Hubo humo blanco, seguido de una esperadísima salida al balcón central de la Basílica de San Pedro, y el mundo supo su nombre: el papa León XIV fue elegido como el sucesor de Francisco luego de un cónclave donde se cree que arrasó con más de 100 votos.
A cuenta gotas, pero de forma incesante, empezó a conocerse información sobre Robert Prevost, el hombre de 69 años que alcanzó el cargo de máximo escalafón de la Iglesia Católica. Supimos de inmediato que es el primer Sumo Pontífice nacido en Estados Unidos, también el primero de la orden de San Agustín, y el segundo del continente americano, luego de Jorge Bergoglio.
Cuando habló en español frente a los más de 100.000 fieles que lo observaban emocionados en la plaza San Pedro de la Ciudad del Vaticano, generó asombro, y poco después se conoció su extensa obra y larga estadía en el país hermano de Perú.
Una persona camina frente a la imagen del nuevo papa León XIV, en la entrada de la Catedral de Lima (Foto: EFE)
También fuimos testigos de su canto en la primera misa, algo de carácter muy inusual en Su Santidad, por lo menos inexistente en los últimos tres pontificados. Conocimos la voz y el testimonio de su hermano, John Prevost, pero poco se sabía de su lejana infancia en Chicago, su ciudad natal.
¿Cómo era Robert Prevost durante su infancia, hoy el papa León XIV?
La revista People compartió en exclusiva una entrevista con John Doughney, un maestro jubilado que cuando era niño asistió junto a Prevost al St. Mary of the Assumption School (Escuela Santa María de la Asunción). El hombre de 69 años, que actualmente vive en Grapevine, Texas, tiene un recuerdo muy nítido de los ocho años de primaria que compartió con el flamante León XIV.
Robert Francis Prevost saludando a la multitud tras ser elegido como el nuevo papa. (Foto: Xinhua)
“Cuando piensas en un chico de 13 años del sur de Chicago, normalmente la gente no diría de inmediato: ‘Amable, compasivo, humilde’; pero con él sí, esas son las palabras que usaría”, reflexionó el docente, que ahora puede decir que fue compañero de escuela del mismísimo papa.
“Incluso a los 13 años, era único y el resto de nosotros podíamos verlo”, destacó. «Hay muchos incidentes singulares que puedo mencionar sobre otras personas, que no son muy positivos, porque tendemos a recordar las cosas malas que hacen los niños; pero con Robert, había una constancia en cómo era y cómo se comportaba», agregó.
Y profundizó: «Lograba destacarse entre niños que se están desarrollando, con hormonas alborotadas, desafiantes, malhumorados, que muchas veces desafían los límites; el en ese entonces ya era la calma en medio de una tormenta adolescente”.
Doughney comentó que nunca lo vio discutir con nadie, ni mucho menos metido en alguna pelea física. «Siempre fue amable, incluso nosotros lo llamábamos ‘Santo’ –Holy en inglés-, y sus hermanos incluso se referían a él como ‘El Santo’, porque realmente lo era, y creo que sabía cuál sería su camino», confesó.
Una foto de Robert Prevost durante su juventud, ya ingresado al seminario. (Foto: EFE)
Ese apodo lo acompañó toda la primaria, casi como una premonición, porque hoy lo llaman «Su Santidad». «No sé si sabía que su camino lo llevaría al papado, pero sí sabía que su camino era la Iglesia católica como sacerdote, y luego como misionero; y muy pocos chicos de 13 años tienen la misma firmeza para saber qué harán el resto de sus vidas», sentenció su ex compañero de escuela.
Doughney dijo además que aunque la mayoría se comportaba bien durante las misas en la escuela, Prevost realmente esperaba ese momento con ansias. «Era bueno porque creo que siempre fue algo muy natural para él, es decir, algunos lo hicimos por obediencia, pero él lo hizo porque era parte de él, de su esencia», resumió.
Robert Prevost fue testigo de tres pontificados: en la foto junto a Juan Pablo II. (EFE)
«Hace muchísimo tiempo que hablé por última vez con Robert, pero hace unos días había visto su nombre como posible candidato a papa unos días antes y pensé: «¡Dios mío! ¡Fui a la escuela con él!«, expresó emocionado.
El maestro jubilado estaba mirando atento la televisión cuando estaba a punto de anunciarse el sucesor del papa Francisco. De repente, escuchó el apellido de su excompañero de primaria, y luego su nacionalidad norteamericana. No lo podía creer. Era él, aquel niño de sonrisa y mirada amable, «el Santo».
«Los recuerdos de cómo era él volvieron a inundarme, y sentí una mezcla de inmensa emoción y sorpresa, no porque lo hayan elegido, sino porque nunca en la historia hubo un papa estadounidense y simplemente creí que no sucedería; pero sin dudas creo que Robert es la elección perfecta», concluyó con convicción.
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