Hace pocos días estuve en una cena con varios comensales a los que veía por primera vez en mi vida. La persona que se sentó a mi lado resultó agradable, de buena conversación. La comida transcurrió tranquila, con temas generales y cruzados, y breves intercambios personales.
La comida era sencilla pero apetitosa. Comí con apetito y agradecido. Escuché de paso comentarios elogiosos de otros invitados. Sin embargo, mi contertulio comió poco y mal. Finalmente, cruzó los cubiertos sobre un resto de comida. Allí caí en la cuenta de que había hecho otro tanto con la entrada. En ambos casos, era una cantidad de la que se podría haber dado cuenta en dos bocados. Esta persona los abandonaba allí. Incluso, mientras las conversaciones seguían, distraídamente tomaba el tenedor o el cuchillo, parecía que iba a comer y no, revolvía los restos. Los pinchaba, separaba, los juntaba, los amontonaba a un costado. Ni se molestaba en beber el vino de su copa.
Me empecé a poner nervioso. Pensé en que el hombre padecería alguna enfermedad, quizás también nerviosa, unraro impedimento para comer, un límite en la ingesta que no debía traspasar. Pero no. Participaba de la conversación, hacía apuntes ingeniosos, y se mostraba jovial y de buen ánimo. Pero me dejaba la comida en el plato.
Quiero ser preciso en esto: reconozco que formo parte de un segmento limitado de la población que come caliente y varias veces al día. No digo que esto sea un privilegio, solo apunto que debería ser una realidad de todos, y no lo es. Por supuesto escuché en la niñez la cantinela de no despreciar la comida que falta en otros platos, por supuesto la escuché con fastidio. No era ese recuerdo ni sed de justicia lo que me ponía incómodo. Era el desprecio por la comida, la falta de consideración al plato ofrecido.
Desconfío de los que no aprecian la ceremonia de comer. Sin ser un sibarita ni mucho menos un gourmet, aprecio poder llevar algo a la boca con regularidad, pero más lo aprecio si es apetitoso. Como con gusto y por gusto. Creo que comer está entre las buenas cosas que trae estar vivo. Y creo que uno debe ser agradecido si tiene ambas suertes.
No quiero sonar dramático, pero sospecho que quien no aprecia el don de la comida tampoco aprecia el estar vivo. Estar vivo es estar atento a la vida, y eso incluye comer y beber, en mi modesta experiencia. Supongo que me dirán que hay a quienes lo mueven otras ambiciones, más altas y hasta quizás más importantes, para sí o para el mundo. Tal vez. Pero también creo que un trozo de queso, un buen pan y una copa de vino es algo que no impide los altos ideales, sino los facilita y ayuda a ubicarlos en su justo lugar.
Hay demasiados riesgos en pasar de apuro por la vida. Se pierde la proporción de muchas cosas, incluso la misma vida. Que no es un festín perpetuo, ni tiene por qué serlo llegado el caso. Pero si te ponen una delicia en el plato, resulta de mal gusto dejarlo de lado por puro distraído.
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Miguel GayaBio completa
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