La encontraron en un terreno compartido antes de que comenzara el verano. Estaba debajo de la rueda de un auto. Parecía asustada, pero a la vez traviesa. La imagen era triste: mordía el palo de la escoba con la que una mujer le había pegado minutos atrás para alejarla de su nieta, que jugaba cerca del lugar. “Estaba sucia, sin pelo y flaquita. Me conmovió tanto que no pude dejar de pensar en ella”, recuerda Parraguirre.
Esa semana había viajado con su familia a la localidad de Ventanas, Playa de Puchuncaví, Quinta Región de Chile, para descansar unos días. Pero la imagen de la cachorra espantada por una mujer con poca empatía la persiguió toda la jornada. Por la noche, la buscó para darle comida. Y, acto seguido, la perrita comenzó a llorar fuera de la cabaña en la que Daniela y su marido se alojaban.
“Tenemos que volver a casa con la perra”
“Poco pude dormir esa noche. Al otro día busqué en Facebook fundaciones o grupos que pudieran ayudarme a asistir a la perrita. Les hablé a los pocos que encontré de Puchuncavi y Quintero. Pero no tuve respuesta. Entonces tomé una decisión: le dije a mi pareja que teníamos que volver a casa con ella”.
Él la miró fijo a los ojos y con ternura le respondió: “Dani, nuestra vida va a cambiar”. Entonces ella la tomó en brazos, la envolvió en una toalla y emprendieron el camino de regreso a Santiago. Antes de llegar al departamento, pasaron por una veterinaria que ese domingo estaba abierta. El doctor revisó a la perrita, le recetó unas vitaminas y un alimento especial. Además, le indicó medicación y tratamiento para la sarna.
“Una semana después ya supimos que iba a vivir con nosotros muchos años. La llamamos Camila: empezó a crecer sin problemas y, al poco tiempo, su pelito estaba suave y lentamente iba cubriendo todo su cuerpo. Luego ya estuvo apta para recibir sus vacunas y ser esterilizada. A los pocos meses recibí la feliz noticia de que estaba embarazada”.
“La gente nos decía que el perro traería problemas”
Allí comenzó otro capítulo que tuvo a la falta de empatía como protagonista. “La gente solía decirnos que ya debíamos dejar de lado al perro, que nos traería problemas. Nunca prestamos atención a lo que nos decían y nos aferramos más fuerte que nunca al hermoso vínculo que habíamos construido con la cachorra».
Camila solía dormir arriba de la panza de Daniela, a medida que el bebé crecía en su interior. Cuando llegó con Rafael recién nacido a su casa, ella solía ladrar cada vez que el niño lloraba. Ya luego se acostumbró y dejó de hacerlo. “En la medida que fue creciendo mi hijo, la Cami se volvía cada vez más protectora con él. Aún recuerdo cuando tenía un mes de nacido y salimos a comprar pan, en la panadería ya todos me habían visto embarazada, por supuesto que se iba a acercar a conocer al bebé. Mi perrita se puso al frente del coche a ladrar, no dejó que nadie lo viera”.
“Los perros te quieren sin condiciones”
Camila y Rafael son muy unidos. Duermen las siestas juntas, recorren los juegos y toboganes del parque a la par. La familia completa ha salido de vacaciones y disfrutado de diferentes paisajes. “Solemos encontrarnos con doglovers y la gente le hace cariño o le da agüita. En los restaurantes también nos dejan entrar con ella, aunque siempre en espacios especiales asignados para perros. Se porta bien, no ladra a otros perros ni a las personas. Es muy tranquila a sus 6 años. En el edificio donde vivimos es muy conocida por su tranquilidad”.
Daniela asegura que el día que cargó en brazos a la perrita con sarna y regresó a su departamento, cambió su vida efectivamente, como su marido había anticipado. “La Cami me enseñó la compañía sin palabras. El amor que se expresa sólo estando. Sin juzgar, sin reproches, sin mentiras. Un perro te quiere sin plata, cuando estás enfermo o vas poniéndote viejo. Los perros sólo te quieren así: sin condiciones. Somos muy felices con ella”.
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