La mayoría de nosotros no queremos renunciar a nuestra libertad actual de elección. Hay muchas razones por las que tener opciones se asocia con tener más derechos, libertad y hasta es un indicador valorado en los índices globales de felicidad. Pero la exaltación de la elección por la elección misma, o la elección como signo clave de autonomía, es relativamente nueva. Hace apenas unos siglos, estar en la cima de la escala social significaba no tener que preocuparse por optar: qué poseer, dónde vivir, con quién casarse, en qué creer o quién debería gobernar. Estas cuestiones ya estaban resueltas desde el nacimiento y la elección no tenía el status especial que tiene hoy para las personas. En su nuevo libro The Age of Choice: A History of Freedom in Modern Life, la historiadora estadounidense Sophia Rosenfeld, ancla al valor de poder elegir en la actualidad y aporta su “lado B” para evaluar las desventajas que puede generar tener un menú infinito de posibilidades.
Secretos de productividad: una incomodidad valiosa
La autora explica que tendemos a entender nuestro apego a la elección como algo natural, incluso biológico, en lugar de algo particular de nuestro momento histórico. Para empezar, no solemos pensar que tenemos una capacidad limitada para tomar buenas decisiones porque no somos capaces de conocer realmente nuestras propias mentes. Experimentamos ansiedad por tener demasiadas opciones, ya que no podemos predecir sus resultados y sabemos que es probable que después nos preguntemos si elegimos mal. ¿Quién se identifica con esa sensación de ligero pánico de enfrentarse a demasiadas opciones y poca orientación sobre cómo discriminar entre ellas, ya sea en la vida real u online?
Rosenfeld argumenta que la libertad de elección requiere muchas reglas, en gran medida invisibles. A medida que las opciones han crecido en todo tipo de sectores, desde las apps de citas, compras online o modos de trabajo, han requerido nuevas tecnologías para que funcionen y la invención de cada vez más reglas sobre quién puede elegir qué, cuándo y cómo. Este tipo de libertad está siempre restringida a algunas personas en lugar de a otras: personas con dinero, personas de cierta edad, personas que son ciudadanos, personas de un sexo en lugar de otro. “Nos obsesionamos tanto con considerar nuestras propias opciones para lograr la realización personal que nos volvemos incapaces de pensar cómo lograr algo en nuestro interés colectivo”, dice la autora. Por ejemplo pienso a qué costo tiene para determinadas sociedades que otras tengamos cientos o miles de opciones de indumentaria de bajísimo costo. Rosenfeld también advierte que es importante saber cuándo abogar por mejores, y no más opciones. Por ejemplo, ¿Quién no preferiría un único plan de seguro médico o de internet y de buena calidad a tener que elegir entre nueve opciones de marcas diferentes, con diferentes planes y de las que no tenemos forma de prever si se adaptarán a nuestras necesidades futuras? Tener muchas opciones no es gratuito. Ni siempre es la mejor opción.