Aunque prefirieron atesorar los elogios a la gestión económica y a la salida del cepo cambiario, el puñado de funcionarios que tiene contacto directo con Javier Milei conoce el verdadero motivo que tuvo el corto viaje a Buenos Aires del secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent. El comunicado oficial del Tesoro sobre la reunión del lunes entre Javier Milei y Bessent tiene sólo seis líneas y ninguna referencia al objetivo central del viaje, así que hubo que esperar hasta que el Secretario diera una entrevista a la agencia Bloomberg.
Allí pidió que la Argentina cancele el intercambio de monedas con China que el Banco Central mantiene y renueva desde la gestión de Néstor Kirchner. “Tienen un swap de crédito de 18.000 millones de dólares en yuanes. Argentina, bajo el anterior gobierno peronista, obtuvo 5.000 millones de dólares, y esa cantidad seguirá pendiente. Los chinos mostraron un gran esfuerzo tras el anuncio, o en conjunción con el del FMI, por lo que se extenderá un año. Creo que, a medida que esta administración mantenga su política económica inflexible, deberían eventualmente tener suficientes entradas de divisas para poder pagarlo”, dijo.
Para que quede más claro, abundó con otra respuesta: “Lo que intentamos evitar (con Latinoamérica) es lo que ha ocurrido en el continente africano, donde China ha firmado varios acuerdos rapaces que se presentan como ayuda, donde se han apropiado de derechos mineros y han añadido enormes cantidades de deuda a los balances de estos países”.
En rigor, Bessent repitió algo que había dicho pocos días antes, Mauricio Claver Carone, encargado de América Latina para el Departamento de Estado: “Queremos asegurarnos de que ningún acuerdo con el Fondo Monetario termine prolongando esa línea de crédito o ese swap que tienen con China. Si hacemos eso nos estamos tirando un tiro en el pie”.
Milei sabe que declaraciones similares se producirán luego de cada encuentro con funcionarios de Donald Trump, su principal aliado en el mundo, y que incluso el tema del swap podría ser parte de la agenda informal de la visita del Presidente a la Casa Blanca que está tratando de confirmar el Gobierno argentino desde hace meses.
La Argentina, vaya novedad, está en una situación particular en ese tablero. Trump ya demostró que prefiere conseguir lo que quiere del mundo usando más el palo que la zanahoria, pero Milei -Bessent se encargó de recordarlo en su viaje- acaba de recibir un dulce estadounidense, porque el Tesoro fue el principal impulsor que tuvo el nuevo acuerdo argentino con el FMI. Para dejar claro que el reparto de zanahorias se había terminado, Bessent advirtió que la cancelación del swap chino debe hacerse con fondos argentinos, porque Washington no tiene ninguna intención de extender un crédito para reemplazar al que extendió Beijing.
El Presidente está descubriendo semana a semana que Trump no será lo que él creía que podía ser. Todo lo que hizo hasta ahora forma parte del manual de la economía que Milei se cansó de aborrecer en cada uno de los estudios de televisión que pisó antes de llegar a la Presidencia. “En cambio, negociar con los chinos es fácil: sólo me piden que no critique al Partido Comunista”, suele repetir el libertario.
En sus conversaciones con sus colegas argentinos, los funcionarios estadounidenses de Trump repiten las mismas quejas que sostenían los de Joe Biden, e incluso de Barack Obama: la condena a la base de observación china en Neuquén y el telescopio en San Juan y el pedido para que se cancele definitivamente el proyecto de construir un puerto chino en Tierra del Fuego. Los dos primeros proyectos están en pleno desarrollo y funcionamiento, pero de este último sólo quedan algunas máquinas oxidándose frente al salitre del sur. Ahora, los estadounidenses agregaron la queja por el swap y el reclamo para que no se le brinde a empresas chinas el control de las minas de minerales raros y que no se permita la instalación de centros de comunicaciones comerciales de origen chino.
La presencia china en América latina se aceleró casi en la misma medida en que se diluyó la de Estados Unidos. El intercambio de China con Brasil y con Chile duplica al que esos países mantienen con Estados Unidos, y algo similar ocurre en Perú y Uruguay. En el caso argentino, el peso de la influencia china no es tan grande, pero sí supera largamente al del comercio con Estados Unidos.
¿Cómo saldrá Milei de esa encerrona? ¿Dónde puede pararse un libertario que dijo decenas de veces que admira a Trump y que a cada rato comprueba que el estadounidense promueve el regreso a un mundo de barreras proteccionistas?
Hace poco más de 80 años, el Departamento de Estado de EE.UU. organizó una misión hacia América latina encabezada por el dibujante Walt Disney.
El empresario llegó a la Argentina el 8 de septiembre de 1941 y se quedó dos meses y medio. Viajó a Buenos Aires con su esposa, uno de sus hijos y un grupo de dibujantes y empleados de su empresa. Pasaban sus tardes en el Roof Garden del Hotel Alvear. También fue filmado comiendo asados y jugando al gaucho en la estancia Atamisque, de General Sarmiento, provincia de Buenos Aires, y luego recorrió estancias del Valle de Uco, en Mendoza, y cines de la capital mendocina. No fue al Bosque de Arrayanes del lago Nahuel Huapi, en contra de lo que sostienen los carteles que reciben a los turistas de ese lugar, y por eso no se inspiró en ese paisaje para hacer la película Bambi: el ciervito animado recorre fondos dibujados que recrean bosques de Vermont y Maine y estaba en la cabeza de Disney desde 1937. Pero en el viaje produjo su película Los Tres Caballeros, dedicada a mostrar las bellezas del paisaje latinoamericano y protagonizada por el Pato Donald. El proyecto tenía la intención de contrarrestar la influencia de la Alemania nazi en la región. Es de esperar que el otro Donald, el de ahora, use armas menos simpáticas que los dibujos animados para combatir el poderío chino.