ROMA.- Italia y el mundo se detuvieron este sábado a partir de las 7 (hora local) para despedir a papa Francisco, un hombre que —a pesar de la tenacidad de sus críticos— supo conmover a los más frágiles y a los más jóvenes. Una empatía y una humanidad reconocida por una avalancha popular que invadió Roma, para tributarle un último adiós.
Al menos 250.000 personas estaban presentes en la plaza de San Pedro y sus alrededores el sábado por la mañana para asistir al funeral del papa Francisco a quienes se sumaron más de 140 delegaciones extranjeras.
Una marea de fieles desbordó desde el amanecer del sábado la plaza de San Pedro para dar un último adiós a ese Papa que supo tocar el espíritu de tanta gente de todas las confesiones religiosas. A las 7 de la mañana, todas las sillas para el público ya estaban ocupadas, obligando a los recién llegados a permanecer de pie hasta el inicio de la misa a las 10 horas.
Ese fue el caso de un grupo de religiosas franciscanas alcantarinas, que actualmente se están formando en Roma, y que se levantaron a las 4 de la mañana para poder estar en primera fila.
“Es importante estar aquí, en señal de respeto y gratitud hacia el Papa y también para rezar por todos los cardenales que tendrán la difícil tarea de escuchar al Espíritu Santo en las próximas semanas. El papa Francisco ha tocado la vida de tantas personas”, dijo a LA NACION hermana Elaine, religiosa irlandesa, con una sonrisa en los labios.
Como franciscana, añadió, “nos conmovió que haya decidido llamarse Francisco. Lo representó bien. Fue un hombre humilde, cercano al pueblo y a los pobres. Y eso también caracteriza nuestra orden, estar junto a las personas que más nos necesitan. Realmente fue hermano de todos los hombres. Hoy ya nadie se toma el tiempo de estar juntos. Es importante restaurar ese tiempo de fraternidad para el mundo hoy”.
Para la hermana Angélique, religiosa congoleña: “El papa Francisco tuvo un papel en nuestra Iglesia. Hizo un vínculo entre las Iglesias católicas y otras religiones, como líder de la paz. Es importante estar aquí para darle las gracias y encomendarlo a la misericordia de Dios. Francisco es un Papa que quiso vivir como cada uno de nosotros sin ocultar sus defectos. Como un hermano, con la sencillez que viene del nombre que tomó: Francisco. Realmente quiso asumir la espiritualidad de Francisco de Asís, que quiso vivir de manera simple”.
Otra experiencia, otras épocas. Contrariamente al bullicio que había acompañado las ceremonias de despedida del antecesor de Francisco, Benedicto XVI, en 2013 —primer papa que renunció a sus funciones desde 1415— un sobrecogedor silencio se apoderó este sábado de la imponente plaza San Pedro una vez iniciada la misa de cuerpo presente, celebrada por el cardenal Giovanni Battista Re, con voz firme a pesar de sus 91 años. Un silencio interrumpido imprevistamente por un tronar de aplausos de la juventud presente, cuando el decano del Sacro Colegio Cardenalicio, evocando la vida de papa Francisco, repitió una de sus frases preferidas: “Nadie puede salvarse solo”.
Los jóvenes y los niños parecen haber sido particularmente sensibles a este Papa que no cesaba de llamar a la humildad, la generosidad y la apertura. Así lo confirmó a LA NACION la napolitana Maria Pía que, con coraje, hizo el viaje desde su ciudad con sus tres hijos mayores de 6, 8 y 9 años. Con ella trajo una carta de su hija más pequeña que no pudo venir.
“Ciao Papa. Adesso tienimi per la mano” (Chau, Papa. Ahora teneme de la mano), dice la misiva escrita por Lucia, con la caligrafía vacilante de sus 5 años.
Los franceses que vinieron con sus hijos también fueron numerosos. Como Marie-Camille y Guillaume, que hicieron el viaje desde Grenoble, y estuvieron casi en primera fila de la plaza de San Pedro. Los más pequeños jugaron con botellas de agua mientras los mayores escucharon pacientemente la misa.
“Debíamos venir para la canonización de Carlo Acutis. Cuando supimos del fallecimiento del papa dudamos. Pero muy pronto, el lunes alrededor del mediodía, tomamos la decisión de mantener nuestro viaje. Muy pronto comprendimos que era una gran gracia estar aquí, que no habíamos perdido nada sino, por el contrario, ganado muchísimo. Con 7 hijos, si no hubiéramos organizado este viaje, no estaríamos aquí. Nos damos cuenta de la suerte que tenemos, estamos muy felices”, confía Marie-Camille.
Sin embargo, la pareja también confiesa no haber tenido particularmente al papa Francisco en su corazón.
“Somos adeptos de la misa en latín, por lo que le guardamos un poco de resentimiento por su motu proprio Traditionis Custodes, porque nuestro obispo tuvo que excluir comunidades de nuestra diócesis. El daño está hecho, pero logramos aceptarlo. Y si estamos aquí hoy, es porque sigue siendo nuestro papa, el jefe de la Iglesia. También vamos a rezar para que los cardenales estén bien inspirados durante el cónclave y tengamos un próximo papa que sepa conducir a la Iglesia hacia lo que necesita”, concluye Marie-Camille.
El palacio Migliori está situado a dos pasos de las columnatas de la basílica de San Pedro. Aunque el edificio tenía todo para convertirse en un hotel de lujo, el papa Francisco tenía otro proyecto en mente. En 2019, el lugar se convirtió en un centro de alojamiento para una cuarentena de personas sin hogar que pueden pasar la noche allí y comer una comida caliente. Una iniciativa a la que el soberano pontífice le tenía especial cariño, ya que quería mantenerse cerca de los más pobres.
“Papa Francisco era un santo. ¡Cuántas veces pude comer y dormir en seguridad gracias a él en este lugar! Que Dios ilumine ahora a los cardenales para elegir a su sucesor. Usted no sabe las fuerzas del mal que recorren esos pasillos”, dice Gianni, 45 años, en situación de calle, mientras señala hacia los edificios del Vaticano.
Acaba de concluir la misa fúnebre y el ataúd de papa Francisco parte hacia su última morada en la imponente basílica de Santa María la Mayor. Se va, de la misma forma en que, todavía en vida, el sumo pontífice solía recorrer la plaza prodigando bendiciones, abrazos y besos a los más frágiles: en su papamóvil blanco.
En una jornada plena de simbolismo, en ese último viaje, el cortejo fúnebre marcó otro gesto póstumo en homenaje al país natal del Santo Padre, pasando junto a la Torre Argentina, la tierra a la cual nunca pudo volver desde su elección al papado hace 12 años.
A lo largo de ese emotivo recorrido, despedido por el aplauso —y muchas lágrimas— de miles de personas, tampoco faltaron los tradicionales carteles anotados en todas las lenguas, como en una auténtica Torre de Babel. Todos decían, sin embargo, lo mismo: “Grazie Francisco”.