Diferida de la experiencia que la originó, la crónica ostenta algo de espejismo retroactivo, de imaginación disfrazada de inmediatez. Esa cualidad se torna especialmente relevante en Selfie de China, el elocuente recuento de Isabelle Wéry (Lieja, Bélgica, 1970) de su paso por el país de Oriente, que la autora acometió ya de regreso en Bruselas, en medio de la detención global motivada significativamente por un virus nacido en China. El contraste no pudo ser más drástico para la actriz, directora teatral y escritora, que fue recomponiendo las impresiones de sus vivencias bulliciosas en el silencio de la cuarentena, apelando a recursos mixtos, coherentes con su heterogénea formación.
Exclamaciones, emojis y cadáveres exquisitos se turnan en las postales sinestésicas de Selfie de China (Editorial Bastante), donde Wéry se lanzó a experimentar con la primera persona y la no ficción luego de cuatro novelas dedicadas a invenciones y personajes, y de manera fortuita ya que inicialmente el texto iba a servir a una performance. Wéry había viajado en distintas ocasiones a China entre 2017 y 2019 aprovechando la estadía de una amiga suya en el gigante asiático, y quedó fascinada por ese mundo sensorial de contrastes vastos.
Fiesta y control, antigüedad y futuro, exhibicionismo y pudor se tensan en el relato, que sin embargo ajusta el foco para caracterizar a una China alejada del lugar común en un discurrir eufórico entre comidas, masajes, sonidos y discotecas. La selfie de una “ultracontemporaneidad” proveniente ya no de una cultura distante sino de otro planeta, uno que Occidente aún subestima. Ahora bien, ¿sigue siendo China la misma tras la pandemia? ¿Qué cambió? “No he vuelto a China desde entonces. Pero creo que todo aquello en lo que se centra mi libro (la gente, su mentalidad, sus rituales, sus costumbres, sus sensualidades) sigue existiendo. Porque son aspectos de la cultura y la mentalidad chinas arraigados desde hace miles de años”, dice Wéry por mail, que viene a realizar varias actividades en Buenos Aires este mes.
Y completa: “Escribir el libro fue un salvavidas; me ayudó a resistir mi depresión durante los confinamientos. Al mismo tiempo lamentaba no poder volver a China para continuar mi trabajo. Me llegaban ecos abominables de mis amigos que se habían quedado allí durante la cuarentena. Hasta qué punto la gente estaba encerrada. Eran muchas emociones e información con las que lidiar mientras escribía. Pero me dije que tenía que escribir el libro, rendir algún tipo de homenaje a un tiempo subjetivo anterior al covid-19”.
–Decís que China es un país de contrastes. ¿Podrías ampliar esa idea?
–Es así, el país está formado por alrededor de 50 grupos étnicos, cada uno con su cultura, su comida, a veces su propio idioma, todo ello dentro de un inmenso territorio. Es posible imaginar la multitud que eso representa. Con regiones hiperrurales y otras ultraurbanas y ultramodernas. Regiones pobres e hiperricas. Es una economía de mil velocidades. Por ejemplo Pekín es la ciudad del poder político, ligada a tradiciones ancestrales, una urbe estricta y en tensión, mientras que Shangái es una ciudad multicultural, frecuentada por turistas. Me interesaba observar estos contrastes y tratar de entenderlos, porque eso es lo que me gusta: los contrastes y la multiplicidad. Nos obliga a estar alerta, agudizar la vista y abrazar las cosas en todas sus contradicciones.
–¿Qué te atrajo de usar la primera persona, un registro tan actual?
–Me encantó profundizar en mi experiencia, permitirme el yo. Observar cómo mi cuerpo era atravesado por los múltiples estímulos que ofrece China. Un cuerpo sismógrafo. Una máquina de sentir. Este libro es una selfie, pero una que cartografía sensaciones. Cuanto más conoces el país más te das cuenta que es un mundo infinito, denso, contradictorio, con una historia monumental, y que es muy difícil elegir un ángulo de escritura que no restrinja. Elegir la selfie es también una forma de humildad de mi parte.
–Afirmás que la literatura es física y visual, a la manera del propio lenguaje chino. ¿Cómo se vinculan el cuerpo y la imagen con tu escritura?
–Para mí escribir es además una forma de transmisión de energía, una energía vital que actúa físicamente. Sea cual sea el tema, intento inyectarla en el cuerpo de los lectores a través de una escritura dinámica que juega con la puntuación, el lenguaje, la onomatopeya y la gramática, una escritura oral pensada para ser hablada, con imágenes y también humor. Sí, para mí la escritura es un arte visual, un arte visual pero sin pantalla. Y me interesa crear imágenes impactantes para el cerebro de mis lectores.
–La China que retratás parece un reflejo intensificado de nuestra realidad.
–En muchos aspectos ya somos un poco chinos. En términos de vigilancia, censura, hiperconsumismo, capitalismo extravagante, ultraderecha… Y todo lo demás que se puede leer en los periódicos. Pero ese no es el tema principal de mi libro, aunque subyace en él. Quería arrojar luz sobre algunos de los aspectos menos conocidos de la cultura china, hablar de la fragancia especial del fruto del ginkgo que ha caído del árbol, contar nuestras risas con Mo durante las sesiones de masaje… Rendir un homenaje en forma de selfie a todo lo que hay de sensual y poético en esta China que he conocido. Transmitir un cierto sabor a China. Esta alegría de vivir. A pesar de todo.
Selfie de China, Isabelle Wéry. Trad. Mauricio Electorat. Editorial Bastante, 94 págs.
Isabelle Wéry en Buenos Aires
10 de mayo: La autora participa de una actividad en el stand de la Unión Europea en la Feria del Libro. Info en: el-libro.org.ar 12 de mayo: A las 18 en librería Otras Orillas (Lucio Norberto Mansilla 2974), Wéry lee y conversa con Cynthia Edul mediante una estructura performática.14 de mayo: Conversación entre Wéry y Laurent de Sutter dentro del Foco belga, en la residencia de la Embajada de Bélgica (Rufino de Elizalde 2830).
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