Cierto día, desde su rincón en Argentina, Marcelo Giménez respiró hondo, miró la pantalla y escribió: ¿Existen realmente los destinos inesperados? ¿O simplemente ese destino que parece inesperado es el lugar al que siempre quisimos llegar?
En busca de la cultura y la libertad en el país enemigo
Desde su llegada al mundo, o al menos desde que la palabra comenzó a formar su realidad, Marcelo observó a Europa como a una especie de tierra prometida, un horizonte colmado de esperanza, libertad y cultura. Libertad por sobre todo. Tal vez la atracción respondía a sus antepasados europeos, aunque parte de ellos habían migrado, cruzaron un océano para construir otro presente a América Latina…
Pero Marcelo quería volver al núcleo, abrazar aquello que creía que habitaba en su esencia, aunque hoy entiende que tenía una razón evidente: “Parte de mi adolescencia transcurrió en gobiernos militares en los que el pelo largo, el rock, y hablar de ciertos temas era tabú. Lo cierto es que cuando me fui a vivir un tiempo a Inglaterra y a estudiar inglés en Cambridge ya tenía años de estudiar la historia de ese país y sus costumbres”.
“Mis alucinaciones adolescentes (o visiones de la realidad como diría Platón) incluían siempre el idioma inglés hasta sentir que mis antepasados kármicos eran precisamente contemporáneos de Shakespeare”, relata Marcelo, quien por aquellos tiempos juveniles estaba fascinado con la obra de Hippolyte Taine titulada Notes sur l’Angleterre, que afanosamente pedía en la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba.
Inglaterra y “Regresar a donde nunca fuimos”
Su primer día en Inglaterra quedó grabado a fuego en su memoria. El año 1991 estaba en su ocaso, cuando pisó las calles de Londres envuelto en una adrenalina exquisita, y con la sensación de estar vivenciando un dejavu. En su mente, él ya había visto esas calles una y mil veces.
“Recorrer con un plano de la ciudad Fleet Street de arriba abajo, Grand Street, The Monument y pasar horas en pubs ordenados, limpios y silenciosos fue una experiencia nueva y reveladora de un pasado ancestral presente en mí y al que permanecía ligado extrañamente. Regresar a donde nunca fuimos, conocer a quienes nunca vimos y sin embargo siempre estuvieron en nuestras vidas, soñar con nuestros pasos futuros en lugares ajenos a los que siempre volvemos”, reflexiona Marcelo.
Para Marcelo, aquel tiempo en Inglaterra como estudiante fue un despertador en todo sentido. Se fusionó en las calles londinenses, estudió sin descanso, realizó viajes cortos y no tanto, y comenzó, sin darse cuenta, a tejer en su mente ensayos nuevos ante discursos aprendidos que por momentos lo atormentaban.
Desde Inglaterra, siguió por Francia y, por fin, llegó a Italia, donde se encontró con otra parte de su vida (o sus vidas pasadas).
Volver y elegir Argentina: “Las nacionalidades son ficciones que separan…”
Los días pasaron, las semanas y los meses se escurrieron entre sus dedos y el regreso a la Argentina -inevitable- se transformó en una realidad que, de pronto, había dejado de doler. Algo en su interior se había destrabado, tal como si hubiese abierto un portal que expande el propio mundo. Y entonces llegó la revelación: aunque en la superficie no lo parezca, es lo mismo en qué parte del mundo estemos parados.
“Finalmente, a la Argentina volví mejor porque pude darme cuenta en carne propia de que las nacionalidades son ficciones que separan…”, asegura hoy Marcelo, al rememorar su historia.
“Amo Argentina y como a todos, me duele”, continúa. “Mis lazos con el viejo continente nunca cesaron. El idioma inglés, el italiano y el francés estuvieron presentes en mi tesis doctoral y posterior libro que publiqué. En ese sentido, los idiomas acercan”.
¿Existen realmente los destinos inesperados?
¿Existen realmente los destinos inesperados?, escribió Marcelo, décadas después de aquel viaje que significó un quiebre en su vida: ¿Es posible regresar a un lugar en el que nunca estuviste y con gente que nunca conociste? Les aseguro que sí, porque un idioma esconde la cultura milenaria de las almas que lo hablaron.
Esta confesión que hago a los 57 años es una confesión tardía de alguien que siempre estuvo en falta por odios y rencores de generaciones perdidas – escribió-. Me explico: 1982 fue un año bisagra en la cultura de nuestro país: guerra de Malvinas y con ello el fin de una época y el resurgir de otra. Se acababan las dictaduras, comenzaba la democracia, resurgía el rock nacional como cultura de masas. Surgían nuevas prohibiciones: escuchar rock británico ( de allí la transgresión de Charly cuando decía …. “si querés escucharé a la BBC aunque quieras que lo hagamos de noche…” ). Y otros mandatos: odiar a los ingleses. Bueno pues, como imaginarán pienso que hay ciertos mandatos que es mejor transgredir…
Allí estaba Marcelo, en Córdoba, su ciudad de siempre. En Argentina: ¿el verdadero destino inesperado? Entonces pensó en su profesión de abogado, su cargo de profesor en la facultad de Derecho UNC, su rol como persona ante la sociedad que lo había conformado: Tenía 18 años en 1982 en plena guerra de Malvinas y no hice la colimba por número bajo, de modo que una parte de mí vivió esa guerra como propia y por tanto con culpa, la culpa de no odiar al enemigo, agregó en su escrito, y sin más, lo dio por terminado.
“¿Y sobre si sigo creyendo que Europa es la tierra prometida?”, se pregunta hoy al compartir su testimonio. “Hoy, después de mucho andar creo que la tierra prometida está en cada uno de nosotros, en nuestros antepasados, en nuestras vivencias e ilusiones…”
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