Cuando en 2005 el conservador y curador italiano Marco Scotini comenzó a reunir el Archivo de la Desobediencia con los primeros aportes de artistas de todas partes, no imaginó que iniciaba una videoteca itinerante que coronaría en la vidriera fundamental de la Bienal Internacional de Venecia en 2024.
Instrucción guerrillera en la selva de Luzón, en Filipinas. De la documentalista española Paloma Polo.
Con la producción de Scotini, en Venecia participaron videos y cortometrajes de 39 artistas y colectivos, realizados entre 1975 y 2023. El conjunto montado en la sección Arsenale fue de una gran diversidad, algunos de esos artistas eran de América latina. Fue Adriano Pedrosa, el director artístico de la pasada Bienal Internacional, quien puso el ojo en la extraordinaria recopilación que el conservador italiano ha venido realizando en las últimas dos décadas.
La ong H.I.J.O.S. de desaparecidos, en la pieza del Grupo Arte Callejero, GAC.
Algunos de los artistas y documentalistas presentados en Venecia vuelven a estar presentes en Proa21, como Ursula Biemann, Seba Calfuqueo, Maria Galindo & Mujeres Creando y Pedro Lemebel (quien estuvo también antes en Proa con los registros de sus Yeguas del Apocalipsis), entre decenas incluidos cuyos trabajos van desde cortometrajes, que parecen cuadros en movimiento, hasta registros de performances. Con una nueva configuración, el Archivo de la Desobediencia ahora le propone al público local un dispositivo en movimiento y en evolución. Presentado quince veces en diferentes países, el Archivo nunca adquiere una configuración definitiva. Su enorme valor, al poner en diálogo las prácticas artísticas y la acción política, con diferentes montajes de los registros disponibles, es proponer una narrativa más comunitaria o parlamentaria, si se prefiere.
Pieza del colombiano Carlos Motta,en Proa21.
El dispositivo es un generador de lecturas dinámicas dentro de lo que Scotini entiende como “arte político”. En Venecia, el curador presentó algo así como la máquina prefílmica que animaba las imágenes y abordó dos secciones centrales: los procesos migratorios transnacionales y lo que llamó “las subjetividades nómadas” a la luz del género. Diáspora y género atravesaron aquel montaje semicircular en una enorme sala de Arsenale. La Biennale fue un gran detonante, cuenta el curador italiano en diálogo con Clarín. “Ahora el calendario de presentaciones para los próximos dos años ya está en parte definido. Están previstas en la Kunsthal Charlottenborg de Copenhague, y luego en Trenčín (en Eslovaquia), Cornualles, México, Tesalónica y Zúrich”, comparte.
Sexualidades disidentes en la obra de Carlos Motta, que viene de una gran muestra en el Macba de Barcelona.
Un reservorio siempre en evolución
Hay varias lecturas posible del Archivo concienzudamente articulado por Scotini. Por un lado, una mirada a nuestro tiempo, que no es solo el aquí y ahora, sino los enormes cambios vividos a nivel global en los últimos 20 años y más. Por otro lado, una lectura al arte contemporáneo y el modo en que el audiovisual ha influido en esa escena. De esto conversamos con el curador.
Pesaje de flores en el documental del fotógrafo y activista ambiental Ravi Agarwal, de Nueva Delhi.
–El Archivo de la Desobediencia cambia a medida que se traslada. ¿Cuál es el objetivo de este dispositivo que vincula las prácticas artísticas con la acción política?
–El Archivo concebido como tal, y en relación con esta obra en especial, está asociado a una cuestión estática, como era el archivo decimonónico. En ese archivo estaba asociado a las libertades sociales y apoyado en la Historia. De alguna manera, eso implicaba una construcción típica. A fines de la Guerra Fría, el archivo pasó de ser un modelo histórico, que se podía leer como una cuestión vertical, lineal, donde había pasado, presente y futuro, a un archivo móvil, donde lo que está archivado se puede desarchivar, rearchivar y oxigenar con el cambio y el movimiento. La dimensión política es muy fuerte en esta idea de temporalidad plástica. Con el nuevo modelo político, después de la Guerra Fría, cuando la política estaba vinculada a los partidos, sindicatos, etc., esa idea de archivo queda atrás, en favor de una dimensión política del hoy. La idea de movilidad del archivo es diferente si estás en Buenos Aires, en Venecia o en Sudáfrica. Esta idea de movilidad deriva del hecho de que hay materiales similares en cada uno de estos sitios, pero articulados de manera diferente, de allí que el Archivo se comporte como un dispositivo político. Es una acción directa pero diferente cada vez.
El cortometraje de Agarwal sobre la cosecha de flores de copete, empleadas masivamente en los festivales de India.
–¿Para usted el arte contemporáneo tiene que ser siempre político? Hay públicos que buscan conectar de otro modo.
–Para mí todo arte es político, aun si uno, como artista, dice que no hace arte político. El tema radica entre lo que sería un arte emancipado, desde lo social, o bien lúdico, es decir, que piensa la política como imaginación, experimentación y emancipación social, y el arte conservador, que comparte las mismas ideas de las clases que ejercen el poder. Es cierto que el público que va a la Bienal Internacional de Venecia difiere del de Estambul (donde el Archivo se presentó en 2022) o en Proa21. Me pasó en la Bienal de Estambul que el público anónimo, de fin de semana, veía en el Archivo un rescate social de sus cosas cotidianas. En 2014 ellos me habían censurado pero luego me propusieron volver a presentarla sin censura.
–En un mundo lleno de ruido, su Archivo propone muchas voces hablando sobre muchos temas en el debate público. ¿Cómo reciben los distintos públicos esta propuesta?
–Uno de los aspectos políticos del Archivo es presentarlo como una exposición no clásica. Es más bien como una biblioteca. En las muestras clásicas, una obra de arte viene después de otra. En el caso del Archivo, todo se presenta de manera horizontal, al alcance del público en forma simultánea; es la gente quien elige qué ve y en qué orden, sin seguir el relato de un curador. Es mucho más democrática. De hecho, si uno está más interesado en cuestiones de género o de emancipación social o económica, encuentra esos temas específicos en la “biblioteca”. De hecho esos son tres de los cuatro ejes presentes en la muestra de Proa21. El cineasta suizo Jean- Luc Goddard cuestionaba esa forma de presentar una imagen después de otra. Esto está relacionado con la cuestión de la temporalidad en el archivo moderno, en el que estamos más cerca del archivo en sí, que de la historia. Hoy se necesita una transformación radical de la temporalidad, entre una actualidad y una virtualidad. No tanto una categorización bajo las etiquetas de pasado, presente y futuro. De alguna manera ese pasado es virtual en el tiempo actual. La Vanguardia histórica se llamaba así porque iba antes…Hoy reina un presente virtual en el que a los artistas ya no les interesa ser vanguardia. Hoy la idea de tiempo es plástica, emancipadora. Existen films-archivos con materiales del pasado, como los de Harun Farocki, Alberto Grippi y otros, que usan películas y rearchivan a través del montaje. Lo que me interesa de estos films es que usan remontaje y eso se convierte en un re-archivo. De alguna manera se puede cambiar el relato histórico. Antes uno pensaba «la historia no se puede cambiar»; pero los artistas contemporáneos tienen esta posibilidad a partir de estos cambios en las temporalidades. Los artistas contemporáneos no son exploradores del espacio, a lo Cristóbal Colón, sino sobre todo del tiempo. Van adelante, van atrás para ir adelante.
Vista de la sala en penumbras. Doce piezas se renuevan cada dos semanas. Foto: Ignacio Laxalde, gentileza Fundación Proa.
–¿Cómo es la participación de los artistas en esta propuesta colaborativa? Cómo selecciona sus piezas?
-Efectivamente el archivo no tiene sede física ni online. Preciso la autorización de imágenes, algunos artistas cobran fee y otros donan sus obras. Lo interesante es que ya hay artistas que son parte del archivo hace 20 años y que, no habiendo sido conocidos cuando comenzaron, hoy son reconocidos mundialmente. La participación de los artistas latinoamericanos es muy alta y ellos tienen una gran capacidad de resistencia. Cada vez que se hace una edición, conseguimos los permisos. El archivo maneja distintas formas de intercambio con ellos. El archivo es un dispositivo colaborativo que no pertenece a nadie en particular; es colectivo y yo soy solo un mero activador. Cuando comenzamos en Berlin en 2005, muchos de estos artistas no eran conocidos. La presencia de los artistas latinoamericanos depende de las investigaciones que se vayan haciendo. Argentina, por ejemplo, es una fábrica social. Entre 2001 y 2003 se convirtió en un gran laboratorio alternativo, y ha sido importante en el inicio del Archivo de la Desobediencia. Había una sección que se llamaba “Argentina fábrica social”, porque desde Italia lo veíamos como un caso modelo. Esta invitación de Adriana Rosenberg, directora de Fundación Proa, me gusta mucho porque Argentina puede tener un nuevo punto de partida en el Archivo, con su capacidad de resistencia, de alternativa y de imaginación.
Obra del realizador y videoartista austríaco Olivier Ressler, en la edición para la sala de La Boca.
–La propuesta del Archivo para Proa21 tiene que ver con “la calle”. ¿Por qué se decidió por esta sección?
–Mi vieja idea de la Argentina es su uso de la calle. Me fascina. En Europa ya no sabemos qué es el uso de las calles. Recuerdo cuando se hablaba de los cacerolazos y piqueteros, incluso con los escraches, en la Argentina, todo eso constituía un espacio de acción política. Así que de inmediato pensé en la calle, como lugar de imaginación y encuentro. En Argentina todo ocurre en la calle. Existe una producción alternativa e innovadora de producción política y social en la calle. Incluso allí tienen lugar las formas performáticas de manifestación.
Archivo de la Desobediencia estará en Proa21 hasta julio de este año. La muestra reúne 36 obras en video de artistas y colectivos internacionales, organizadas en un ciclo de tres etapas, con 12 videos en cada una que se renuevan periódicamente. En cada etapa se despliega un recorrido simultáneo, a través de los cuatro ejes temáticos que estructuran el proyecto: desobediencia de género, comunidades insurgentes, ecologías radicales y activismo de la diáspora.
Vista de la expo en el vasto sector de los Arsenales, de la Bienal de Venecia, 2024.
Marco Scotini es el actual director artístico del FM Centro per l’Arte Contemporanea, de Milán, y jefe del Departamento de Artes Visuales y Estudios Curatoriales de NABA (Nuova Accademia di Belle Arti, de Milán). Destacado curador y crítico de arte, ha comisariado más de doscientas exposiciones individuales de artistas, y colaborado con instituciones artísticas como Documenta, Manifesta, Van Abbemusuem, el Museo Reina Sofía y otros espacios culturales de renombre. Fue director artístico del Archivo Gianni Colombo, entre 2004 y 2016. Desde 2014 es jefe del Programa de Exposiciones del Parco Arte Vivente (PAV), de Turín.
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