La historia de Atrapados –sobre la novela “Caught”, del estadounidense Harlan Coben- es fuerte. Para compensar, se exhiben los imponentes paisajes de Bariloche y la música de Vivaldi. La producción, antes de llegar a la difusión internacional que le depara Netflix, fue la más amplia que se realizó en esa ciudad, donde un antecedente de tanto despliegue era “Operación final”, que la MGM filmó durante 2017.
Siete semanas en Buenos Aires y cinco más en Bariloche, demandaron ahora un equipo de 400 personas, incluyendo un centenar de actores para grabar Atrapados. En el rol de Martina Schultz, la adolescente violinista, actúa Martina Rivero, bisnieta de una leyenda del tango, Edmundo Rivero. Su maestra de violín –y que también tiene algunas escenas, filmadas en el Teatro Colón- es Sara Tubbia Ryan. A partir de Sara y Martina, se escucha Vivaldi con fragmentos de sus Cuatro Estaciones, compuestas tres siglos atrás.
Antonio Vivaldi, el símbolo
“Las cuatro estaciones” constituye una genial descripción de sensaciones que Vivaldi incluyó en su colección de conciertos “Il cimento dell’armonia e dell’invenzione” hacia 1725. Pero es apenas una entre las más de 700 obras que compuso Antonio Vivaldi entre conciertos, música sacra y óperas. Vivaldi fue “un producto” del momento de esplendor artístico de Venecia, que a principios del siglo XVIII era la verdadera capital de la música.
En su libro “La Venecia de Vivaldi”, Patrick Barber explica: “Pocas ciudades de los siglos XVII y XVIII estuvieron tan íntimamente ligadas a un compositor. Se alegarán, por supuesto, los nombres de Mozart y Salzburgo pero es sabido que el autor de Don Giovanni no amaba su ciudad natal y menos aún a sus autoridades. Habría que relacionarlo más bien con Praga. Otro ejemplo podría ser Bach y Leipzig. El Cantor residió allí 27 años y produjo la parte más importante de su obra, su apego por esa ciudad fue indudable, aun cuando no obtuviera de las autoridades el reconocimiento y la gratitud de que Vivaldi disfrutó en Venecia. Pero Bach no fue hombre de una sola ciudad (…) El autor de Las cuatro estaciones es innegablemente un ejemplo raro de absoluta fusión entre una ciudad, un hombre y su obra. No hay nada en su música instrumental y vocal que no refleje el estilo jovial, los colores una veces tornasolados y otras brumosos y la atmósfera líquida y transparente de Venecia. Vivaldi y Venecia son la misma cosa”.
Su reducto
Antonio Lucio Vivaldi fue el mayor entre los seis hijos de Giovanni Batista y Camila. La fecha exacta de su nacimiento, descubierta hace poco, fue el 4 de marzo de 1678. Recibió de su padre las primeras lecciones de violín y clave, pero la madre prefirió orientarlo hacia el sacerdocio. Se recibió casi simultáneamente como sacerdote y maestro de violín. El sacerdocio, lo ejerció poco aunque lo apodaron «el fraile rojo» (por su cabellera). La música, en sus múltiples vertientes, acaparó su vida.
“Nunca se ha señalado la incongruencia entre una salud aparentemente deficiente y la hiperactividad de un hombre que llevó tres vidas en una, enseñó varios instrumentos, tuvo coros y orquestas bajo su batuta, compuso la cantidad de obras que se conoce, viajó por todas partes para ejercer de empresario de sus propias óperas y dirigirlas, y todo ello con una resistencia física fuera de lo común. La música fue para él un manantial de juventud sin común medida con la vida sacerdotal”, describió Barbier.
La pasión generalizada por la música, desde las capas más populares hasta la sociedad más cultivada, produjo en Vivaldi una de las más nobles experiencias educativas de la Europa barroca. Ciertamente, la solidaridad con los más desposeídos (huérfanos, enfermos, mendigos) ya se practicaba en muchos lugares y desde mucho tiempo antes.
Pero Venecia le concedió a sus Ospedali (hospitales, orfanatos) una dimensión musical que valoró profundamente a una población marginada por los orígenes o por los infortunios de la vida. Al conceder una selecta educación a las jóvenes de más modesto origen, Venecia se convirtió en uno de los principales centros europeos de la música vocal e instrumental.
Gran parte de la obra de Vivaldi –como compositor, maestro, director orquestal y de coro- se desarrolló en el Ospedali La Pietá. Y allí también fue un innovador, brindando a las mujeres la posibilidad de dominar el canto o los instrumentos musicales. Su favorita era Anna Giru, una exquisita mezzosoprano para quien compuso el papel de Alcina en una de sus más conocidas óperas, Orlando Furioso.
Olvido y resurgimiento
Vivaldi disfrutó de aquella popularidad, gratitud y prestigio hasta 1736 cuando comenzó a declinar, sobre todo por el montaje de algunas óperas en Ferrara. Decidió marcharse a Viena en 1740 para recibir la protección del rey Carlos VI pero su suerte había cambiado. Carlos VI murió en aquel momento y poco se supo de Vivaldi desde entonces.
Murió el 28 de julio de 1741 y apenas unas líneas en el Wiener Diarium lo consignaron: “Lista de los fallecidos en Viena, 28 de julio, en nuestra ciudad, el reverendísimo Signor Antonius Vivaldi, presbítero secular en la casa Walleris, cerca de la puerta de Carintia”. Hubo un sencillo servicio fúnebre en la Catedral de San Esteban donde cantó un coro de seis chicos. Uno de ellos habría marcar los destinos de la música tiempo después, se llamaba Joseph Haydn.
“El olvido en que Vivaldi cayó, tanto en Venecia como en el resto de Europa, fue rápido. No perdamos de vista que pertenecía aún al mundo barroco: la época consideraba que la obra de arte valía tan solo en su momento y moría con su creador. Una serenata desaparecía al instante. La ópera pasaba de moda al año siguiente. Vivaldi sufrió, pues, aproximadamente la misma suerte que su contemporáneo Bach. Y Venecia fue una de las primeras ciudades en olvidarlo”, escribió Barbier.
Tendría que llegar el siglo XX para que resurgiera la música de Vivaldi y se desplegara por todas las ramas del arte.
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Luis Vinker
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