Los conflictos forman una parte importante e inevitable en la dinámica de cualquier vínculo y la pareja no es la excepción. Aun así, no siempre es fácil lidiar con los desencuentros, las opiniones y las reacciones que se generan durante una discusión. Para algunos, detectar y comprender cuál es tu “lenguaje de la bronca” puede ser una solución.
Es que, si la forma de pelear es tan importante como la de demostrar amor, ya hay varios términos informales de divulgación que se han popularizado para entender qué nos pasa cuando nos enojamos. Estos “lenguajes de la bronca” serían un equivalente a los 5 “lenguajes del amor” que, en la década de los noventa, el consultor matrimonial estadounidense Gary Chapman acuñó en su bestseller homónimo.
Se trata de cinco estilos generales a la hora de encarar una discusión, una interpretación actual que parece estar inspirada en el método Thomas-Kilmann, un modelo de resolución de conflictos creado para entornos corporativos por los consultores Kenneth Thomas y Ralph Kilmann en 1974, pero que en la actualidad es usado por consejeros y usuarios.
Los cinco “lenguajes de la bronca” se clasifican en estos estilos:
- El estilo de supresión-explosión: un enfoque en el que, inicialmente, la persona oculta sus emociones durante un conflicto detrás de una fachada de calma. Con el tiempo, debajo de esa compostura, esas emociones suprimidas se intensifican y emergen por sorpresa en otro momento como una erupción.
- El estilo de reflexión-acción: en este enfoque las personas prefieren abordar los conflictos procesándolos internamente antes de entablar una discusión. Se manifiesta en una tendencia a retirarse temporalmente para reflexionar sobre sus emociones y pensamientos. Su silencio inicial no tendría que confundirse con desinterés o evasión, pues la persona aborda el tema de la discusión más adelante, no lo evita.
- El estilo de confrontación agresiva: en este abordaje, las personas tienden a tomar el control de la conversación levantando la voz o a través de un lenguaje corporal dominante para imponer su perspectiva. En el calor de la pelea, se corre el riesgo de eclipsar la voz del otro, haciéndole sentir ignorado o subvalorado. Deben trabajar la escucha activa.
Los 5 “lenguajes de la bronca” responden a distintos tipos de reacción frente a un conflicto vincular. Foto: ilustración Shutterstock
- El estilo de la desviación: consiste en que la persona desvía la atención del tema central con distintos mecanismos defensivos como el humor, un cambio de tema o la atribución de “la culpa” a factores externos, todo con el fin de evitar tratar el conflicto central. Comprender la desviación es fundamental para encarar las causas profundas del conflicto, evitar discusiones incidentales y promover un enfoque más constructivo.
- El estilo mediador: un enfoque basado en que las personas cuentan con una inclinación natural hacia la búsqueda de puntos comunes y el fomento del compromiso durante los desacuerdos.
La clasificación sirve como un punto de partida para abordar temas vinculares mucho más complejos. “Las personas se ubican en una u otra categoría y la realidad es que, tanto en los ‘lenguajes de la bronca’ o ‘los lenguajes del amor’, en los rasgos de personalidad y en los tipos de apego, todas las personas tenemos una distribución muy específica y particular en relación a eso”, aclara Noelia Benedetto, psicóloga especialista en pareja y vínculos no monogámicos, en diálogo con Clarín.
Escuchamos, no juzgamos: ¿se puede discutir mejor?
Encontrarnos en alguno de estos estilos de “bronca” puede ser útil para ayudarnos a reflexionar, pero tiene sus límites, sobre todo si lo pensamos como un rótulo o, peor aún, como un comodín. Muchos conflictos tienen una dimensión más compleja que la vieja discusión de quién lava los platos o pasea al perro.
Nuestras respuestas emocionales ante el conflicto están modeladas por múltiples factores. Foto: ilustración Shutterstock
Lidiar con los conflictos siempre supone una cuota de estrés e identificar cómo nos enojamos es un factor que ayudaría a tener mejores acuerdos. “Biológicamente, casi a modo genérico, nuestro cerebro está diseñado para activar respuestas de lucha, de huida o de congelamiento —la famosa fight or flight response— ante diferentes situaciones que son percibidas como amenazantes”, señala Benedetto.
En ese sentido, la especialista señala que nuestra respuesta emocional está modelada por nuestra historia de vida, las experiencias tempranas, la cultura, los modelos de comunicación que hemos observado y las normas de socialización de género en las que fuimos criados. “Si en la infancia vimos que el enojo se reprimía hasta explotar o bien que el conflicto era algo que debía evitarse a toda costa, es muy probable que aprendamos en relación con esos modus operandi y que esas conductas o esas experiencias modeladas que vimos influyan en nuestra adultez”, afirma.
Otro aspecto que suele presentarse en medio de una discusión es, justamente, la manera en la que cada quien considera que la pelea debe resolverse. Algunos quieren hablarlo en el mismo momento y otros prefieren charlarlo después. Esa “asincronía” —vos querés resolverlo ahora, yo quiero salir, vos sentís que te ignoro si me voy— es solo una de las formas que estos conflictos adoptan.
Poder comunicar de manera clara lo que nos hace sentir el conflicto es central para hallar una solución. Foto: ilustración Shutterstock
Al respecto, Benedetto considera: “Si alguna persona necesita retirarse o hacer una pausa del conflicto para procesarlo porque entiende que está hablando desde la impulsividad o desde la ira, es importante poder comunicarlo de manera clara –es decir, no pegando un portazo y yéndose- sino planteando: ‘necesito un tiempo para pensar esto y después lo vamos a retomar’, y retomarlo. La persona que prefiere resolverlo inmediatamente puede necesitar sentirse escuchada, pero tiene que comprender que esto hay que hacerlo sin forzar a la otra persona”.
En la resolución de conflictos a menudo se mencionan términos clave: empatía, escucha activa y comunicación asertiva. ¿Cómo aplicarlos? En este caso, además de acordar pausas, la especialista hace varias recomendaciones.
- Hablar desde una disponibilidad emocional: en otras palabras, “hablar cuando las dos o más personas del vínculo estén en condiciones de escuchar y no solo de hablar”.
- Se practica la escucha activa, es decir, ambas partes se comprometen a escuchar a la otra sin interrumpirla y sin juzgarla. A partir de allí, se puede crear algún acuerdo sobre cómo gestionar el conflicto antes de que surja.
- Validarse mutuamente las emociones: es decir, “aunque no me pase a mí, aunque no lo sienta de esa manera, para la otra persona es así, lo está viviendo así”, dice la experta, quien agrega que esto ayuda a reducir el malestar y llegar al entendimiento.
Validar mutuamente las emociones de la otra persona es esencial para que haya una comunicación empática y asertiva. Foto: ilustración Shutterstock
- Resumir y clarificar: en el diálogo, después de que cada persona habla y da su punto de vista, la otra persona plantea qué fue lo que entendió de la otra, se escuchan.
Señales de alerta frente a una discusión de pareja
Existen también señales de alerta a las que prestar atención si una discusión escala para que, en “el calor del momento”, no se convierta en una comunicación violenta.
Benedetto advierte que cualquier forma de desprecio, insultos, humillaciones, amenazas, descalificaciones, conductas pasivo-agresivas como la “Ley del hielo”, el sarcasmo, la invalidación de las emociones de la otra persona constituyen señales claras de una comunicación violenta. “Si se cruza una línea y hay faltas de respeto es importante parar la conversación y buscar un momento posterior para retomarla”, precisa.
Discusiones grandes y chicas: ¿peleamos siempre por lo mismo?
Por último, a modo de broma, se habla de que cada quien debe “elegir sus batallas”; pero, en el amor, ¿hay peleas más importantes que otras? Para la psicóloga, a todos los conflictos, sean de mayor o menor tamaño, hay que darles lugar para evitar que haya una acumulación.
Ahora bien, la experta añade que no todos los desacuerdos tienen la misma relevancia: “Muchas veces peleamos por temas triviales, a veces el problema de fondo es otra cosa que todavía no está resuelta. En función de eso hay que distinguir la discusión actual y la causa raíz”.
Esa “causa raíz” se presenta en distintas versiones. Por eso, lo más recomendable es generar conversaciones reflexivas que ayuden a ambas partes a identificar cuáles serían los temas prioritarios y, en función de eso, plantear una especie de negociación y acuerdo. Para Benedetto, llegar a un acuerdo no es sinónimo de renuncia, sino de encontrar soluciones que sean funcionales y consensuadas por todas las partes.