Soy de Río Cuarto”, dice el doctor Martín Fernández Zapico, con una tonada cordobesa que no lo ha abandonado, a pesar de que hace veinticinco años vive en Minnesota, Estados Unidos. Luego, con una sonrisa de orgullo señala una pared de su oficina y dice: “Esa bandera es la del club que soy fanático, la Asociación Atlética Estudiantes (de Río Cuarto)”.
Martín está casado con una pediatra cordobesa y tiene dos hijas pequeñas “minnesotanas” y se declara “muy argentino”.
Pero, además, es un médico y científico destacado que trabaja junto a su equipo de la Clínica Mayo, una de las instituciones médicas más prestigiosas del mundo, para encontrar métodos que permitan “personalizar” los tratamientos para combatir el cáncer de páncreas, una enfermedad que en un futuro cercano podría convertirse en una de las principales causas de muerte por cáncer entre los habitantes de los países centrales de Occidente.
Su relación con la ciencia va mucho más allá de su trabajo en el laboratorio porque, como docente y mentor de otros científicos, está empeñado en dar a conocer que el acceso de los estudiantes a la ciencia agudiza su creatividad e ingenio, tanto en los chicos de la escuela primaria y secundaria, como en los universitarios, “más allá que después se dediquen, o no, a hacer ciencia académica, creo que la ciencia tiene la habilidad de crear pensadores independientes”, explica.
Durante la charla con Viva, Fernández Zapico reveló que eligió estudiar medicina por las razones equivocadas.
“Vengo de una familia de un estrato social medio-bajo donde, culturalmente, ser médico o abogado, te puede cambiar la vida. Fui a medicina, pero nunca pregunté cómo era la vida del médico. A medida que avanzaba empecé a darme cuenta de que no era para mí. Lo hice, honestamente, por una cuestión cultural y de poca información. Pero tuve suerte por tres razones: la primera, porque me permitió conocer a mi primera mentora; la segunda porque conocí a mi esposa que es médica también; y la tercera es que, por una aberración del sistema científico de EE.UU., un médico argentino tiene el mismo nivel académico de un doctorado. Me favoreció porque me permitió hacer estadías postdoctorales y postular para ser profesor. No me puedo quejar de la medicina porque me dio cosas que son impagables.”
Células de cáncer de páncreas tomadas con técnicas de microfotografía. Foto: Archivo Clarín.
-¿Cuándo te diste cuenta de que la medicina no era para vos?
-Fue durante el proceso de la parte asistencial. Notaba el impacto que tenía en mí el sufrimiento de la gente. No tenía la facilidad para separarlo, como lo hacen otros médicos y sufría mucho. Además, cada vez me gustaba más la ciencia porque tenía más libertades y después me atrapó su juego intelectual. A medida que fui creciendo, empecé a encontrarle mucho gusto a la educación, sobre todo a la mentoría. Tener estudiantes, tener discípulos, me llena mucho.
-¿Por qué elegiste trabajar con el cáncer del páncreas?
-Este campo me eligió a mí. Cuando fui a hacerme el carné para la biblioteca de la Universidad Nacional de Córdoba, vi que pedían estudiantes voluntarios para hacer trabajos de investigación en cáncer. Allí conocí a mi primera mentora, la doctora Mirta Valentich, que trabajaba en cáncer de páncreas y me entusiasmó mucho la problemática.
-Las estadísticas señalan que, en las próximas décadas, esta enfermedad se convertirá en la segunda causa de muerte por cáncer en los Estados Unidos. La proyección es muy impactante.
-La razón es que el cáncer de páncreas casi no respeta ni etnia ni condición social, los trata a todos por igual. A pesar de que en promedio todos los cánceres han disminuido la mortalidad en un 30 por ciento, el cáncer de páncreas sigue subiendo. Y tenemos casi la misma terapia, con algunas modificaciones desde los últimos 15 años, un poco por la naturaleza de la enfermedad y un poco, en su momento, por la falta de masa crítica de investigadores. Respecto a la naturaleza de la enfermedad, porque se detecta tarde y cuando se detecta, a pesar de que el tumor sea pequeño, tiene gran resistencia a las terapias.
-¿Por qué hablás de falta de masa crítica de investigadores?
-Los avances se dan por el número de investigadores y los recursos que se invierten en la enfermedad. Y esta, en particular, no ha tenido la misma cantidad de investigadores que tienen otras enfermedades. Tenemos que formar gente y con el correr de los años le estoy dando muchísima importancia a la educación de los jóvenes en la ciencia.
-¿En qué están trabajando vos y tu equipo actualmente?
-¿Viste la película Avatar? Bueno, allí, el avatar es un reflejo de una persona; lo que nos faltaba en el cáncer de páncreas son estos avatares personalizados, que se llaman organoides. Por ejemplo, el avatar del tumor de A es distinto del avatar del tumor de B. No teníamos modelos que representaran la enfermedad de manera personalizada, pero ahora los estamos empezando a tener. La idea es, gracias a esos modelos y a un cambio en la estrategia terapéutica, tratar de agrandar la ventana de seis meses (N. de la R.: de sobrevida), para darle cronicidad a la enfermedad. El problema que tenemos, especialmente en el cáncer de páncreas, es que no podemos mirar todos los días cómo está el tumor, porque no podemos hacer una tomografía computada a diario. Por eso, estamos trabajando para tener formas de hacer un monitoreo constante y a distancia de los pacientes, con una pequeña gotita de sangre como se hace con un glucómetro, para detectar cómo va la enfermedad día a día, porque, a lo mejor no tenemos que esperar cuatro semanas o cuatro meses para volver a ver al paciente y cambiar el tratamiento. Entonces, el monitoreo nos va a permitir manejar la dosis, que van a ser más efectivas. Hay que hacer tratamientos adaptativos, es decir, adaptarnos al paciente y a la respuesta del paciente.
-¿En qué etapa se encuentra este trabajo?
-Este es un trabajo de dos laboratorios de la Clínica Mayo y un laboratorio de la Universidad de Minnesota. La idea es tratar de crear un dispositivo que nos permita hacer un monitoreo a la distancia. El aparato existe, es factible, pero tenemos que hacerlo pequeño, del tamaño de un glucómetro. Primero, lo vamos a probar en muestras aisladas de los pacientes y después haremos los primeros test. Tengo la esperanza de que podamos empezar a hacer el estudio en los pacientes el año que viene. La otra alternativa es incorporar un monitor dentro del puerto de la vía central que tienen los pacientes. Ya hay algunas compañías que están trabajando en eso. Cuanto más rápido tengamos esos monitoreos, más rápidos podremos cambiar la forma en que tratamos a los pacientes.
-¿Cómo llegaste a Clínica Mayo?
-Al poco tiempo que empecé a trabajar, mi primera mentora, me dijo “Che, Martín, mirá, hay una posibilidad de ir tres meses a los Estados Unidos a aprender algunas técnicas”. Yo era estudiante de segundo año. Entonces, con un poco de plata de mi familia, un poco que me prestaron, plata que pusieron de la clínica, pude venir tres meses durante mis vacaciones. Hice tres estadías, sacando plata de acá, de allá y tratando de juntar las monedas para pagarme el pasaje. Durante la última estadía, el director del laboratorio me dijo “¿Por qué no te venís acá a hacer un postdoctorado?” Volví a la Argentina, nos recibimos con mi esposa y la convencí para que viniera, por lo que estoy eternamente agradecido. No podría haber hecho todo lo que hice si no fuera por ella. Le debo el éxito, poco o mucho, que tengo. Llegamos, y a los cinco años de mi posdoctorado un día el jefe de la división me dijo, “Martín, ¿te interesaría quedarte acá?”, y me contrataron. Tuve mucha suerte y también trabajé mucho. Me adapté bien a vivir en esta dualidad del inmigrante que no es ni de acá ni de allá. Uno se acostumbra, a veces te toca vivir lo malo de los dos lugares y a veces te toca vivir las cosas buenas de los dos lugares. El idioma de la lengua no es lo más complicado, lo más complicado es el idioma de la cultura.
-¿Está entre los planes de la familia volver a vivir a la Argentina?
-No sé, va a ser difícil, te diría que imposible, porque al tener las hijas acá, tira más. Antes de tenerlas, siempre pensamos que algún día volveríamos. Pero cuando nacieron las nenas eso cambió, porque la vida pasa por otro lado.
-Queda claro que tu trabajo te apasiona, pero ¿tenés otras pasiones?
-Nunca fui bueno para el fútbol, entonces me dediqué a otros deportes. Cuando estaba en la Argentina jugué mucho tiempo al vóley y, hasta hace poco, lo hice aquí en una liga de Rochester. También, con amigos que no viven en la misma ciudad, nos mantenemos en contacto y hemos tratado de ir adaptando los deportes que hacemos a la edad que vamos teniendo. Hace unos años se creó un pequeño grupito al que llamamos el Sensei Project. Empezamos corriendo un poquito, después empezamos a nadar porque era más fácil y algunos comenzaron a hacer triatlones y a correr maratones. De a poco fuimos cambiando de juntarnos a comer asados a hacer una actividad física y recreativa con la nueva familia, la familia que elegimos acá.
– ¿Qué proyecto tenés para el futuro?
-Cada vez me gusta más la filosofía. No voy a dejar la ciencia, pero creo que en algún momento voy a dedicar mucho más tiempo a este tema de la educación, la filosofía en la educación y cómo mejorar para crear pensadores independientes. Es demasiado idealista o, quizás, demasiado ambicioso, pero creo que cuanto más pensadores independientes tengamos, mejor vamos a estar todos porque el pensamiento hace que seas más generoso, va más allá de cualquier estrato económico y social.
-¿Cómo concretarías tu proyecto sobre educación y ciencia?
– Creo que hay cosas que se pueden hacer en los niveles primario y secundario, como usar la ciencia y el método científico para proporcionar herramientas a los estudiantes. Además, cuando los chicos comienzan una carrera en la universidad, deberían tener mentores. Me encantaría seguir a lo largo del tiempo a un grupo de chicos que pasen por la primaria, la secundaria y la universidad, para ver su progreso. Cuando te involucrás y empezás a enseñar a chicos que están haciendo un doctorado, podés ver el cambio, y, cuatro o cinco años después, notar su madurez.
El lugar de trabajo del científico Fernández Zapico, en Rochester, Estados Unidos. Foto: Gentileza Mayo Clinic.
-¿Qué extrañás de la Argentina y de tu ciudad?
-Se extraña la gente, lo que hacés con tu gente y lo que le va pasando a tu gente. Todo lo que añorás está casi un cien por ciento asociado con esas sensaciones.
-¿Cómo desearías que fuera el futuro mediato de la medicina y la ciencia?
-Desde la perspectiva científica me gustaría mucho que se agilicen vías por las cuales se traslade lo que nosotros aprendemos en la ciencia, en los laboratorios, a la práctica médica. Eso sería genial. Y segundo, dentro de lo que es la medicina per se, creo que hay que tratar de hacerla más eficiente para que sea más económica, y te estoy hablando desde la perspectiva de los Estados Unidos. En la Argentina, donde evidentemente el sistema de salud es distinto, es otra cosa.
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