El papa San Juan Pablo II visitó en dos oportunidades la República Argentina. La primera fue en 1982, en plena Guerra de Malvinas. La segunda en 1987 (treinta y ocho años atrás), viaje apostólico que se extendió por una semana entre el 6 y el 12 de abril, jornadas en las que el Vicario de Cristo predicó en Bahía Blanca, Viedma, Mendoza, Córdoba, Tucumán, Salta, Corrientes, Paraná, Buenos Aires y Rosario.
El martes 7 ofició misa en Bahía Blanca, ante una concurrencia estimada en cien mil fieles. “Mi alegría -dijo entonces- queda colmada con vuestra presencia y participación, viendo que venís de diversos lugares de la pampa argentina”. Dirigiéndose al pueblo agricultor, a los hombres de campo dotados de la hermosa virtud de la solidaridad, recordó la alabanza del salmista cuando manifiesta que Dios hacía crecer el pasto para el ganado y las plantas que cultivaba el hombre. “Basta ver cómo el trabajo de la tierra, realizado con abnegación y sacrificio, se armoniza al mismo tiempo con otras fuentes de producción: la pesca, el comercio y la industria”.
Se hacía urgente en el mundo agrícola y ganadero, clamaba el Papa, la primacía de los valores espirituales por sobre todo materialismo. “Sabéis muy bien que al campo, para dar su fruto, no le basta un trabajo descuidado y cansino; hay que remover la tierra con vigor, hay que abonarla y cuidarla para que dé una cosecha abundante”. Del mismo modo tenía el hombre que llevar adelante una intensa vida espiritual. “La tierra es un don del Creador a todos los hombres”, sostuvo.
Parte de aquella homilía estuvo dedicada a los inmigrantes, a quienes se debía siempre respeto. Juan Pablo II indicó la oportunidad de superar las condiciones de inferioridad sufridas por ciertos sectores del mundo rural y los desequilibrios entre la ciudad y el campo.
“El gaucho Juan Pablo”, lo llamó la prensa. Al Pontífice le fueron obsequiados ponchos, sombreros y mates. El primer amargo lo probó en Viedma, donde usó un hermoso poncho mapuche. Su arribo a la ciudad de Salta, el 8 de abril, fue saludado por los gauchos, sombrero en alto. El Coro Polifónico cantó la Misa Criolla, de Ariel Ramírez. El Papa se colocó entonces una manta de lana y un sombrero ovejero. Las horas pasadas en el noroeste argentino le parecieron “imborrables”. Un afecto muy especial quiso manifestar a los representantes de los pueblos quechua, guaraní, mapuche, “y tantos otros, herederos de antiguas tradiciones y culturas”.
Al día siguiente la ciudad de Corrientes le ofrendó un sapukai. Juan Pablo II reconoció en la homilía el aporte de emigración en lo que hacía a valores culturales, trabajos y fe católica, como notable crecimiento incorporado a los habitantes criollos. En su despedida, le gritaron “¡Rojaijú!”, en decir “Te quiero”, en idioma guaraní. Conmovido por la multitud correntina a la que la lluvia no arredró en absoluto, dijo: “Esta celebración de hoy hará en mi corazón el recuerdo más ‘lungo’”.