MENDOZA.- No fue el hambre, ni el frío ni el cansancio lo que paralizó a Fernando Reto Reynal, el abogado y andinista porteño de 44 años que hizo cumbre en el cerro El Plata y apareció sano y salvo casi una semana después. El miedo a morir se le representó, durante la noche, en los ojos brillosos de un animal -sería un puma- antes de dormirse entre las rocas, después de estar varios días perdido en la inmensidad de la montaña mendocina.
Escenas como de la película ¡Viven! volvían a su cabeza, de manera recurrente, pero no se inmutaba. Asegura que se convirtió en un robot que no debía detenerse, como si estuviera en una frenética jornada laboral en tribunales. Fue una experiencia extrema de supervivencia, día y noche, entre la espada y la pared; entre la vida y la muerte.
Paradójica y literalmente, el deportista, con una visible pérdida de peso, contó en una entrevista exclusiva con LA NACIÓN que llegó a quedar encerrado entre cuatro paredes, en la sorprendente quebrada La Jaula, a la que pocos se atrevieron a ingresar.
Fue por error que tomó ese camino y cuando se dio cuenta, ya era tarde. Había que seguir en busca de alguna señal que lo devolviera a la civilización. Se apegó al curso del río y a racionalizar los pocos víveres que llevaba, para intentar llegar a buen puerto. Y, finalmente, lo logró, solo, mientras aún lo buscaban con patrullas especiales y helicópteros en el sitio inicial, donde había desaparecido, a más de 80 kilómetros de distancia.
–¿Qué fue lo que te ocurrió tras llegar a la cima de El Plata?
–Llevo cuatro intentos y dos cumbres en este cerro. El domingo 9 de febrero llegué solo a la cima porque varios metros antes acordé con mi compañero, Samuel, que él siguiera, por que me sentía un poco lento. Estaba preparado y con las provisiones para el día, con preparación física y muchas ganas. No soy profesional del andinismo, pero estaba equipado. Samuel, que tiene más experiencia, me deja una radio para seguir conectados.
–¿Fue un error separarse?
–Él estaba más fuerte que yo y empezaba a marcar distancia, pero como la subida es sencilla y está marcada acordamos así. Además, él estaba sintiendo más frío y necesitaba apurar el paso. Hubo pleno consentimiento de mi parte para que él continuara. Cuando decidimos separarnos me faltaban dos horas para llegar a la cumbre. El día estaba espectacular, sin viento. Ahora que lo analizo deberíamos haber sido tres personas. De hecho, antes de llegar a la cima me encontré con otro grupo, al mando del Indio, que no quería pasarme y finalmente yo lo dejé avanzar, y ahí es cuando me despego de ellos también hacia atrás. Ahí me lo cruzo a Samuel, que venía bajando y me dice andá tranquilo que te queda menos de una hora. Quiero que quede claro que a mí nadie me abandonó.
–¿El andinismo es tu actividad para desconectar?
–Sin dudas, pero también el deporte que más practico en el día a día es tenis, en el Club Andino. Los fines de semana salgo a la montaña, y estoy en varios grupos, a los que les agradezco por la preocupación de lo que me pasó. Desde hace 12 años, con interrupción de la pandemia, que hago esquí, y desde noviembre de 2020 que me aboco de lleno a la montaña y al trekking. Física y mentalmente estaba bien para hacer cumbre.
–¿Y qué mas hiciste ese día en la cumbre?
–Saqué un par de fotos y unos videos, porque no había mucho más para hacer en la cima. Es muy pequeña, del tamaño de una mesa. De hecho, el Indio me dice que no me demorara porque se venía una lluvia. Me quedé unos cinco minutos; eran las dos de la tarde, entonces, decido empezar a bajar y en ese momento me desoriento, porque no está marcado el camino donde tenés que bajar, ni un cartel, nada. Eso, tranquilamente te puede hacer equivocar. En ese momento lo vi normal, y tomé para mi izquierda, ya que soy zurdo, como si fuera por reflejo. Empiezo a bajar, desorientado, y emprendo hacia el oeste, haciendo unos 40 minutos, pero no había gente, camino, nada. Quise recuperar la línea recta de la cumbre, porque ya subir era muy trabajoso, estaba muy cansado. Pasé unos faldones pero no logré ver Vallecitos, nunca lo vi. Y decidí seguir bajando. Encontré unas piedras que me parecían conocidas, pero estaba equivocado. Seguí descendiendo, hasta que empieza a caer el sol, y empecé a ver el río. Sin saber, me estaba metiendo en la quebrada La Jaula.
–¿Y cómo pasaste la primera noche?
–Me quedé ahí, sin problemas, entre las piedras, y al día siguiente, tenía la seguridad de seguir camino, porque estaba a menor altura e iba a seguir el curso del agua. Me sentía en tierra firme a la vera del arroyo, que luego supe que era el río Blanco II, afluente del Mendoza, que terminaba en la ruta 7, donde finalmente aparecí.
–¿Cómo fue la experiencia de subsistir cada jornada? ¿Te quedaba algo de comida?
–Para este tipo de excursión, que hacés acampes y al día siguiente hacés cumbre, se lleva una comida de marcha, no un típico sándwich de milanesa o algo abundante, como hacés cuando vas a otro cerro de menor altura, con caminata larga por el día. Llevaba dos sándwiches de miga, un paquetito de palitos salados, otro de maíz, un turrón, una tableta de dulce de leche y un postre de maní. Iba con una mochila, la misma que usé para el acampe previo de ascenso en Salto del Agua. Llevaba un buzo polar, medias, un pantalón y una campera rompeviento de repuesto, por las dudas.
–¿Y cómo siguió todo con la racionalización de la comida?
–No sabía lo que podía pasar. Lo bueno es que en la montaña no me da hambre. Nunca fue un problema la comida, no pensaba en eso, aunque es verdad que entre las últimas noches se me venía a la cabeza un plato de milanesas con papas fritas. Con el agua no hubo problemas, nunca me faltó: tenía el río pegado. Creo que fue el mejor agua que tomé en mi vida. Me dio tranquilidad ver que el cauce del río era importante, me dio tranquilidad, pensando en que iba a llegar algún sitio. Igual, esa primera noche ni comí.
–¿Y cómo fueron los días siguientes?
–Más allá del río, era un camino que no me dejaba ver una línea recta. Era una ese tras otra y todo montaña. No tenías perspectiva de más de un kilómetro. No podías anticipar nada. Por momentos, parecía ¡Viven!, como la película, que al tercer o cuarto día, era todo montaña. Me preguntaba cuándo voy a ver un claro sin montaña. Pensaba en lo que vivieron esos jóvenes, pero me concentré en seguir caminando, que a algún lado iba a llegar.
–¿A qué lugar pensaste que ibas a llegar?
–En mi ingenuidad pensé que iba a desembocar en el Dique Potrerillos, pero en realidad iba tomando rumbo hacia Chile.
–¿Quedaban varias noches y días?
–Por eso, la comida no me preocupaba. Estoy acostumbrado, como abogado, a trabajar desde hace años con mucha intensidad y cantidad y no cortar al mediodía. De hecho, en Mendoza trabajo en mi propio departamento y pocas veces almuerzo. También tenía un chocolate, que comía un pedacito cada mañana, con agua. Otro día comí la mitad de un sanguchito, otro día lo mismo, y también me guardé otra mitad por las dudas. No sabía cuánto me faltaba.
–¿Siempre pensaste que ibas a salir con vida? ¿Cuándo te agarró más preocupación?
–Hasta el tercer, cuarto día incluso seguía teniendo casi la misma comida. En esos días, veo algún rastro de humanidad, con una parrillita y un tarro de leche, pero estaba todo oxidado, a la vera del río. Pensé que faltaba menos; también vi una pirca. Me entusiasmé hasta que quedé encajonado: no podía pasar por el río y estaba rodeado de paredones de piedra. Se complicaba el desafío diario de subir y bajar montañas, siguiendo el cauce, que iba cada vez más cargado de agua y con piedras. De hecho, hubo un momento en que el río me llevó un poco al intentar cruzar de costa. Estaba todo mojado y se me hicieron callos.
–¿Ese día sentiste más de cerca el peligro? ¿Tuviste miedo en algún momento?
–Quedé atrapado en ese cajón, estaba el camino cerrado, enrejado. Subí esa montaña, y fue imposible sortearla. Estaba muy nervioso, no encontraba la salida. Hice escalada en cuatro patas, agazapado, por una roca tipo laja, viendo el precipicio. Si me caía ahí, me mataba. Estaba a unos mil metros del suelo. Estuve al límite todo el tiempo. Por suerte no hubo tormentas, ya que el lodo y las piedras hubieran sido letales en ese lugar. Al bajar tuve que retroceder y cruzar, cambiar de costa, para intentar encontrar un camino de salida, siguiendo el río, y me costó un día más. Realmente estaba en una jaula, entre la vida y la muerte. Salía de la línea de muerte todo el tiempo. No hay un lugar que describa mejor su nombre.
–¿Se apareció algún animal?
–No vi un animal en particular. Había unas pisadas tremendas. No me vino a visitar nadie. Pero una de las noches que tuve que dormir en altura, en una piedra, fue el momento de mayor temor: vi dos ojitos que brillaban a media altura. Prendo la linterna y no vi nada más. Creo que era un puma, que me estaba siguiendo, rastreando.
–¿Pasaste mucho frío?
–Dos noches dormí en altura, con frío y temor. Había algo de viento, pero me metía entre las piedras. Tenía miedo de caerme. El resto de los días dormí a la vera del río, sin problemas. Principalmente, tomaba los recaudos para no lesionarme, más allá de haber rodado varias veces. Pero el frío y la comida no fueron un problema. Usaba algo de ropa como manta para los pies.
–¿Pensabas cuánto tiempo faltaba?
–No, la verdad que no pensaba en cuántas noches más podía resistir. Empecé a sacarme preocupaciones que me daban vueltas en la cabeza: cómo estaban mis viejos, la posibilidad de perder el trabajo, la situación de mi amigo por no haber seguido juntos. También, dejé de pensar en la presunción de fallecimiento, de que me dieran por muerto, de querer ganarle a esos plazos. Empecé a pensar por mí. Despejé la mente. Igual, me cuestionaba por qué no llegaba.
–¿Cómo hiciste para mantener la mente fría?
–Es por mi estilo de vida, en lo laboral, con mucho estrés y cantidad de trabajo. Estoy acostumbrado. Pero el límite fue ese día en el cajón. Ya era una cuestión de fe. Soy creyente, no tan practicante, pero recé un par de Padre Nuestro. Decía, ya basta, no merezco esto. Ya pagué con creces. No maté, no robé, no maltraté. Después de pasar el cajón, el chip se renovó. Y seguí en modo robot. Siempre tomé todo como un trabajo, pero con mucho riesgo y evaluando alternativas.
–Había que seguir firme, mientras te estaban buscando…
–Hubo un operativo importante en la cumbre de El Plata. No pude dar alguna señal, como podría haber sido hacer fuego. Busqué en la mochila, pero no llevaba encendedor, fósforos ni lupa, no sé porqué me olvidé de eso, porque el fuego me encanta. En algún momento intenté hacer chispas con las piedras, con una servilleta; pero, nunca prendió. El celular lo prendía al igual que la radio, pero nunca tenía señal. En esa quebrada no podían meterse en helicóptero por los vientos. Gendarmería alcanzó a meterse por la ruta 7 pero recién el jueves; ya habían pasado varios días, y pegaron la vuelta. No tenían indicios concretos de que yo podía estar en esa zona. Incluso si usaban drones en la zona podrían haberme encontrado. Agradezco todo lo que se hizo, a cada una de las personas e instituciones, con los recursos disponibles. No puedo reprochar nada. Hicieron lo que pudieron, estuvieron bien todos. Además, se arriesgaba y comprometía a mucha gente, en un lugar muy peligroso.
–¿Qué pasó al llegar a la ruta 7?
Finalmente, antes de la puesta del sol, llegué a la ruta, a la altura del puente ferroviario, y pasó una camioneta. Levanté la mano, pararon de inmediato. Les pregunté a Jorge y Luis, dos fenómenos, para dónde era Mendoza y les conté lo que me pasaba. No sabían nada de mi caso; ya que venían de Chile. Me subieron inmediatamente al vehículo y me dieron unos palitos salados para comer. Empecé a recuperar señal en el celular, y sentí un bombardeo de mensajes. Contacté a mi familia y amigos, hice un posteo en las redes, y me dejaron en el control aduanero de Uspallata, donde se dio aviso a las autoridades. Un gendarme me mostró el diario y no podía creer lo que se había generado.
–¿Estás de acuerdo con la ley que impulsa ahora el gobierno para cobrar los rescates?
–Creo que se podrían tomar medidas de precaución, como marcar dónde va la cumbre, por dónde se baja. Además, uno paga los impuestos, y también debe haber una devolución; una contraprestación, recibir algo a cambio. No estoy muy de acuerdo con el cobro. También, podría ser el contar con un seguro para algunos cerros, aunque es difícil pedirle a todos. No sería bueno que se convierta en un negocio. Creo que hay que señalizar más y que la gente vaya con el equipo correspondiente.
–¿Volverás a la montaña?
–Sin dudas. Ahora a recuperarse de las manos y de los pies, pero vuelvo en cualquier momento.