El mundo, sus principales líderes, estará reunido a partir de hoy alrededor de los restos de un hombre que falleció dejando un patrimonio de 90 euros. Ese es el mensaje del papa Francisco, un líder religioso que defendía la creencia de que el todo es superior a la suma de las partes. Es un hecho inusual, en una escena internacional muy conflictiva. También se escapa del paisaje político argentino, caracterizado por una fragmentación que parece no detenerse. Jorge Bergoglio, ejemplar e imperfecto, encarna en estas horas un valor exótico. El del encuentro, el de la unidad.
En Roma estarán Donald Trump y Volodomir Zelenzky. Vladimir Putin, que mantuvo un vínculo muy activo con la Santa Sede durante todos estos años, enviará una comitiva. Xi Jinping, máxima autoridad de una China que no mantiene relaciones con el Vaticano, aunque estará ausente, emitió un saludo respetuoso. Señal póstuma del propósito sistemático del Papa muerto de acercar a la Iglesia con los chinos. Se inclinarán juntos ante el féretro Javier Milei y Lula da Silva. En la Argentina Francisco también fue en estos días un punto de convergencia. Lo lloraron de Milei a Cristina Kirchner, de Mauricio Macri a Sergio Massa. Ellos no sólo tienen diferencias entre sí. Todos tuvieron algún momento de distancia y hasta de discordia con Bergoglio.
Los funerales serán la ocasión para un ecumenismo que no se verifica con esa intensidad desde la muerte de Juan Pablo II. Expresiones ideológicas y políticas muy dispares peregrinarán hasta San Pedro y, después, hasta Santa María la Mayor, la basílica que eligió Francisco para el descanso final de sus restos. Fue una elección meditada. Santa María la Mayor fue el templo que visitó Bergoglio la mañana siguiente de haber sido elegido como jefe de la Iglesia. Ya como cardenal, cada vez que visitaba Roma iba a rezar delante de la imagen de Salus Populi Romani. Protectora del Pueblo Romano: una advocación de la Vírgen también conocida como Santa María de las Nieves.
Esta última denominación proviene de los últimos tiempos de la Roma imperial. En el lugar donde está emplazada la iglesia, sobre el Esquilino, vivía un matrimonio de patricios que pidió a Dios una indicación para levantar un templo cristiano. La tradición dice que Dios envió esa señal: una nevada insólita, en pleno agosto. Allí se levantó entonces la basílica, sobre un antiguo santuario pagano dedicado a la diosa Cibeles. Hacia el siglo V el templo fue dedicado a la Virgen María. Fue el primero de la historia.
La imagen de Salus Populi Romani está instalada en un altar de la capilla Borghese. Allí descansan varios predecesores de Francisco. Entre ellos, Paulo V, el papa Borghese, célebre mecenas de Gian Lorenzo Bernini, el gran escultor del barroco que fue sepultado en la misma basílica. Paulina Bonaparte, hermana de Napoleón, casada con el príncipe Camillo Borghese, también está enterrada en la capilla familiar. La conexión de Bergoglio con el lugar que eligió para ser enterrado pasa por otros detalles. Santa María la Mayor fue el lugar donde celebró su primera misa San Ignacio de Loyola, el padre de los jesuitas, en la Navidad de 1538. Y un motivo más para esa selección: Santa María de las Nieves es, con San Martín de Tours, la patrona de la ciudad de Buenos Aires, donde Francisco nació y ejerció su arzobispado. Su tumba estará allí, pero no tendrá la monumentalidad de los mausoleos de Clemente IX, Pío V o Sixto V. El lugar elegido por el Papa argentino fue un altar pequeño, ubicado sobre la izquierda del hall de entrada de la capilla.
Para despedir a Francisco viajan Milei y un grupo de colaboradores. Entre ellos estarán su hermana, Karina Milei; Guillermo Francos, que fue un viejo amigo del Papa; Sandra Pettovello, que lo frecuentó como ministra de Capital Humano; el canciller Gerardo Werthein; el secretario de Culto Nahuel Sotelo, y dos figuras con un significado político especial: Patricia Bullrich y Manuel Adorni.
Bullrich fue blanco de un reproche tácito de Bergoglio cuando se quejó de que la administración “en vez de pagar la justicia social pagó el gas pimienta”, en referencia a la represión que se dispuso sobre la marcha que, en septiembre del año pasado, reclamaba por la suspensión de la movilidad jubilatoria. La reacción del Gobierno fue silenciosa pero ostensible: Werthein recibió la orden de suspender la visita que tenía previsto realizar al Vaticano para agradecer, junto a su colega chileno, Alberto van Klaveren, por la mediación del cardenal Antonio Samoré en el diferendo por el canal de Beagle. Van Klaveren concurrió. Werthein dijo que no lo haría por problemas con el gobierno de Chile, que no llegó a especificar. Lo curioso es que otros funcionarios que en aquellos días tenían previstas visitas a la Santa Sede también recibieron la orden de suspenderlas.
Ahora Milei pondrá un manto de olvido en aquel entredicho, que fue el último de una larga serie. Comenzó cuando él no era presidente, ni siquiera dirigente político. Menciones despectivas a Bergoglio en las redes sociales, basadas en cuestiones ideológicas. Ya candidato, esas descalificaciones, que enseguida abandonaron los argumentos para apelar a los insultos, se suspendieron por pedido de Eduardo Eurnekian, antiguo jefe de Milei muy ligado al Papa fallecido. Pero la agresividad volvió a ganar espacio. La Iglesia hizo lo suyo: en plena campaña electoral, un grupo de curas villeros celebró una misa en contra de Milei. Es difícil encontrar un antecedente a esa práctica: que se administre un sacramento contra alguien.
La Casa Rosada en estas horas difunde una información piadosa: consigna que el Presidente esperará a regresar desde Europa para iniciar su campaña favor de Adorni para las elecciones porteñas. Esa aclaración obliga a suponer que Adorni no fue llevado a Roma para obtener la visibilidad que necesita todo candidato. Y está bien suponerlo: como vocero de la administración es un invitado permanente. Aun así, y a pesar de ser una peregrinación espiritual, hay quienes quieren descubrirle matices anti-Macri: no sólo por la presencia de Bullrich; también por la posible participación de Cristian Ritondo, el entrañable “Pucho”, en la delegación parlamentaria. Estas especulaciones son la señal de que hoy todo lo contamina la disputa de poder porteña, que según las encuestas que lee el oficialismo nacional está encabezada por Daniel Santoro, del PJ, en alrededor de 25%; lo seguiría Adorni, con 22%, y Silvia Lospennato, de Pro, con 19%. Horacio Rodríguez Larreta estaría en cuarto lugar con 11%. Todo provisorio: es la línea de largada.
La muerte de Francisco permitió una tregua entre La Libertad Avanza y el Pro. Macri tuvo recuerdos cálidos hacia el Papa fallecido en especial por los intercambios con su hija Antonia durante la visita que realizó al Vaticano como Presidente. Su vínculo con Bergoglio fue distante. Se lo puede atribuir a mil anécdotas, pero es probable que la clave haya estado en el orden espiritual: al Papa fallecido le resultaba muy ajena, casi una frivolidad, esa inclinación new age que siempre caracterizó al expresidente y su núcleo más cercano. En el Pro Francisco tuvo otras simpatías. Por empezar, Esteban Bullrich. Pero también María Eugenia Vidal, Carolina Stanley y Larreta, quien siempre estuvo agradecido con el Papa fallecido por una bendición que le cambió la vida. De todas las relaciones que mantuvo en ese campo, hubo una que se destacó: la amistad con Jorge Triaca, anudada por Adriana Menéndez, la última esposa del padre del exministro, que fue una colaboradora muy directa del Pontífice.
El más sorprendente de los vínculos políticos de Bergoglio fue el que lo unió y distanció del kirchnerismo. Él tenía una afinidad especial con el peronismo, aunque nunca tuvo una adscripción partidaria. Sin embargo, durante la gran crisis de 2001 fue crucial su relación con Eduardo Duhalde, alimentada por el temor de ambos a que el malestar social desembocara en un baño de sangre. Con los Kirchner la diálogo quedó roto muy temprano. Acaso haya sido a pesar del arzobispo, que quedó enfrentado a la Casa Rosada por la polémica alrededor del aborto, encarnada por el exvicario castrense Antonio Baseotto y por el entonces ministro de Salud, Ginés González García. La enemistad se agravó cuando Néstor Kirchner se convenció de que Bergoglio había estado detrás de la exitosa candidatura del obispo jesuita Joaquín Piña, para cortar el camino a la reelección indefinida del misionero Carlos Rovira, en 2006. Desde la Casa Rosada se dispuso despojar al arzobispo de su custodia policial. Y someterlo a la vigilancia obsesiva de la Secretaría de Inteligencia, dominada en aquel tiempo por el tenebroso Antonio Stiuso.
Cristina Kirchner heredó esa enemistad, que sólo tuvo un matiz amable: la prescindencia de la Iglesia en el feroz debate por la Ley de Medios. Una conquista de Gabriel Mariotto, que era muy cercano al arzobispo. La expresidenta se encontró ante una encerrona cuando del cónclave del 13 de marzo de 2013 salió Bergoglio vestido de blanco, convertido en Papa. El PJ se negó en aquel momento a sumarse en el Congreso a un saludo por esa novedad. La expresidenta reconoció que había sido elegido “un Papa latinoamericano”. Pero a los pocos días reorientó su relación. Colaboró en el giro Eduardo Valdés, quien le advirtió: “Hay una ola de emoción que, si no nos plegamos, nos arrolla”. Empezó entonces la reconciliación, mediada por la militante de Derechos Humanos Alicia Oliveira, peronista y muy amiga de Bergoglio. De la mano de Oliveira la señora de Kirchner llegó a la Santa Sede. Se inició allí una relación muy afectuosa, que enfureció a algunos peronistas de izquierda como Horacio González, por entonces director de la Biblioteca Nacional: escribió algunos textos furibundos, vinculando al nuevo Papa con la dictadura militar. La afinidad entre Bergoglio y la expresidenta solo se vio alterada en 2015 por una decisión de la Casa Rosada: el aval a la candidatura a gobernador de Aníbal Fernández, en detrimento de Julián Domínguez, un viejo amigo del Papa. Imposible certificar si hubo aquella vez una jornada de oración para desalentar el voto a favor de Fernández. Lo cierto es que, a partir de entonces, el trato se enfrió. Aun así, el Papa estuvo muy cerca de la señora de Kirchner cuando ella sufrió el atentado que estuvo a punto de quitarle la vida.
En el panorama kirchnerista se destacaron, sin embargo, algunos dirigentes que disfrutaron de la predilección de Bergoglio. Entre ellos estuvieron los líderes del Movimiento Evita, Emilio Pérsico y Fernando “Chino” Navarro, que imaginaron una liga casi religiosa de activismo social bajo el nombre de “Los Cayetanos”, en homenaje al santo que se celebra todos los 7 de agosto en el templo de Liniers. Sin embargo, el peronista preferido del Papa fallecido fue, por lejos, Juan Grabois, a quien encomendó trabajos en el Vaticano. Fue Grabois quien estaba al lado del Papa cuando él condenó a Milei por el uso del gas pimienta. Es más: siempre se le atribuyó a Bergoglio haber sugerido la candidatura de ese militante social en las internas presidenciales de 2023. El mensaje le habría llegado a Cristina Kirchner a través de uno de los más estrechos amigo del jefe de la Iglesia en el PJ: Juan Manuel Olmos, actual responsable de la carrera porteña de Santoro. Bergoglio mantuvo una relación cercanísima con la familia Olmos durante más de 50 años.
Con estos afectos contrasta el malhumor que provocaba en el Papa fallecido la sola mención de Sergio Massa. La antipatía nació en el contexto del enfrentamiento de Kirchner con el entonces arzobispo. Para agradar al expresidente, Massa organizó una conspiración de la que participaron algunos laicos. Entre ellos, el empresario Emilio Noceda, que tenía una vinculación muy cercana con el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI; y Oscar Sarlinga, por entonces obispo de Zárate-Campana, que habría sido el nuevo titular de la arquidiócesis porteña si el complot hubiera prosperado. Pero eso no ocurrió: lo desbarató el propio Bergoglio. Massa nunca pudo obtener la indulgencia. A pesar de que lo intentó a través de empresarios que fueron amigos íntimos del Papa y aun cuando, en busca de ese perdón, editó la encíclica Fratelli Tutti desde la Cámara de Diputados.
A pesar de estas tensiones, inevitables en el mundo del poder, la figura de Francisco impregna todo en estos días con su mensaje de unidad. Sin ir más lejos, ayer el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Horacio Rosatti, homenajeó a Bergoglio por esa prédica de tolerancia y comprensión. Tal vez fue en línea con ese espíritu que ayer se eligieron, por unanimidad, a las autoridades del Consejo de la Magistratura, que preside Rosatti. El representante del Poder Ejecutivo, Sebastián Amerio, quedó al frente de la Comisión de Administración, que tanto ansiaba. ¿Un entendimiento entre la Corte y el Poder Ejecutivo? Amerio es un subordinado de Santiago Caputo en el terreno judicial. Le otorgaron la conducción de ese comité, aun cuando las decisiones materiales que afectan a la Justicia las toma Alexis Varady, el administrador general del Poder Judicial, un hombre de Rosatti. Amerio, igual, parecía estar feliz. El todo es superior a la suma de las partes.