Que las hermanas sean unidas es algo que aprendieron en familia, en los tiempos en que vivían en su adorado Montepulciano, en plena Toscana, un paraíso de tierras ondulantes, rodeado por murallas del siglo XIV y viñedos. Lindas, elegantes y de modales delicados, mientras levantaban suspiros a su paso, se convirtieron en ciudadanas del mundo y anclaron sus corazones de manera profunda y definitiva en nuestro país, donde se instalan por temporadas. Cuando cae el sol en Punta del Este, Patricia y Rossella della Giovampaola posan en exclusiva para ¡HOLA! Argentina. Se nota que lo disfrutan, les sale naturalmente y no dudan en mojar sus espectaculares trajes de alta costura mientras caminan por la orilla del mar, en Manantiales. Más tarde las socialités abrirán sus corazones en una charla donde los recuerdos se irán hilvanando uno tras otro.
–¿Cuál es el primer recuerdo que les viene a la mente de Montepulciano?
Rossella: Era una vida muy tranquila, pero privilegiada. Será por eso que vuelvo con tanto placer. Papá trabajaba y mamá se ocupaba de nosotras. Íbamos de vacaciones dos meses a la playa, tenía un montón de amigos… Montepulciano es un momento idílico en mi vida.
Patricia: Me acuerdo de las carreras al colegio. Vivíamos donde empieza el corso, la calle principal, y el colegio estaba en la vieja fortaleza, a 600 metros de altura. Papá nos decía: “Si están listas a las ocho las llevo en el auto”. Mi hermana estaba siempre lista, yo nunca, entonces corría por las subidas empinadas para no llegar tarde. Ahora Montepulciano se ha vuelto un lugar turístico, pero entonces era un pueblo muy cerrado, muy católico, nos conocíamos todos, muy estricto. Nosotras volvemos todos los años, tratamos de pasar una semana juntas, vamos siempre al Relais & Châteaux Podere Dionora. Este año lo alquilé cinco semanas, mi hermana dos. A mi sobrina también le encanta, de hecho se casó ahí. Es lindísimo volver.
–¿Cómo eran sus padres?
Patricia: Eran estrictos y nos educaron como tiene que ser. Teníamos que estar entre las mejores del colegio, ser prolijas, honestas, tener sentido común, sentido de la vida, del honor… Y estaba el tema estético, sobre todo del lado de mi madre, que era extremadamente elegante y bella. Mi hermana era más juguetona, yo más tímida y apegada a mi mamá. Tenía que llevar las medias subidas hasta las rodillas, no ensuciarme ni estar arrugada.
Rossella: Eran muy elegantes, mamá tenía un estilo fashionista más pensado. Papá era buenmozo y tenía el don de la elegancia y la simpatía, era espléndido.
–¿Qué actividades compartían como hermanas?
Rossella: Mi hermana me lleva cuatro años, que hoy no es nada, pero a los 10 ella miraba a los chicos y yo jugaba a las Barbies, que eran mi debilidad y tenía una colección de doce o trece muñecas con sus vestuarios completos. Pero compartíamos cosas con mamá, que era brillante. Todos los domingos nos llevaba al cine a ver películas de cualquier género mientras papá iba a la cancha. Y papá nos inculcó la lectura, que siempre nos apasionó. En nuestro pueblo todo era historia, se respiraba arte en cualquier rincón.
Patricia: Los viajes y las vacaciones eran nuestro momento de alegría. Los fines de semana salíamos a conocer los alrededores.
–¿De chicas se interesaban por la ropa?
Rossella: A los 8 años ya sabía quién era Valentino, o Yves Saint Laurent, gracias a mi madre. Era un plan ir a Arezzo o a Florencia a comprar telas. Pero el que me empujó a mirarme al espejo fue mi padre. Los domingos a la mañana nos llevaba a un pueblo cercano, Chianciano, donde estaban las tiendas abiertas. Un día frío, papá me miró y me dijo: “¿Pero qué te puso tu madre?”. Yo llevaba un abrigo de mi hermana que me quedaba grande, entonces me compró un tapado espectacular. Desde ese momento empecé a darle más atención a mi vestimenta.
BENDITA FRATERNIDAD
–¿En la adolescencia compartían secretos de sus amores?
Rossella: No, pero me acuerdo que a mis 12 o 13, para algún baile de matinée, me pedían que la acompañara, ¡como si yo fuera a detener algo! [Se ríe]. Era una alegría porque me la pasaba bailando.
Patricia: A los 12 años me desarrollé y me volví como soy hoy, me empezaron a gustar los chicos y me cambió la vida.
–¿Les importa lo que opina la otra?
Rossella: ¡Por supuesto! Me da placer consultarla. Mi padre nos decía que pase lo que pase en la vida siempre íbamos a estar juntas, nos inculcó el sentimiento de fraternidad. Podemos hablarnos siete veces por día, estemos donde estemos. Patricia: A mí también me importa mucho su opinión, siempre le pido consejos.
–¿Quién fue la primera en irse de casa y en qué circunstancias se dio?
Patricia: La primera fui yo, cuando me fui para casarme con Carlos Iglesias [modelo, actor y comisario de a bordo] y prácticamente me escapé y no avisé.
Rossella: Ellos se conocieron en nuestro primer viaje a Argentina, por eso lo tengo tan claro. Un tío que vivía en Argentina y tenía propiedades en Misiones nos invitó a visitar América Latina. En el viaje de vuelta de Posadas a Buenos Aires, el comisario de a bordo era el futuro marido de Patricia, que era un esplendor. Ella se enamoró, se quiso quedar y mi padre se la llevó de vuelta. Si bien fue bastante conflictivo, se abrió el camino de ida y vuelta a Argentina.
Patricia: Fue un amor casi adolescente, yo tenía 18 años y él, 35. Era espléndido y quedé impactada. El error fue no pensar mucho, no lo conocía y no era lo suficientemente madura. Estuvimos ocho o nueve años juntos. No me arrepiento porque gracias a esa decisión se dio el resto de mi vida, entre Argentina y Uruguay. Todo lo que siguió fue una consecuencia de ese acto. Y a partir de ahí Rossella empezó a visitarme en Buenos Aires y comenzamos a ser más unidas.
–¿En qué se parecen y en qué no?
Rossella: Tenemos los mismos valores, somos mujeres de palabra, leales. Mi hermana es buena persona. Ella es más clemente, más paciente, yo en cambio soy más drástica. No tiene defectos que me irriten.
Patricia: Coincido en lo de los valores. Después, yo soy más extrovertida y ella, más conservadora. Rossella es la persona más honesta que conozco, extremadamente inteligente y linda. Por ahí es un poco más estricta que yo.
–¿Qué lugar tiene Argentina en sus corazones?
Rossella: Estoy orgullosa de mis raíces italianas, pero Argentina me dio a mi hija, María Toscana, que es mi vida; a los 15 días de llegar al país para trabajar en la embajada me enamoré de Jorge (Garfunkel), su papá; y también Argentina me dio a Gustavo (Yankelevich, su pareja hace veinticinco años), a quien conocí cuando estaba a punto de volverme. Tengo una relación muy profunda con el país.
Patricia: Amo con locura Argentina desde aquel primer viaje.
–Rossella, María Toscana heredó el estilo Giovampaola. ¿Le prestás alguno de los tesoros de tu guardarropa?
–Sí, está aprovechando muchos de mis vestidos. Es una alegría inmensa que los disfrute y los luzca de la manera que lo hace. Es como un renacer de los vestidos.
–Patricia, ¿qué relación tenés con tu sobrina?
–La adoro, me gusta malcriarla. Compartimos muchos viajes porque nos encanta. Ahora la invité una semana a Los Ángeles, al hotel Beverly Hills, que es mi preferido, y quiero que lo conozca.
–¿La maternidad es un tema sensible en tu vida?
–En mi caso la maternidad no se dio y hoy no lo lamento ni me siento menos feliz por eso.
CORAZONES CONTENTOS
–Hablando de amor, ¿cómo conocieron a sus parejas?
Rossella: La celestina fue Andrea Frigerio. Yo tenía 34 años y todos tenían un candidato para presentarme. Andrea tuvo una reunión con Gustavo, le preguntó si estaba de novio y le dijo que, aunque no me conocía, le habían hablado de mí, que era una buena persona y había enviudado. Me enteré y se lo comenté a mi hermana, que había trabajado con él, y el 8 de marzo ella y Gino Renni nos organizaron un blind date. Desde entonces es nuestro aniversario. Me enamoró de él que fue muy cristalino, lo primero que hizo fue poner sus debilidades sobre la mesa. Dijo que era corto y malhumorado, y no es así. Gustavo es leal, me puedo apoyar en él.
Patricia: A Jean-Paul (Enthoven, están juntos hace más de doce años) lo conocí por medio de amigos, de la manera más banal. Me enamoró su elegancia, su buen carácter, su inteligencia y su cultura descomunal.
–¿Qué cosas ya no ceden?
Rossella: No cedo viajar para estar con mi hija o con mi hermana, pero tampoco me lo pide. Son pequeños espacios de libertad que respetamos.
Patricia: No estamos en ese tipo de relación en que cada uno tiene que ceder. –¿No convivir de manera permanente es una de las claves para que funcione la pareja? Rossella: Antes de la pandemia cada uno estaba en su casa, pero desde que nos mudamos a Punta del Este, justo antes de la pandemia, vivimos juntos. La convivencia es muy placentera, es bueno convivir, y en nuestro caso no es algo obligado, sino elegido. En Buenos Aires tenemos nuestros espacios. Patricia: Convivimos sólo en vacaciones. En París cada uno tiene su casa, él viene todas las noches a dormir y se va a la mañana. Es muy organizado.
BEAUTY TIPS DE EXPERTAS
–¿Cómo se llevan con el paso del tiempo?
Patricia: Lo más bien. No me da miedo envejecer, sino no tener salud. Y como soy medio hipocondríaca como sano, no fumo, no tomo alcohol, no como carne, sólo un poco de pescado, nada de azúcar. Y me muevo: hago bicicleta, marcha, spinning.
Rossella: Yo también soy hipocondríaca. El paso del tiempo me afecta sólo por el deterioro de la salud, no me importa una arruga más o una menos. Lo que está a mi alcance lo hago: tampoco fumo ni tomo, como temprano, hago ejercicio. Como soy coqueta tengo algunas rutinas que suman: me saco el maquillaje, me pongo crema a la mañana y a la noche, voy a la cosmetóloga, y el ejercicio es mi momento de aquietar la mente. Todos los días hago musculación, tres veces por semana spinning y tres veces por semana, pilates.
–¿Les quedan asignaturas pendientes?
Rossella: No, yo elegí. Mi gran pasión, además de la literaria que fue la base de mi doctorado, era ser actriz de teatro. Me di el gusto de estudiar con Vittorio Gassman, Anthony Quinn, Ettore Scola, y aunque era mi pasión y decían que era buena, elegí otro camino.
Patricia: Acá coincidimos: nos sentimos en paz con nosotras mismas.