¿Por qué, 11 años después, el nombre de Carlos Bianchi vuelve a sonar en las usinas de poder de Boca, hoy concentradas en el Kremlin de Ezeiza y no en Brandsen 805, cuando el Virrey gobernaba desde su divinidad papal en la comarca xeneize? La noticia replicó de manera simultánea en casi todos los medios, señal inequívoca de que fue el mismo club -el Círculo Rojo que rodea a Riquelme, seamos claros- el que la difundió, con un fin especifico. Por lo tanto, la intención está lejos de ser inocente. Es, de cabo a rabo, una decisión política.
Como toda comunicación extraoficial, el mensaje llega sin firma al pie, lo que abre dos escenarios. 1) Fue una clásica bomba de humo lanzada desde Boca Predio para ganar tiempo, darle una ilusión al hincha en medio de tanto drama por la salida de Gago, dejar que se hable de la crisis futbolística y tirar el nombre para evaluar cuál es la reacción popular y, por qué no, la del propio protagonista.
2) Que efectivamente el nombre genere consenso dentro de la conducción del club y exista la intención de convocar a Bianchi para que vuelva a ser el responsable del equipo, rodeado por un conjunto de colaboradores que estén más en el día a día y sean el sostén de un hombre que dejó la actividad hace más de una década y que hoy, a los 76 años, disfruta de la vida y divide su tiempo entre París y Buenos Aires, persiguiendo primaveras y huyendo de los fríos invernales.
La última imagen de Bianchi en Boca, en una recorrida por la Bombonera, en noviembre del año pasado.
La primera opción suena creíble, por lo tanto y hasta donde se sabe, nadie habló todavía con el Virrey, y el mismo Riquelme, años atrás es cierto, habló de no molestar «al hombre» y dejarlo que disfrute de su retiro bien ganado. Yendo a la lógica, si Boca tuviera la intención de convocarlo sería impropio (y lo es) tirar el nombre de Bianchi antes de hablar con él de un tema tan delicado.
Si fuera una opción seria, la ecuación tendría que ser más bien al revés: que la prensa se entere mucho más tarde que temprano del inicio de conversaciones formales con semejante personaje. Además, el nombre del Virrey sonó en estos mismos términos cada vez que el cargo de entrenador estuvo vacante en la era JR, algo que no debería ocurrir porque es, lisa y llanamente, una falta de respeto a la investidura de Bianchi mezclar su nombre con la carne podrida de las fake news.
Riquelme y Bianchi, el abrazo en la despedida del JR a mediados de 2023.
El Virrey como escudo protector
¿Pero qué pasa si el escenario es el otro, y esta vez sí hay una intención de ofrecerle el regreso? Aquí, detrás del shock tremendo de la noticia, a la sombra del impacto mediático, del tsunami de ilusión que generaría en la gente, asoma un inocultable síntoma de enorme debilidad política de un Riquelme jaqueado por la sucesión de fracasos deportivos (dos años sin Libertadores ni campeonatos) que comienza a ser permeable a los humores sociales: ahora las balas le entran en su armadura que parecía inexpugnable.
Ovacionado en la Bombonera, donde siempre lo esperan.
Así, si necesita descolgar el poster de Bianchi de la pared, y cederle, aunque de manera simbólica, parte de su propio poder será porque las cosas están peor que mal. Hasta hace meses, un escenario utópico para una figura que de manera excluyente se manejaba con total soltura y que ahora debería compartir el altar con otro prócer de su mismo tamaño. Riquelme, entonces, tendría que recurrir a su propio paraguas protector de última instancia, señal que en este país todos necesitan su propio FMI que les salve las papas no importa a qué precio…
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