NUEVA YORK.- En este espacio la semana última se habló de la escasez de huevos que azotó a EE.UU. a fines del año último y principios de este. Si bien se logró controlar, había pánico a que en abril, con el incremento en el consumo que implican las Pascuas, se volviese a desencadenar. Para alivio de los habitantes de la Gran Manzana, que miraban a a este mes con aprehensión, sigue sin haber problemas reportados respecto al otro comestible más esperado: los chizitos.
La historia empezó el año pasado, cuando comenzaron a aparecer afiches caseros que anunciaban: “Vengan a verme comer un frasco entero de chizitos”, junto con la fecha, la hora y la plaza donde se llevaría a cabo la proeza
Ocurre que a fin de abril de 2024 irrumpió en la escena callejera -y con indirectas de que repetiría todo justo un año después- un hombre que, enfundado en un pasamontaña naranja, “comió 700 chizitos y volvió a su casa convertido en un héroe”, según resumió la CNN. Hoy, incluso existe una campaña online para que se postule como candidato a alcalde. Aunque no está claro qué lo respalda más allá de su habilidad para devorar bolitas de queso fluorescentes, tiene a su favor una menor cantidad de juicios por corrupción que Eric Adams y menos escándalos por acoso sexual que Andrew Cuomo, los dos políticos más fuertes en las encuestas. Las adhesiones, de hecho, se están haciendo cada vez más vocales.
La historia empezó el año pasado, cuando comenzaron a aparecer afiches caseros que anunciaban: “Vengan a verme comer un frasco entero de chizitos”, junto con la fecha, la hora y la plaza donde se llevaría a cabo la proeza. Para sorpresa incluso del propio “hombre chizito” –a diferencia de un famoso caso mediático argentino, aquí no hay connotaciones anatómicas-, miles de personas se congregaron para alentarle a los gritos. Estuvieron presentes los canales de TV, los diarios, y por supuesto, todo se volvió viral. “¡Y después dicen que la ciudad ya no tiene cultura!”; “Finalmente se ocupó el espacio público para algo que vale la pena”; “No es el héroe que necesitamos, pero sí el que merecemos”; “Queremos estatuas en su honor”; “Mis hijos lo hacen una vez por mes”, fueron algunos de los comentarios y memes más populares.
Nueva York, reflejo de la cultura estadounidense, celebra la opulencia, el exceso y el derroche. Aunque, convertido en espectáculo de multitudes, lo que en otro contexto sería derroche puede leerse como una forma de creación
La trivialidad del asunto es abrumadora, pero se inscribe en varias tradiciones emblemáticas de Nueva York. Una de ellas es el competitive eating –las competencias de ingesta extrema- como el famoso concurso de quién come más panchos en Coney Island, donde el récord actual es de 76 hot dogs Nathan’s en 10 minutos. Aquí, comer no es solo una necesidad, sino un acto de audacia: la comida deja de ser mero sustento para convertirse en una prueba de resistencia humana. Nueva York, reflejo de la cultura estadounidense, celebra la opulencia, el exceso y el derroche. Aunque, convertido en espectáculo de multitudes, lo que en otro contexto sería derroche puede leerse como una forma de creación.
Relacionado con esto está la tradición es el absurdismo en las performances. Desde la famosa fábrica de Warhol hasta los artistas contemporáneos que difuminan las fronteras entre arte y vida cotidiana, Nueva York siempre celebró la teatralidad del absurdo. Un hombre devorando chizitos con entrega dramática podría interpretarse como una pieza conceptual involuntaria que, quizá, hasta Marta Minujín, que fue parte de la escena de vanguardia local, aprobaría. Por último, está la vieja tradición de la pura excentricidad neoyorquina. La ciudad siempre fue un refugio para personajes que llevan su identidad hasta el extremo sin pedir disculpas. Y como buena metrópolis, también tiene una regla tácita, que aquí llaman el “let him cook” (“dejá que se cocine solito”). Un tipo haciendo algo raro en la vía pública no genera intervención ni indignación, sino indiferencia, o, en el mejor de los casos, aplausos.
En Nueva York, lo bizarro tiene su -amplio- espacio y, a veces, hasta su momento de gloria. Si este fenómeno podrá trasladarse a la política en el caso del “Cheesepuff guy”, está por verse. Mientras tanto, a diferencia de lo que sucedió con los huevos, no hay restricciones para que el hombre chizito compre sus provisiones, y la expectativa por su regreso triunfal sigue en aumento.