Puede parecer anecdótico, pero no lo es.
En enero, Netflix anunció en los Estados Unidos que empezaría a trabajar en una nueva adaptación de la serie La familia Ingalls (Little house on the prairie), uno de los mayores éxitos mundiales en la historia de la TV y representación máxima del entretenimiento familiar que superaba ideologías y diferencias políticas. (En la Argentina se sigue viendo cada tarde en Ciudad Magazine, y tiene al menos un club de fans activo con más de 50.000 integrantes).
Sin embargo, poco después del anuncio, una ex periodista de Fox News escribió en X: «@Netflix, si hacen una versión woke de La familia Ingalls, mi única misión será arruinar absolutamente su proyecto».
La respuesta no tardó en llegar, y nada menos que de parte de Melissa Gilbert (Laura Ingalls), estrella de la serie: «Umm…vuelve a ver el original. La televisión no puede ser más woke que nosotros. Abordamos el racismo, la adicción, el nativismo, el antisemitismo, la misoginia, la violación, el abuso conyugal y cualquier otro tema woke que se te ocurra. Muchas gracias».
A esta altura vale preguntarse: ¿en serio están discutiendo a La familia Ingalls? ¿Nada ni nadie se salva hoy de la grieta?
Para ensayar una respuesta más cercana a los argentinos, alcanza con recordar lo que Javier Milei dijo en Davos. «El wokismo es la epidemia que hay que curar y el cáncer que hay que extirpar». Y siguió: «ha colonizado instituciones importantes, desde partidos políticos y universidades, hasta medios de comunicación y organismos internacionales”.
El debate, entonces, trasciende al proyecto televisivo y las fronteras de los Estados Unidos, e irradia para constituir una discusión extendida. Y si la serie cuestionada es La familia Ingalls, está claro que la polarización incluye todo, hasta lo que hace medio siglo (en EE.UU se estrenó en 1974 y continuó hasta 1983) funcionaba como una referencia compartida, un núcleo común desde el Presidente (era la serie favorita de Ronald Reagan) hasta el último ciudadano.
Por eso la polémica no es anecdótica. «Pocos hechos ofrecen un barómetro más aleccionador del estado actual de nuestra política que éste», escribió el sábado Jayson Howard en el portal Político, en Washington. Y siguió: «La familia Ingalls es un ejemplo especialmente llamativo de la politización del entretenimiento popular, precisamente porque la serie original se consideraba decididamente apolítica, querida por legiones de fans de todas las tendencias políticas, orígenes e identidades».
Y agrega: «Los valores que la serie celebraba -equidad, honestidad, integridad, vecindad, la importancia de la comunidad- eran principios apolíticos a los que todos podíamos aspirar. Gran parte de Estados Unidos parecía sentir que La familia Ingalls era nuestra. Pero ahora, cuando el país se ha fragmentado en bandos polarizados, cada vez queda menos ‘nuestro’: sólo el tuyo o el mío (…), liberal o conservador, woke o antiwoke».
«Es necesario dar la batalla cultural», repite Milei, alineado con Trump y subido a una moda global. «Batalla cultural» se dice a cada rato en las cercanías del Presidente.
La definición encuentra una respuesta en la nota de Howard. «Hoy todo es guerra cultural, incluso la nueva versión de un programa de televisión que tenía como lema el respeto mutuo», escribe. «Si ni siquiera La familia Ingalls nos pertenece ya a todos, ¿en quién nos hemos convertido exactamente?».
Sobre la firma
Gonzalo Abascal
Secretario de Redacción [email protected]
Bio completa
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO
Tags relacionados