ambos pensábamos que si se soltaban amarras, la ganadería también tendría que dar un gran salto, porque entre la directa y lo que se venía iba a ceder millones de hectáreas a la agricultura.
Daniel “la vio”. Compartimos la epopeya de la intensificación, que nos energizaba semana a semana. Hay para un libro. Pero en este devenir hubo un hito que, por sí solo, merece un reconocimiento eterno. Fue haber dado luz pública e impulso crucial al mayor evento tecnológico de esta fabulosa revolución: la soja RR. Fue lo primero que me vino a la memoria.
Nada es casual. Cuando hurgueteaba en mis recuerdos sobre aquéllos días, me llega un mensaje de Rodolfo Rossi, el creador de las primeras variedades transformadas para resistencia al glifo. Me tomo la libertad de insertarlo aquí:
“Daniel, fuiste un destacadísimo representante de la noble profesión de Periodismo Agropecuario y quedará siempre tu impronta de la singular manera que la ejerciste. El conocimiento de la ciencia y la técnica agronómica, que cultivaste en tu carrera de Ingeniero Agrónomo, durante la cual tuve la oportunidad de conocerte, compartiendo charlas en la cual trasmitías un temprano interés en las tecnologías de avanzada, de las cuales tuviste a lo largo de tu carrera la posibilidad de ser un comunicador pionero y de excelencia. Lograste una síntesis perfecta de ambas profesiones con pasión, entusiasmo, convicción y la dosis justa de humanidad que tus colegas y todos reconocimos en vos.
Tapa de Clarín Rural del 23 de diciembre de 1995.
Con la triste noticia, vino a mi mente otra vez, una gran nota central, adelantada en el tiempo, precisamente del 23 de diciembre de 1995, en relación al próximo lanzamiento al año siguiente de la primera soja transgénica, en el prestigioso Clarín Rural, acompañado por el maestro Héctor.
Una memorable doble página central en Clarín Rural, cuando se anunció la llegada de la soja RR, con dos notas de Daniel Valerio explicando la revolución agrícola que se venía en la Argentina.
La titulaste en tapa, el “Futuro a mano llena”, mostrando la expectativa que te creaba la novedad tecnólogica que el tiempo te dio la razón. Mas aún, cuando poco se hablaba de la biotecnología, y su impacto, titulaste las notas de doble página central de dos formas muy creativas, “ El pasado quedo hecho un poroto” y “Donde ponen la bala ponen el gen”, síntesis para un hecho pionero, de los cambios tecnológicos que vendrían, y que exhaustivamente comunicaste durante toda tu vida.
La tapa estaba ilustrada con las manos de un esforzado trabajador dedicado y comprometido. Como vos. Hasta siempre.”
Ya sabemos lo que siguió. Pasamos de 10 a 50 millones de toneladas de soja. De 40 a 150 en total. Y manteniendo el stock ganadero. Daniel fue clave.
Daniel Valerio en Malargüe, cerca de la Cordillera, su último «lugar en el mundo».
De todo lo que fue como ser humano, su cálida sencillez, su espíritu colaborador, han dado cuenta su enorme legión de amigos. Pero todos debemos agradecerle su aporte para que este país siga siendo viable.