El marcador mostraba una ventaja de 5-2 y 40-15 para su rival, que se disponía a sacar para cerrar el partido y su pase a cuartos de final. El final de la carrera de Diego Schwartzman era casi un hecho, pero la gente quería regalarle un ratito más adentro de esa cancha en la que tantas alegrías habían compartido. Por eso, a pesar de que Pedro Martínez ya esperaba en la línea de fondo para conectar su servicio y de que el umpire seguía pidiendo una y otra vez «Silencio, por favor», se escuchaba muy fuerte un coro de voces que cantaban alabanzas para él. La ovación, una de las más largas y emotivas que se escucharon en los últimos años en el Buenos Aires Lawn Tennis, pareció eterna. Pero finalmente terminó, el español selló su triunfo y la carrera de Peque llegó a su fin.
En la despedida hubo lágrimas, como ocurre siempre cuando algo lindo se termina. Pero hubo, sobre todo, una felicidad nostálgica por la exitosa etapa que se terminó. Y porque el Peque pudo decirle adiós al tenis como él quería. En el Argentina Open, el torneo que amó toda su vida y que se dio el gusto de ganar en 2021. Peleando sobre el polvo de ladrillo del estadio más emblemático del tenis nacional, en el que soñaba con jugar desde chiquito. Con toda su familia y sus seres queridos al borde de la cancha. Y abrazado por el cariño de miles de argentinos que se negaban a dejarlo ir.
«Fui muy feliz haciéndolo como lo hice. En el momento en el que sentí que no iba a poder ser más competitivo, decidí prepararme para estar acá y tratar de hacerlo lo mejor posible por última vez. Fue un viaje hermoso que ahora llegó a su fin. Y me tocará disfrutar desde otro lado», afirmó con la voz quebrada y los ojos rojos.
«Me quedo con todos los que nunca me vieron ni a un metro y ahora pagaron una entrada o me mandaron mensajes. No solo hoy, siempre. Todos estos años fueron increíbles. No sé en qué momento pasó. Argentina ha tenido monstruos del tenis, a los que yo no les toqué ni los talones, pero creo que toqué otra fibra en la gente, que hizo que me quieran. Y fue increíble». agregó.
Schwartzman tuvo una carrera que ni siquiera él se animaba a soñar. Fueron 15 años en los que ganó cuatro títulos (Estambul 2016, Río de Janeiro 2018, Los Cabos 2019 y Buenos Aires 2021) y jugó otras 10 finales, dos más en el ATP porteño (2019 y 2022) y la del Masters 1000 de Roma 2020, en el que se dio el enorme gusto de vencer a Rafael Nadal sobre la superficie en la que el mallorquín fue amo y señor. Ese año llegó además a las semis de Roland Garros y al octavo escalón del ranking. Y se mantuvo durante cinco años consecutivos en el top 30 y algo más de nueve entre los 100 mejores. Y eso que cuando era chiquito y recién empezaba a golpear la pelota en el club Hacoaj, los médicos habían pronosticado que no llegaría muy lejos por su altura: 1,70 metros, poco para un tenis en el que los mejores son cada vez más altos.
«En 2017 mi carrera dio un salto de calidad enorme. Y todos los años que siguieron tuvieron momentos que fueron distintos y muy lindos. Pero mantenerme en un nivel muy alto por casi cinco o seis años fue lo mejor. Hoy veo a otros chicos y entiendo lo difícil que es mantenerse en un deporte en el que la vorágine es muy rápida y no te da respiro. Si tengo que elegir algo de mi carrera, elijo eso: el mantenerme y haber hecho muchas cosas adentro y afuera de la cancha que me hicieron mucho mejor jugador», afirmó Schwartzman.
Más allá de los logros, Schwartzman fue durante mucho tiempo el gran embajador del tenis argentino. Un jugador querido y respetado por sus pares y por los fanáticos del tenis de todo el mundo. Un trabajador incansable fuera de la cancha y un luchador feroz, que nunca daba ningún punto por perdido, dentro de ella. Quizás por eso, no quedó conforme con lo que mostró en su último partido, en el que fue superado claramente por su rival por 6-2 y 6-2.
Schwartzman y su familia y seres queridos, luego de la emotiva despedida en el BALTC. Foto Emmanuel Fernández
«Quiero borrar este resultado. Perdón a Pedro…», lanzó entre risas. «Para mí, mi último partido va a ser el que jugué con Jarry, porque ahí todo salió a la perfección (NdR: le ganó en tres sets al chileno, con cuatro mil personas empujándolo desde las tribunas). Por todo lo que se vivió, por cómo jugué al tenis, por cómo conecté con la gente… Sabía hoy desde que me levanté que me iba a costar concentrarme», contó.
«En el último game no sabía qué quería. Si que terminara ya o quebrar y tener un grito más de la gente. No estaba seguro. Me costaba mucho concentrarme. Cuando te emocionás, el cerebro se auto-defiende y estás con la cabeza un poco gacha y lágrimas en los ojos, ya pensando en todo lo que fue la carrera. Yo quería vivir un poco lo de ayer. Pero a los 20 minutos ya me imaginaba en el final del partido y pensaba qué iba a decir cuanto tomara el micrófono», admitió.
Se notó en cancha que el Peque no disfrutó como lo había hecho en su debut. El desarrollo del encuentro lo tuvo siempre corriendo de atrás. La energía que bajaba de las tribunas no pesó como había pesado ante Jarry. Y aunque lo intentó hasta el final y pudo jugar y ganar algunos lindos puntos, no pudo darle a su carrera una función más.
«Peque, Peque de mi vida. Vos sos la alegría, de mi corazóóóón…», se escuchó en un estadio lleno de globos rojos con la leyenda «Gracias Peque», en los últimos minutos de la vida de Schwartzman como tenista. Todavía la victoria de Martínez no estaba consumada, pero el argentino ya no podía contener la emoción. Y cuando finalmente su retiro fue oficial, se quebró.
Lloró mientras escuchaba en el banco las lindas palabras que le dedicó el español, que entendió el papel que le había tocado jugar. Lloró cuando tomó el micrófono para agradecerles a todos: al torneo y los hinchas, su familia y las personas que lo acompañaron desde que empezó a jugar en la academia del Toto Cerúndolo, papá de Francisco y Juan Manuel. Se tentó cuando en el video que le preparó la organización con mensajes de sus seres queridos, no aparecía el de su mamá, sino el de una amiga de la familia. «Yo los perdono, pero no saben con quién se metieron», bromeó después, a las carcajadas.
Y volvió a llorar cuando se fue por última vez como jugador de una cancha, escoltado de sus padres, con los que compartió largos abrazos, sus hermanos, su novia, sus amigos y otras personas que marcaron su vida; y dejó flotando en el aire una última frase cargada de tristeza y también de alegría.
«Hasta el último punto, cuando tenía lágrimas en los ojos y me costaba ver la pelota, fue un viaje espectacular».