Si se intentaba dar una “batalla cultural” para permitir el ingreso de capitales privados en los clubes de fútbol y que quizás en un futuro puedan ser Sociedades Anónimas Deportivas, y se hicieron esfuerzos para que el socio y el hincha común -que por lo regular no es experto en operaciones financieras- les perdieran el miedo a los magnates que se hacen dueños de los clubes, empezaron como el traste.
En todo caso, hubo un cierto “blanqueo” de que ya hay, sin necesidad de reformulaciones de estatutos, varias experiencias hoy en clubes donde se gerencia el fútbol de manera encubierta. Defensa y Justicia, Riestra, Talleres de Córdoba, ahora San Miguel, son algunos casos. Esas instituciones siguen siendo “de los socios” y entra la plata de aportes privados.
Pero fuera de ese “sinceramiento”, lo que planteó Sebastián Verón para Estudiantes -que tampoco iba a cambiar de dueño, sino que su asamblea debería aprobar, en fecha aún incierta, una sociedad con el inversor- como un momento bisagra en la modernización de la administración del fútbol, derivó en la invisibilidad de los famosos capitales del millonario estadounidense Foster Gillett.
Las desprolijidades incluyeron operaciones concretadas, como el intrincado pago de la cláusula de Cristian Medina para llevarlo de Boca a Estudiantes, e intervenciones poco claras en posibles transacciones que nunca se concretaron, como una puja por Driussi antes de que se cerrara su regreso a River; Valentín Gómez, de Vélez a Udinese; Ezequiel Piovi, de Liga de Quito a Estudiantes; Villagra, de River a quién sabe dónde.
Jugadores sin club, entrenándose solos; clubes esperando depósitos que nunca llegan y Verón temiendo que su proyecto termine “llevándome puesto”.
Si es con el grupo Gillett que pensaban quitarle a la gente el temor por el destino de sus clubes cuando vienen los inversores ricos, la batalla la empezaron perdiendo.
Gillett con Verón, que dijo que esto lo puede «llevar puesto».
Valentín Gómez, gran figura de la liga argentina, está varado en Italia.
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