“Siempre les digo a mis alumnos que están aprendiendo un oficio que es hermoso y hace felices a las personas. Cuando van a cortar el pelo a hospitales donde hay gente postrada, abandonada, o a hogares de niños que no tienen padres lo comprueban porque los reciben con una sonrisa”, explica Betto Sosa, quien hace ya 21 años fundó la cadena Prana Peluquerías.
Su historia más que particular y especial narra que nació hace 41 años en la Maternidad Sardá en Parque de los Patricios. “Igual que Sandro”, agrega entre sonrisas. Y, para él, nada fue fácil. Se crió en hoteles de familia del barrio de Constitución. El primero fue el Ali Can, ubicado en Salta 963. “Muchas veces de chico tuve que esquivar charcos de sangre que había en la calle cuando llegaba al hotel. Eran comunes las peleas con cuchillas después de discusiones porque en la puerta de lo que era mi casa se vendía y consumía cocaína, había prostitución, mucha violencia. A veces mi vieja nos decía que nos tiráramos al piso porque afuera empezaban a los tiros. Me crié en ese ambiente, para mí era normal. Aunque siempre evitaba enfrentarme a nadie. Te convertís en un experto en evitar conflictos. Me lo enseñaron mis viejos en el hogar humilde que teníamos junto a mis dos hermanos. Mamá, Carmen, limpiaba casas; papá, Mario, fue uno de los sobrevivientes del Crucero General Belgrano en la Guerra de Malvinas. A mí me salvó la escuela y la curiosidad que tenía. Pero no me olvido que de pibe nunca pude festejar un cumpleaños porque vivía en una pieza que no tenía ventanas. Nunca pude invitar a mis amigos a un pelotero porque no podíamos, me las tuve que rebuscar solo, pero eso me sirvió para despertar mi propio ingenio…”, cuenta en diálogo con LA NACION.
Betto hace un alto en el relato y demuestra durante toda la charla una particularidad: siempre sonríe y se muestra positivo, altruista. Quizá como nunca tuvo nada, fue por todo. “Después nos mudamos a otro hotel a una cuadra y media, hasta que Malena, una mujer de una casa donde mi vieja hacía la limpieza le dijo: ‘Vengan a vivir acá que el terreno es grande y lo pagás como puedas’. A mí me gustaba acompañarla y conocía el lugar. Así tuvimos nuestra primera casa, pero ya más grande, con espacio; fue increíble para nosotros que estábamos acostumbrados a convivir en un sitio muy reducido”, continúa.
Estaba en segundo grado cuando empezó a concurrir en el barrio a la parroquia Inmaculada Concepción de María donde lo recibió el padre Alfonso. Primero fue monaguillo y después catequista. También conoció al padre Toto, cura villero de la 21, alguien fundamental en su vida: “Por eso me tatué su imagen acá en la pierna. Me enseñó cuál era el camino por donde debía ir, acercarme a quienes lo necesitaban”.
Un repetidor que encontró su destino
Sin embargo, su paso por la escuela no era el mejor, ya que repitió seis veces en el colegio secundario. “Siempre tuve un déficit de atención, me cuesta concentrarme”, explica y agrega que su futuro estaba inclinado a la gastronomía, pero de repente cambió de rumbo: “Me gustaba cocinar porque mi mamá lo hacía para afuera, pero empecé a cortarle el pelo a mis amigos. Yo digo que el destino estaba marcado porque a los pocos días vi un cartel en mi escuela que había un curso de peluquería, me anoté y no paré más”.
Tenía apenas diecisiete años y comenzaba una aventura para intentar cumplir sus sueños de progreso: “Cuando arranqué mis compañeras eran todas señoras que se juntaban para hablar de Montecristo, la novela del momento. Me dije a mí mismo: ‘¿Qué miércoles hago?’. Y me fui a buscar trabajo para limpiar peluquerías. Agradezco a mucha gente que me dio una mano. Lo hacía de 7 de la tarde a 1 de la mañana. Yo sabía que tenía que estar ahí adentro, esa era mi misión. Entonces limpiaba tres, no una. Hasta que me tomaron en una de Flores que se llamaba Paulino Acosta como encargado del guardarropa. Yo recibía las prendas de los clientes, les daba un numerito y les convidaba un café. Trabajaba para poder pagarme el curso. Después me fui a otra que estaba a una cuadra del Alto Palermo. A los 13 había adoptado un look estilo Marilyn Manson, porque te soy sincero, cuando lo descubrí dije: ‘Es por acá, me da seguridad’. Hasta que me tomaron en otra de Guillermo Paparella en Cabildo y Juramento. Y se dio el milagro. Un amigo mío que había sido director de Llongueras me vio y empezó a entrenarme, a prepararme. Tenía la idea de poner la peluquería conmigo y arrancamos sobre Cramer. Pagamos el primer mes de alquiler sin tener la plata para el segundo. También íbamos a Plaza Serrano a cortar gratis para atraer clientes. Empezamos a sumar eventos. Y se dio».
El universo o, mejor dicho, el esfuerzo de sol a sol, le dio su gran recompensa. “Hoy tengo la fortuna de haber escuchado que nos recomiendan diciendo que somos una peluquería como las del Soho en Nueva York. Y que me llamen para dar charlas TEDx y motivacionales en UADE, la Universidad Torcuato Di Tella y empresas. Trabajamos con mi equipo de profes en festivales y shows como Lollapalooza, Pepsi Music, Movistar Arena, Quilmes Rock, en los teatros como por ejemplo en la obra de Floricienta. A todos estos lugares llevamos a nuestros alumnos que por supuesto cobran y bien por su trabajo», cuenta sobre ese recorrido que tanto le costó.
-¿Son los alumnos que capacitaste en el programa Arte en Barrios en la ciudad de Buenos Aires?
-Sí, hace cuatro años empezamos a brindar clases en barrios populares, fundando la primera escuela de peluquería junto a la municipalidad. El objetivo es replicar esta iniciativa en todo el país para que los jóvenes puedan tener un horizonte claro, salir de la calle y soñar con un futuro posible con salida laboral inmediata. En la Ciudad de Buenos Aires funciona con continuidad en distintos barrios como Juan XXIII, Zavaleta, 1-11-14, 31, con apoyo logístico, insumos e instalaciones para el desarrollo de las clases. No hay límite de edad, solo tienen que ser mayores de 18 años. Tenemos casos de gente mayor que también se engancha y les hace muy bien. Ya formamos más de 600 profesionales. No sabés la satisfacción que se siente al darles a los demás mucho de lo que me brindaron a mí. Nos encanta armar equipos a mí y a mis profes, somos expertos en eso. Y a la gente la motiva. También les enseño a presentarse, a romper con la timidez: “Buenas tardes, bienvenida/o, mi nombre es tal, ¿el tuyo? ¿En qué te puedo ayudar”. El público debe ser muy bien recibido y entonces de entrada se genera buen clima y se siente a gusto. También les enseño a manejar su Instagram, a saber encarar su propio proyecto y negocio. Y la respuesta que tengo es extraordinaria, se genera el mejor clima. Trabajamos en eventos de la costa atlántica, tenemos egresados de Fuerte Apache, chicas y chicos que no conocían la playa ni viajaron en avión y fueron seleccionados por sus habilidades para un trabajo que hicimos en las costas de Brasil. Lo mismo pasó cuando estuvimos en Bariloche con la nieve con viajes de egresados. Cuando me preguntan qué soy digo que me gusta ser un generador de oportunidades. Tenemos alumnos que viven y trabajan en los Estados Unidos, Alemania, ¿sabés lo que eso significa para ellos y para nosotros? Es una satisfacción difícil de definir, un orgullo para mí y una pasión al mismo tiempo.
Betto no hace pausas cuando relata con entusiasmo cuánto le agrada ayudar al prójimo a progresar y explica que decidió llamar Prana a su cadena de peluquerías porque significa, en sánscrito, energía vital que impregna y conecta todo lo que existe en el universo. “Proviene del hinduismo. Entonces inventamos el logo con el dibujo de una ramita. Como cuando las abuelas arrancan una para ponerla en agua para que nazca otra… Esa es la idea. Creemos en todas las semillas Prana que estamos generando porque yo les enseño peluquería y les digo que tienen que ir transmitiendo esto a donde vayan. La vez pasada hablé con mi hijo Dante que hoy tiene 15 años y le pregunté si quería continuar con mi historia. Me dijo: ‘No papá, quiero ser programador’. Le contesté: ‘Te voy apoyar en todo para que lo logres. Pero quiero que me ayudes a tener sucesores porque este trabajo le hace bien a la gente, les abre un futuro que muchas veces se les niega’. Lo que hacemos es muy inclusivo y rescata vidas, te lo puedo asegurar. Los lunes tenemos escuela para quienes están en situación de calle. Y se da algo mágico, las primeras marcas nos contratan y estamos en los mejores festivales como te conté.
-¿Cómo generaste también que músicos que están en sus mejores momentos no solo te citen como ejemplo, sino que también se atiendan con vos?
-¿Viste? Se dio. coincidencia de buenas energías, positivas. Martín venía y un día trajo a su padre, Fito Páez. También, Chano a quien amo y es mi gran amigo, pero desde antes de ser famoso. Te cuento la anécdota. Nosotros pedíamos comida donde él era el telefonista. Así nos conocimos. El primero que vino a la pelu fue Bambi y dijo: “Che tengo una banda así”. Después llegó Chano y nos comentó: “Vamos a tocar en un lugar, ¿nos pueden ir a peinar?”. Había 40 personas, pero para mí eran los Rolling Stones. Yo los peinaba en el baño. Por eso fui tan feliz cuando tocaron para 120 mil personas en Figueroa Alcorta y Pampa.
-También recibís a Bizarrap, Duki, Dillom, Luck Ra y otras stars e integrantes de bandas del momento como La Mala Rodríguez, los chicos de Tan Biónica, Piso 21, Muerdo, Trueno, Wos, Ysya, Lit Killah, y Kathe Perry y los Red Hot Chilli Peppers cuando visitaron la Argentina.
-Todos bienvenidos, otro orgullo que tengo y me dio la vida. María Becerra en sus inicios vino a Prana también. Yo digo que todo es producto del esfuerzo. Hasta la pandemia llegamos a tener 18 locales. Después la pasamos mal, tuvimos que achicar porque por mucho tiempo no pudimos abrir, pero volvimos, resurgimos y acá estamos. Con proyectos para que la bandera Prana flamee en Chile, Brasil, los Estados Unidos… Me entrevistaron para la BBC de Londres y el diario El País de España, ¿sabés lo que representa para mí, un pibito que se crió en una humilde pieza de hotel?
-¿Es verdad que te convocaron para el cine?
-(Sonríe) A mí me pasan cosas muy locas. Es verdad, aparezco en una película con Franco Masini, Gerardo Romano, Andrea Frigerio… Fui a cortar el pelo y peinar y me dijeron que me vieron tan concentrado que me invitaron a hacer un bolo. Se llama Solo el amor y hasta hace poco estuvo en Netflix.
-¿Cuál fue tu secreto para llegar?
-No olvidarme del pasado. En la infancia éramos 20 amigos y por lo menos ocho murieron por las drogas, por la violencia y por no tener oportunidades. Te juro que siempre pienso en los demás, en ayudar al otro, al que lo necesita. Mi lema es generar chances para que todos la puedan tener. Los invito a soñar y a concretar. Nunca me voy a olvidar de las palabras de una profesora del curso: ‘Dedicate a la peluquería que te va a salvar la vida’.